Javier Lima Estévez. Graduado en
Historia por la ULL
Juan Antonio Bello González, emigrante
tinerfeño por espacio de más de cincuenta años en Venezuela, es testigo directo
de las transformaciones desarrolladas en aquel país. A través de su vida y de
sus conocimientos, es posible obtener una amplia visión de la realidad
venezolana desde diferentes perspectivas. En ese sentido, en las siguientes
líneas resaltaremos algunas cuestiones relacionados con las supersticiones, la
creencia en el mundo de la muerte y la concepción del venezolano sobre tales
aspectos a través de los recuerdos de un individuo con una amplia formación
religiosa como diácono.
Un aspecto común en Venezuela, según
nos expone nuestro informante, sería la existencia de una creencia generalizada
en torno al mal de ojo, utilizando los padres, en el momento del bautizo,
cintas de color rojo azabache a modo de amuleto para sus hijos. En múltiples
ocasiones, Juan Antonio intentó explicar a la gente el significado de que “si un
niño tiene fiebre, tiene fiebre porque le dio fiebre. Al bueno y al malo le va
a dar fiebre. Como dice la Biblia el sol sale para lo bueno y lo malo”.
Asimismo, señala que un elemento
característico de Venezuela es el nombre que reciben las esquinas de las
calles, recordando la existencia en Caracas de una de ellas bajo el nombre
“esquina el muerto”. Explica la anécdota de que en ese lugar, algunos jóvenes,
aprovechando la poca luz existente, y con la finalidad de divertirse, se
reunían utilizando sábanas para intentar asustar a aquellos transeúntes que
pudieran pasar por la calle, recordando que fueron muchas las personas que
llegaron a tener miedo por esas acciones, cerrando incluso las puertas y
ventanas de sus casas “empleando agua bendita para que no se acercaran las
ánimas”.
En cuanto a la muerte, Juan Antonio
recuerda muchos sucesos de su etapa de diaconado en Venezuela. Resalta que en
cierta ocasión, al acudir a una funeraria, observó a un empleado situado junto
a un individuo fallecido al que le desabrochaba los botones del pantalón y de
la camisa, no dudando en preguntar por el motivo de tal acción, justificando
que actuaba de esa forma “para lograr sacar el mal espíritu”. Expone que eso
sería una obligación del empleado de la funeraria y que, probablemente, tal
práctica no sería exclusiva de ese espacio. Sin lugar a dudas, afirma las
diferencias que observó entre las funerarias para ricos y pobres, resaltando la
presencia en Caracas de funerarias en las que incluso se podía comer allí;
mientras que en las funerarias de los pobres la situación era muy diferente.
Uno de los acontecimientos más curiosos para nuestro informante sucedió en una
funeraria de Catia. En ese lugar, recuerda que en una ocasión se reunió una
gran multitud de gente ante el entierro de un delincuente que fue festejado con
tiros al aire por los vecinos del pueblo. Asimismo, en otro momento, Juan
Antonio acudió a realizar determinados rezados sobre el cuerpo de una persona
fallecida a la que, al parecer, le gustaba tomar ron. De esa forma, tras rociar
el cuerpo con agua bendita procedió a aceptar la petición familiar y depositar
junto al ataúd una botellita de ron, afirmando que “se enterró el hombre
bañadito en ron”.
En definitiva, más de media vida en
Venezuela convierten a Juan Antonio Bello González en una persona con un
conocimiento muy profundo de la realidad social, económica, política y cultural
de aquel país; recogiendo, en nuestro artículo, algunos aspectos sobre la
cultura intelectual-espiritual venezolana a través de sus recuerdos.
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