Javier Lima Estévez
A
finales del año 2020, acudimos a la zona de la Plaza del Carmen para reunirnos
e intercambiar diversas impresiones con el vecino José Esteban. Al encuentro se
sumó también Juan Guillama, nacido en la calle Puerto Franco. Durante el
transcurso de los minutos fueron fluyendo diversas cuestiones asociadas al
papel del fútbol en el lugar y los recuerdos que, de una u otra forma, marcaron
la realidad de tal espacio realejero durante los años cincuenta e inicios de
los sesenta. El equipo de jóvenes que entonces se formó en tal espacio tenía
como lugar de entrenamiento el viejo campo de tierra de San Agustín. La pelota
de fútbol era realizada con badana y su materialización significaba todo un
arte con personas especializadas al respecto, apuntado Juan que se debía
incluir en su interior un peso (normalmente una piedra pequeña) con el fin de
otorgarle cierta estabilidad y que no quedara muy ligera.
El equipo estaba compuesto por varios chicos
de edades similares. Así, en esa relación se suceden los nombres de Gerardo,
José Luis, Pedro (especialista durante esos años en la preparación de balones
elaborados con badana), Domingo, los hermanos Felipe y Carmelo, Antonio, Juan,
José Esteban (jugaba con el número 9), Vicente, etc. Preparar la equipación no
era una labor sencilla ni comprada expresamente en una tienda deportiva como
puede suceder en la actualidad.
Por
ello, tenían que acudir hasta la venta de Dña. Juana, situada junto a su
recordada pensión e ir, tal y como apunta José Esteban, con camisas de color
blanco para proceder a otorgarle un tinte. Las camisas se colocaban en cuencos en
los que la coloración natural iba desapareciendo mezclándose con las tintas
colocadas para ello. También se podía añadir el número del jugador al terminar
el proceso. Como pantalones se usaban unos que se destinaban también al baño y
el calzado era sencillo y básico con el fin de permitir un desplazamiento por
el espacio. En el campo de tierra se sucedían los goles, los fallos e
innumerables lecciones de aprendizaje y amistad para unos jóvenes que, con la
ilusión propia de la edad, delimitaban incluso el perímetro de sus respectivas porterías
con palos u otros objetos. El partido se extendía o limitaba, en muchas
ocasiones, a la propia duración del balón.
Vivencias
asociadas al lugar que forman parte del cúmulo de anécdotas de sus vecinos y que, como en tantas otras ocasiones,
recogemos con el fin de mantener viva su memoria.
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