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jueves, 18 de febrero de 2021

GRESCA Y DISTURBIOS AÚN EN PANDEMIA

Salvador García Llanos

Vuelven los tiempos de las calles y plazas convertidas en campos de batalla. Malo. El ingreso en prisión de un rapero, condenado judicialmente, enciende las algaradas y los desórdenes públicos. Es curioso pero otros dichos peores, mediáticamente hablando, quedan en el limbo y nadie protesta. Cargas policiales, detenidos, heridos, lesiones -algunas de ellas, graves o gravísimas- destrozos en el mobiliario urbano y en bienes particulares… Los disturbios son la expresión de una España crispada, del desahogo de sectores sociales que no se conforman porque el país, pese a la emergencia sanitaria que padece, se conduce por las tremendas. Malo que haya que resolver con los viejos métodos del palo y tente tieso las diferencias y las discrepancias.

Un veterano sociólogo no lo justifica, pero sí señala las causas: hay personas afectadas por el confinamiento y las restricciones, su estado de disconformidad ha ido creciendo, sienten ganas de expresarlo, han despertado su instinto de rebeldía, palpan las que considera injusticias y no se pliegan. Para eso recurren al insulto, se envalentonan sin control y materializan su desahogo como en los tiempos en que la civilización se toma unas vacaciones.

A mucha gente no le gustan estas cosas. Cuando las imágenes de los disturbios y los incidentes pueblan espacios televisivos y páginas de medios digitales o impresos, la desazón invade. ¿Qué está pasando?, preguntan con aire asustadizo y de preocupación en cualquier reunión familiar. Porque ya saben que con violencia no se va a ningún lado –bueno, sí se sabe- y que son peores las consecuencias.

La falta de civismo es portadora de caos social. Por lo tanto, hay que combatirla, desde las escuelas, desde los institutos, desde las universidades y desde cualquier entidad que se precie. Las consecuencias merman la calidad de vida, la convivencia. Generan temor, hacen inhabitable el espacio público, precisamente cuando éste más se necesita diáfano y pacífico. Los poderes públicos han de esmerarse para hacer que esa convivencia plural sea un ejercicio efectivo y positivo.

Hay que combatir lo incívico –deber de todos- con información y prevención. Cierto que la pandemia está cambiando muchas cosas, hábitos y usos sociales; pero no es posible que genere gresca y disturbios callejeros y que prenda una mecha de imprevisibles consecuencias. Que los representantes de la voluntad popular, en las instancias competentes, afronten las modificaciones que proceda con tal de que mejoren y cualifiquen la convivencia conforme a lo dispuesto en el artículo 1 de la Constitución: un Estado social y democrático de Derecho. La libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político son los valores.

No hay que deteriorarlos ni echarlos a perder.

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