Manuel Hernández González
En la Venezuela de la segunda mitad del
siglo XVIII emigra desde Canarias una elite de origen mercantil atraída por las
posibilidades de futuro que albergaba la sociedad venezolana y consciente de
las serias dificultades que se dejaban sentir en el Archipiélago. Estaba
conformada por individuos partidarios de la ideología ilustrada, lectores de
libros prohibidos, en algunos casos formados en Inglaterra o Francia o con
viajes y estancias en esos países o en los Estados Unidos, país en el que se
concentraban antes y después de la Independencia buena parte de su tráfico
mercantil. Conjuntamente con éstos, se trasladan también personas
pertenecientes a las clases bajas, que desean introducir a sus hijos en las
nuevas ideas atraídos por las ventajas que ofrecía Caracas para sus estudios
por la existencia de una Universidad. La carrera eclesiástica explica el auge
creciente de ese centro para la formación de eclesiásticos. La colonia isleña
en Caracas, especialmente en sus sectores más acomodados, tiene la política de
dedicar a varios de sus hijos, conforme a la estrategia nobiliaria, a la
carrera eclesiástica, como es el caso de los Rivas. Lo mismo se puede aplicar a
prácticamente la totalidad de estas familias que tienen un número alto de
hijos. Gracias a las rentas de las capellanías pueden obtener órdenes mayores y
alcanzar una parroquia o una canonjía de rentas respetables. No sólo individuos
de la élite, también hay algunos ejemplos de hijos de isleños modestos, como
Baltasar Marrero, profesor de la Universidad e introductor de la Filosofía
Moderna en Venezuela, o Pedro Miguel Martínez, hijo del canario José Martínez y
la expósita Juana María Gallardo de Trejo, natural de Guanare, "con deseos
de seguir el estado eclesiástico, porque sus padres se hallaban muy atrasados
de caudal". Este último desempeñó la docencia en la Universidad y llegó a
ser Canónigo Doctoral, Maestrescuela y cancelario de la Universidad.
Aunque la mayoría de los que cursaban
estudios en la universidad caraqueña lo hicieron con la finalidad de progresar
en su carrera eclesiástica, las necesidades de profesionales del Derecho que
experimentaba Venezuela, contribuyeron a aumentar el número de personas que se
licenciaban en la abogacía. Entre ellos hubo profesionales singulares de
descendencia isleña como los ya referidos Miguel José Sanz y José Hilario Mora
Orejón. En esta etapa que estudiamos hubo dos profesores isleños en la
Universidad de Caracas, José Antonio Carballo Wangüemert y Antonio Martínez de
Fuentes. El primero era también Arcediano de la Catedral de Caracas y había
desempeñado con anterioridad una media ración en la Catedral de Guadalajara.
Fue cancelario de la Universidad Caraqueña. Antonio ejerció como profesor de
Cánones en la Universidad, habiéndose doctorado en la de Santo Domingo.
Pero sin duda alguna la medicina,
erigida tardíamente en 1763, fue su sector más dinámico de la Universidad, por
su estrecha relación con las corrientes ilustradas. El experimentalismo, el
empirismo originaron en esta ciencia una seria quiebra al monolitismo
escolástico de las estructuras universitarias. En ella la presencia isleña es
muy importante. El garachiquense Juan Antonio Perdomo Bethencourt se puede
considerar el más radical representante de la ideología ilustrada en Venezuela
en la época de Carlos III. Introductor de la inoculación de la viruela en 1766
cuando emigró como cargador desde Tenerife, alcalde de la Victoria de Aragua
contestado por la jerarquía eclesiástica, que llevó a su procesamiento por la
Inquisición en Caracas y en Canarias,
hacendado medio en Aragua, lector de libros prohibidos, su influencia es
palpable en el propio Miranda, pues fue médico de la familia. El Conde de Segur
habla de él como "verdadero Demócrito que se burlaba de los superstición,
ponía en ridículo la inepcia de los gobernantes y nos aseguraba riendo que una
revolución semejante a la de los Estados Unidos era inevitable y próxima. Aquí,
decía, la Inquisición no hace, es verdad, autos de fe, no enciende hogueras,
pero se dedica a extinguir la luz". Su análisis de la realidad venezolana
le lleva a decir que "ya los criollos indignados no llaman a los españoles
sino forasteros, es decir extranjeros. Esto basta sin duda para probar que la
metrópoli y sus colonias no vivirán largo tiempo en buena inteligencia".
