Isidro
Pérez Brito
Erase una vez un hombre a una guitarra
pegado…, que diría Quevedo, un realejero amante de las tradiciones, del
folklore,…el buen folklore, que está exento de corres, subes, bajas, dinero y
cosas así. Un folklore en estado puro, aquel que vio y aprendió a querer desde que
sólo era un chiquillo. Actualmente es uno más dentro de una de las pocas
parrandas que nos quedan, Los Amigos, con Rosa, Gerardo, Gonzalo, Pedro,
Octavio, Tino el de la Era, Gorrín, entre otros.
La
venta de su madre, doña Remedios Dévora, en la calle El Medio Arriba, en ese
trasunto que precede al duro ascenso hacia Las Toscas de Romero, era el lugar
de sus juegos; entre sacos y sacos de
trigo y millo apilados esperando que los vecinos vinieran a buscar sus raciones
en la posguerra. Trigo necesario para que los más pobres pudieran salir
adelante, cumplir con sus faenas e incluso compartir lo poco que daban con
otros familiares más deprimidos económicamente.
Francisco
Machado Dévora, Pancho el Grifo, como es conocido entre los vecinos, es un hombre honrado y respetuoso con las
señas de identidad, que deja a un lado
ese concepto equivocado del parrandero
como pobre borrachito, viva la Virgen,
al que sólo le mueve el trago y la holgazanería.
Afirma que
a principios de los cuarenta y cincuenta del siglo pasado, se reunían en la
venta de su madre, con esas jareitas asadas cuyo olor y sabor son irrepetibles
hoy en día, y ese vinito crusantero de profundo gusto a frutas que tampoco se
encuentra ya. Allí tras algunos vasitos de ese buen caldo que les digo, se
ponían manos y pies a la obra y ascendían pausadamente las Toscas de Romero,
hasta llegar a la casa de don Manuel el de Adriano. Iban en esa parrandería
Manolo y Guillermo Guanche, junto con Domingo Mínguer, que venía desde Santa
Cruz sólo pa`darle a la Parranda.
“Se
metían unos tenderetes sanitos, sin borracheras, pero con algunos vasitos para
sacarle partido a la alegría innata en el alma de los canarios…Lo importante no era beber, sino tocar y
cantar”.
Desde
que tuvo uso de razón Pancho palpó de cerca esa forma amena de disfrutar de la
vida, a pesar de los sinsabores, penurias y carencias, que por aquel entonces
existían.
Como
todos los pequeños comercios de la época, era lugar de encuentro, con
nocturnidad y alevosía, para muchos hombres amantes del folklore. Así cuando el
sol ocultaba su rostro, las guitarras y laudes como si fueran grillos acudían a
su cita.
Pancho
recuerda como de pequeño veía en la venta a Manuel Guanche junto con Pedro el
Pichón, ensimismado en una esquina observaba cada movimiento de la mano
recorriendo los trates de la guitarra, para luego meterse en su cuarto y
practicar con aquella guitarra vieja que su hermano mayor le había regalado.
Un día
tuvo el valor y se puso delante de don Manuel y le dijo que él también quería
aprender a tocar, y así fue como comenzó a sentir ese cosquilleo indescriptible
que siente el parrandero cuando de forma espontánea se arranca por unas folías,
isas o malagueñas.
¡Lamentablemente
esa parranda de la Cruz se ha perdido,… a ver si la recuperamos!
El
Grifo, un parrandero calladito que ha recorrido a lo largo de sus setenta y
tantos años el municipio, enamorándose de todos los rincones en los que ha
estado, como ese Mirador de La Corona y los
tenderetes en casa Antonio Mesa, con la habitual compañía por esas
tierras de alzados de Raimundo y su violín. Especial recuerdo tiene por su
tocayo Pancho El Petudo que le acompañaba a la finca del Tamirano a buscar a
Octavio para principiar la parranda con Lucio el tejero, o en la recordada
víspera del día de La Cruz, cuando salían alrededor de la calle, subiendo por
una y bajando por otra, dejando el pique de los fuegos durante un rato aparte,
cantando a los ausentes con verdadera pasión tanto los de la calle El Sol como
los de la calle El Medio.
¡Qué
parrandas aquellas! , con Manuel Dévora y
su hermano Félix, que le mandaba a todo, guitarra, timple, mandolina, laúd,.., Ruperto
y su violín, Domingo el Media Peseta, José el del Mocán con sus hijos Luciano e
Ismael, con Guillermo y Manuel el Rubio de la Piñera, Pedro el Canario e
Ignacio del Horno, Balbino, Manuel el Pachincha, Pancho el de Dulce, Manuel el
Pinalete, entre muchos otros.
Como
las buenas películas que se proyectaban en el entonces flamante Cine Viera, la
historia termina con una lista interminable de aquellos actores anónimos que
figuran ya con nombre propio en el acervo de la cultura popular de esta Villa de Los
Realejos, sirva pues este artículo como
homenaje a todos ellos.
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