Rosario Valcárcel Quinta
Con vídeo, un proyecto de aula animal producido por Ciudad
del Viento.
https://www.youtube.com/watch?v=Ai-BBZliWD0
Es cierto que cuando hace miles y miles de años los hombres
tuvieron necesidad de ir a cazar cualquier tipo de animal que le produjera las proteínas de la carne comenzó a matar. A
engullir sin pensar en las consecuencias, sin imaginar cuántos animales deben
morir para alimentar nuestro placer por la carne, chorizo, pescado, pollo…
En varios libros del escritor J.M. Coetzee comenta la crueldad que se comete en los mataderos,
concretamente en su famoso libro The Lives of the Animals, la protagonista, una
famosa escritora, se enfrenta a un alegato sumamente incómodo, al cuestionar la
tolerancia hacia aquellos que siguen siendo parte de una industria que produce
tanto sufrimiento cotidianamente:
Un reportero con una cámara oculta en la mochila filmó
escenas en las que cortaban a las reses los tendones de las patas traseras, a
fin de controlarlas mejor; además afirmó
tener una secuencia demasiado atroz para emitirla, la de un animal acuchillado
en un ojo, tras lo cual se utilizaba el cuchillo ensartado en la cuenca ocular
para girar la cabeza a fin de presentar la garganta al cuchillo del carnicero…
Pero esto no es una historia de novelas, ni de dioses como
eran en la antigüedad muchos animales. Morir en un matadero es lo más normal del mundo para estos seres
criados para la alimentación humana. Pero ¿Hace falta matar a las ovejas a
golpes o colgar a las vacas vivas con un gancho clavado en una pata antes de
morir desangradas? Eso ocurrió en un matadero de Pays de Soule, en
Mauléon-Licharre, el pasado año en Francia. Lo peor es que no es un hecho
aislado.
Lo más triste es que a pesar del esfuerzo intelectual y la
voluntad de rescatistas y activistas políticos, de los grupos en defensas de
los animales, las campañas por replantear una ética respetuosa a las especies
animales que también sienten y son capaces de sufrir y lo manifiestan, no se
cumple las normas vigentes que protege a los animales de crueldades
innecesarias. No, seguimos maltratando a los animales en jaulas, escuchando los
chillidos, diseccionando, realizando experimentos con ellos. Por lo que debemos
reflexionar, buscar otras soluciones.
Además debemos entender que si cada uno de nosotros come
carne desde la niñez hasta la vejez te habrás comido 7 mil animales. Si
investigas un poco más, verás que tu cementerio personal incluye 11 vacas, 27
cerdos, 2 400 pollos, 80 pavos, 30 ovejas, y 4.500 pescados.
Hay psicólog@s que se preguntan el por qué comemos
animales, y quizás la respuesta sea, el temor de la carencia de la vitamina
B12, o nuestra necesidad de comer proteínas de origen animal. Pero actualmente
existen pruebas que demuestran que comer animales no solo es innecesario para
nuestra salud, sino que en realidad es perjudicial. Muchas de las poblaciones
más sanas y más longevas comen muy poco o ningún alimento de origen animal y
hacerlo incluso se ha relacionado con algunas de las enfermedades más graves y
generalizadas del mundo occidental, como el cáncer, enfermedades del corazón,
diabetes y obesidad.
Es vergonzoso seguir pasivos ante este tema. ¿A qué
esperamos a que el cielo nos envíe señales? Debemos hacer algo, alimentarnos
tomando conciencia del problema. No sé
si la solución es hacernos vegetarianos o veganos, o simplemente alimentarnos
de proteínas vegetales. Lo que sí sé es que estamos cometiendo un delito con
nuestros animales, que podríamos intentar otro camino. Porque lo que parece
cierto es que una alimentación respetuosa con los habitantes de la tierra,
cambia nuestros pensamientos, mejora nuestras emociones y nuestra salud mental
y física.
Por último, como nota de esperanza, quiero resaltar que
actualmente el mundo animal está recobrando el prestigio que tuvo en la
antigüedad, ya que leí recientemente que, en la discusión académica y social,
se han hecho comparaciones de la lucha pro derechos de los animales con las
luchas pro igualdad de géneros. Entonces pensé:
¿Vamos hacia el
progreso y la coherencia?
Foto del de las personas que visitaron el matadero con las
caras difuminadas por el respeto a la intimidad.
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