José Sebastián
Silvente
Pues sí,
queridos lectores,
mi vida
transcurría feliz;
viajaba, tenía
amigos,
leía, escribía,
escuchaba música, dormía,
comía, bebía…
el más suertudo me creí
cuando salía a
la calle sonriente
y todos me
saludaban: “buenos días, señor Silvente”
Mis días, como
quien dice, pasaban más que impolutos
hasta aquella
aciaga noche cuando me llamó mi amada
y al instante,
respondí : “llámame en diez minutos.”
¡Oh,
Señor!, ¿por qué, por qué,
sin motivo, sin
razón, sin pensarlo, sin pasión
salió la frase
grosera y rancia, como los brutos?
Como pasaba el
tiempo, sin recibir su llamada, tuve que llamarla yo
¿Y qué creerán
que escuché con su transmudada voz?
que “en qué
estaría pensando yo en aquella rara noche”
que “a qué o a
quién dedicaba esos largos diez minutos”
que “qué es lo
que hice en ese tiempo y por qué tanto derroche”
que “quién me
tenía ocupado la decena de minutos”
Y su voz seguía
y seguía: “¡pendejo, malandrín,
confiesa dónde
estuviste en esos largos diez minutos!”
Y como un
trueno en lo alto, o en lo bajo, creo yo,
porque sonaba a
ultratumba, siguió como una maldición:
“¡Sufrirás justo
castigo por torpe y por derrochón;
ya no tendrás
lindos días, ni amigos, ni largos viajes,
la comida y la
bebida se sabrán como la hiel,
no conciliarás
el sueño, por rumbero y por infiel,
de cada diez en
diez minutos yo te martillearé
recordándote
sin tregua: DIEZ, DIEZ, DIEZ, DIEZ!
¡No contarás
ovejitas, sólo la palabra: DIEZ,
y en vela
pasarás las noches saltando de diez en diez!
¡Penarás más
que Segismundo y más que Edmundo Dantés
por haber
osado, en minutos, pronunciar la palabra DIEZ!
¡Cuando salgas
a la calle, nadie te saludará
y nadie de tus
amigos a tu lado quedará!
¡Esa cara que
sonreía, mudará triste y ajada
y en cuestión
de poco tiempo perderá su lozanía,
así que,
olvídate de que existo, porque me voy a Etiopía!”
Y así, queridos
lectores, mi vida en todo cambió:
ya no hay día
que no llueva, con mucho frío o calor,
no puedo comer
siquiera ni pipas de girasol,
todo me sabe a
hiel, más amargo que un dolor,
beber ya
tampoco puedo, pues vinagre toda el agua
al beberla,
torna y muda
y mis tripas
hierven y hierven, provocando vomitón.
¡¡¡Ay, mísero
de mí, cuánto tormento,
de haber
pronunciado el DIEZ yo me arrepiento!!!
Si al menos le
hubiera dicho… un par, o cinco o seis o siete…
quizás no
estaría sufriendo yo tanto en este momento,
pero no; tuvo que ser el DIEZ, con su uno y con su
cero.
Vean cuán puede
cambiarlo todo una frase en desatino,
Porque en
realidad, amigos, yo quería HACER PIPÍ, pero quise hacerme el fino,
que no es oro
todo lo que reluce
ni esencia todo
lo que huele, cierto,
ni es bueno de
necesidad
cualquier
humano pensamiento.
A ver ahora
cómo y dónde encuentro yo
nombres,
adverbios, pronombres,
artículos,
adjetivos, preposiciones, verbos,
conjunciones e
interjecciones, que sirvan de sustitutos
para cambiar
esa frase; esa desgraciada frase:
“Llámame en diez minutos”
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