Silencio, la cabeza gacha, siempre.
Abrigado, a veces demasiado, escuchando jazz, soul y blues, me siento en una terraza limpia, sin paletos.
Un barraquito. Buen servicio. La camarera no pierde el tiempo en mortificarme. Hace su trabajo y lo hace bien. Leo los análisis de firmas importantes en ABC, El Español, El Mundo y El Confidencial. Hay que pagar para tener acceso a la mejor información.
La guagua me trajo y la guagua me trae de regreso.
Dejo de leer, pero la música no ha dejado de hacerme compañía.
La Isla Baja tiene un encanto que no tienen otras comarcas.
Y en la tierra que fue el gran secreto de Tenerife durante años, procuro y consigo transitar por calles históricas.
La plaza más bonita sigue siendo la de Nuestra Señora de la Luz, en Los Silos. Conmigo está Aretha Franklin.
Hay calles tan silenciosas que la voz de mi amiga en los auriculares anima la vida de gorriones y mirlos.
Huele a pan y a gofio cuando paso por delante de una casa con la puerta abierta.
En Buenavista del Norte, con su plaza, sus calles; esa iglesia que orgullosa no deja que nadie se despiste y pase sin saludarla y admirarla, como hace también la de Los Silos.
En Buenavista se consume el mejor barraquito. Aquí, en este hermoso pueblo, la amiga que se apunta es Nina Simone.
Por un momento creo que toda Buenavista está escuchando lo mismo que yo. Ya saben, el “My Baby Just Cares for Me”.
Y por fin Garachico.
Tan hermoso es, que la mar, siempre la mar, quiere quedarse con él varias veces al año.
¡Tantos recuerdos!
Y con Ella Fitzgerald y Louis Armstrong doy pasos de libertad en un pueblo que Bécquer seguro vio en sueños.
Hoy sábado ni un minuto para la radio.
¡Bravo!
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