Manuel Hernández González
El papel capital de los canarios en el
regadío tiene mucho que ver con su obligada adaptación a la escasez de
precipitaciones y el aprovechamiento de los manantiales. El empleo de la
madera, la argamasa o la piedra tiene que ver con la abundancia o escasez de
tales materias. Pero lo que no cabe duda es que, dado su profunda imbricación
en el medio rural, desempeñaron un papel crucial en la adopción de
canalizaciones y métodos de distribución de aguas. Como ha puesto de relieve
para San Antonio de Texas el profesor Glick, la especificidad de sus fórmulas
ha llegado hasta nuestros días. En 1732
el isleño Antonio Rodríguez Mederos dirige las obras de las canales de la
misión de la Concepción. Había trabajado con su padre en la construcción de
acequias en el heredamiento de Tenoya en Gran Canaria. Las piedras eran
arrastradas desde el lugar de la excavación. Su gran obstáculo fue la altura de
los terrenos situados delante del recodo del río, de donde debía partir el
canal. Para ello lo proyectó con una profundidad de 45 metros durante un largo
trecho para así alcanzar el nivel medio de 15 metros. Sus innovaciones fueron
considerables. Aplicó las técnicas de construcción de acequias en Gran Canaria,
de donde era natural. Hizo cortes en las elevaciones, aprovechando con ello
mejor el agua. Le dio con ello una mejor caída y un mejor trazado con menor
duración y esfuerzo. Esa metodología contrastaba con la de los religiosos que
habían optado por rodear los obstáculos bordeando las elevaciones. Esa posición
es contestada por sus paisanos que no cuentan con una acequia para sus tierras
por la oposición de los franciscanos y que se ven sometidos a la pérdida de sus
cosechas por no contar con el riego.
Esta crispación general, que llevó a la
reprobación de Rodríguez Mederos entre sus paisanos regidores del cabildo.
Finalmente se aprobaron en 1738 las obras de un canal desde el Río San Pedro
para regar las tierras de los isleños, bajo la dirección del citado. Pasaría
por el centro de la villa, abastecería el presidio y regaría unos cuatrocientos
acres. El conocimiento de las piedras era tal que se construiría con lajas unas
junto a otras en las partes en que tuviera el canal cimentación de arrecife de
piedra natural por dar las sales y el mimo que transportaba el agua
consistencia a las uniones. Se trataría de evitar a toda costa los cantos por
dar lugar a muchas reparaciones, como constaba por su experiencia canaria y
local. Su mortero, cuya mezcla hacía personalmente era de tal calidad que fue
legendario entre los indios. Después de tres años el canal pasó por el centro
del pueblo y suministró agua a los campos próximos.
Siete canales de irrigación fueron
construidos a lo largo del siglo XVIII. cuatro de ellos fueron destinados hasta
la secularización de las misiones en 1790 al uso exclusivo de éstas. En las promovidas
por el cabildo de los isleños se impuso la participación en dulas o
participación de horas como en su tierra natal. El turno era efectivo desde el
mismo 1736. Fue impuesto por el gobernador Carlos Benítez de Franquis que
significativamente era natural de La Orotava. Al fijar la equivalencia de una
dula a un día de agua repte el modelo reinante en el heredamiento de su pueblo
natal. Este sistema se trasladó también a la vecina villa de Santo Domingo de
Hoyos fundada en 1768 y en la de Morelos (Coahuila).
El control de la irrigación era de
mutua responsabilidad del gobernador y del cabildo. Los acequieros eran
elegidos por los irrigadores para inspeccionar el trabajo en el canal
diariamente. Para sufragar su mantenimiento, como en Canarias, incorpora la
venta de agua de los propios del cabildo. Este secuestro es algo original del
derecho isleño, aunque tiene concomitancias con Alicante y Lorca. Dos de los
siete canales han sobrevivido hasta nuestros días. En el de San Juan y Espada
siguen usando el secuestro y la dula. Esto prueba la pervivencia de los
sistemas de irrigación que los canarios expandieron en San Antonio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario