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sábado, 7 de noviembre de 2015

RITOS Y CREENCIAS EN VENEZUELA A TRAVÉS DE LOS RECUERDOS DE UN EMIGRANTE CANARIO.


Javier Lima Estévez. Graduado en Historia por la ULL

Juan Antonio Bello González, emigrante tinerfeño por espacio de más de cincuenta años en Venezuela, es testigo directo de las transformaciones desarrolladas en aquel país. A través de su vida y de sus conocimientos, es posible obtener una amplia visión de la realidad venezolana desde diferentes perspectivas. En ese sentido, en las siguientes líneas resaltaremos algunas cuestiones relacionados con las supersticiones, la creencia en el mundo de la muerte y la concepción del venezolano sobre tales aspectos a través de los recuerdos de un individuo con una amplia formación religiosa como diácono. 

Un aspecto común en Venezuela, según nos expone nuestro informante, sería la existencia de una creencia generalizada en torno al mal de ojo, utilizando los padres, en el momento del bautizo, cintas de color rojo azabache a modo de amuleto para sus hijos. En múltiples ocasiones, Juan Antonio intentó explicar a la gente el significado de que “si un niño tiene fiebre, tiene fiebre porque le dio fiebre. Al bueno y al malo le va a dar fiebre. Como dice la Biblia el sol sale para lo bueno y lo malo”.

Asimismo, señala que un elemento característico de Venezuela es el nombre que reciben las esquinas de las calles, recordando la existencia en Caracas de una de ellas bajo el nombre “esquina el muerto”. Explica la anécdota de que en ese lugar, algunos jóvenes, aprovechando la poca luz existente, y con la finalidad de divertirse, se reunían utilizando sábanas para intentar asustar a aquellos transeúntes que pudieran pasar por la calle, recordando que fueron muchas las personas que llegaron a tener miedo por esas acciones, cerrando incluso las puertas y ventanas de sus casas “empleando agua bendita para que no se acercaran las ánimas”.

En cuanto a la muerte, Juan Antonio recuerda muchos sucesos de su etapa de diaconado en Venezuela. Resalta que en cierta ocasión, al acudir a una funeraria, observó a un empleado situado junto a un individuo fallecido al que le desabrochaba los botones del pantalón y de la camisa, no dudando en preguntar por el motivo de tal acción, justificando que actuaba de esa forma “para lograr sacar el mal espíritu”. Expone que eso sería una obligación del empleado de la funeraria y que, probablemente, tal práctica no sería exclusiva de ese espacio. Sin lugar a dudas, afirma las diferencias que observó entre las funerarias para ricos y pobres, resaltando la presencia en Caracas de funerarias en las que incluso se podía comer allí; mientras que en las funerarias de los pobres la situación era muy diferente. Uno de los acontecimientos más curiosos para nuestro informante sucedió en una funeraria de Catia. En ese lugar, recuerda que en una ocasión se reunió una gran multitud de gente ante el entierro de un delincuente que fue festejado con tiros al aire por los vecinos del pueblo. Asimismo, en otro momento, Juan Antonio acudió a realizar determinados rezados sobre el cuerpo de una persona fallecida a la que, al parecer, le gustaba tomar ron. De esa forma, tras rociar el cuerpo con agua bendita procedió a aceptar la petición familiar y depositar junto al ataúd una botellita de ron, afirmando que “se enterró el hombre bañadito en ron”.


En definitiva, más de media vida en Venezuela convierten a Juan Antonio Bello González en una persona con un conocimiento muy profundo de la realidad social, económica, política y cultural de aquel país; recogiendo, en nuestro artículo, algunos aspectos sobre la cultura intelectual-espiritual venezolana a través de sus recuerdos.

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