El número de isleños que estudiaron
medicina fue elevado. Pero esta proporción es todavía mayor si vemos que fueron
muy pocos los criollos que lo hicieron, sólo 15 bachilleres entre 1800 y 1809.
Los dos primeros isleños que alcanzaron esta titulación en Caracas fueron el
herreño Cristóbal Peraza y el matancero Tomás Hernández Martínez.
No cabe duda que con las nuevas
posibilidades que abría el desarrollo económico de Venezuela, la medicina se
convertía en una vía para el ascenso social y para el desafío intelectual.
Demostración palpable de esto es la trayectoria de dos médicos isleños de gran
influencia en la Venezuela de su tiempo, José Luis Cabrera Charbonier y Antonio
Gómez, ambos naturales de Las Palmas de Gran Canaria y procedentes de capas
burguesas intermedias e identificados con la misma procedencia ideológica. El
primero. Nacido el 10 de febrero de 1767, ya era bachiller de medicina en 1790.
Su pensamiento, liberado de las corrientes aristotélicas, le llevó a
desarrollar varias obras de investigación médica como la "Memoria de la
historia de la Medicina hasta Paracelso" y "Observaciones sobre la
epidemia del dengue" y "Conocimiento de las sanguijuelas". En el
terreno político se identificó con el republicanismo más radical. Se vio
implicado en la conspiración de Gual y España de 1797 y representó a Guanarito
en el primer congreso constituyente de Venezuela, firmando la declaración de
independencia. Cabrera vivió con su madre en Las Palmas, mientras que su padre
Francisco Hernández Cabrera, diputado del común de su ciudad natal, se embarcó
para Caracas, donde fue mercader. José Luis, nacido en 1767, tras haber sido
familiar del obispo Herrera, emigró en 1785. Se tituló en 1790. Libre de las
influencias aristotélicas, escribió varias obras de investigación médica. Se
identificó con el republicanismo más radical. Implicado en la conspiración de
Gual y España, representó a Guanarito en el primer congreso constituyente de
Venezuela, firmando la independencia. Diputado de la III República, votó a
favor de la segregación de la Gran Colombia. Fue uno de los más fieles
exponentes de la ideología liberal en el parlamento. Fue precisamente él quien
inició el debate que concluyó días después con la declaración de Independencia.
Sostuvo que "en cuanto a Fernando VII no debe imputarnos a nosotros esta
resolución, la Regencia que lo representa es quien nos ha conducido a ella,
bloqueándonos, atacándonos, amotinándonos y haciéndonos cuanta guerra está a su
alcance. Cuando ella respetaba nuestro talismán, justo era que respetásemos el
suyo; pero declarados insurgentes, tenemos que ser independientes para borrar
esa nota. Ahora tendremos existencia propia, aunque no de grande estatura, y
cesarán las maquinaciones y otros males fomentados por la ambigüedad,
aprovechemos, pues, la ocasión que se nos presenta, antes que no podamos volver
a conseguirla, y nos expongamos a la execración de nuestra posteridad; se acabó
el tiempo de los cálculo y entró el de la actividad y energía; seamos, pues,
independientes, pues queremos y debemos serlo". Defendió en el congreso la
profundización en la revolución liberal, tratando de eliminar los privilegios
nobiliarios. Reprochó el uso del título de Castilla "al señor Ascanio
(proponiendo) que se aboliesen en los oficios estos títulos en Venezuela,
independiente de Castilla, y todos los que no fuesen propios de un gobierno
democrático". Tuvo que emigrar cuando la contrarrevolución llegó a su
apogeo y mantuvo siempre su apoyo a la independencia, volviendo a ser diputado
en la III República, en la que fue partidario de la segregación de Venezuela de
la Gran Colombia.
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