José Melchor Hernández Castilla
André-Pierre Ledru (1761-1825). Naturalista y botánico francés. En 1796, formó parte de la expedición científica del capitán Baudin a Canarias y a las Antillas, como botánico y como cronista del propio viaje. El barco la Belle-Angélique, en el que viajaban, partió desde Le Havre desde el 30 de septiembre de 1796, y sufrió desperfectos (velas, mástiles y timón), en una tormenta acontecida entre Azores y Madeira el 18 octubre, por lo que se vio obligado a dirigirse al puerto de Santa Cruz de Tenerife. Durante los 4 meses que duró el arreglo de la nave, Ledrú confeccionó la primera relación científica de la historia natural de las Islas Canarias; escribió el primer catálogo de la plantas del Jardín de Aclimatación de La Orotava y describió el mayor drago de Canarias, el drago del Jardín de Franchy. También, recopiló gran número de plantas en Canarias, que envió al Museo de Historia Natural de París.
En 1810, Ledrú publicó sus experiencias en este viaje: “Voyage aux Iles
de Ténériffe, la Trinité, Saint-Thomas, Sainte-Croix et Porto Ricco (1796-1798)”.
Descripción de André-Pierre Ledru, Viaje a la Isla de Tenerife, Página 67-71:
“El 12 de febrero de 1797, salimos de La Laguna hacia La Orotava, le
marqués de Villanueva, su amigo el conde de San Andrés, Le Gros y yo,
acompañados de siete criados…
La villa de La Orotava, erigida a 318 metros por encima del nivel del
mar, está situada a una legua del Puerto y a seis de La Laguna. De entrada,
esta ciudad parece desierta, sin industria y sin comercio; la hierba crece en
la mayoría de las calles. Los únicos establecimientos públicos que se
encuentran son dos escuelas de gramática elemental, pagadas con los antiguos
bienes de los jesuitas. Además, tienen dos parroquias y cinco conventos. Su
población, que era en 1776 de 5.711 habitantes, cuenta con algunas familias
antiguas y varios propietarios ricos que venden sus vinos a los comerciantes
del Puerto. Todo el mundo permanece en sus casas y visita raramente a sus
vecinos; las mujeres no salen casi nunca. Tales son aproximadamente, las
costumbres y el carácter de los habitantes de la villa de La Orotava.
Sin embargo, la Naturaleza ha hecho todo para ellos; no existe en el mundo mejor clima ni temperatura más suave. Todas las casas, construidas en anfiteatro sobre un terreno inclinado, gozan de una perspectiva encantadora y dominan un llano fértil, cubierto de viñedos, verduras y jardines; al Noroeste, la vista abarca las bonitas casas del Puerto y el mar, que bate sin cesar la costa con un ruido que se tomaría a veces por el de un cañón. Al Sudeste, una cadena de altas montañas cubiertas de bosques limita el horizonte; Al Sudoeste, el pico del Teide, distante apenas cuatro leguas, eleva su cabeza cubierta de nieve y presenta sucesivamente diferentes fenómenos: tan pronto su cima brilla con una luz plateada, mientras que el resto del llano está oculto por las nubes, como está cubierta de una niebla espesa, que se eleva, baja y se cruza, siguiendo la dirección de los vientos, mientras que ese mismo llano goza de un aire sereno. Un agua pura, que desciende de las montañas conducida por un canal de piedra, riega las principales calles de La Orotava. Esta agua mueve varios molinos en la misma villa y se dirige a continuación en un acueducto de madera hasta el Jardín Botánico, establecido en El Durazno, al que aporta los riegos necesarios. Conozco bellos parajes en Francia y en las costas meridionales de Inglaterra; he recorrido las orillas del Rhin, Bélgica y Holanda; he vivido durante un año en el suelo fecundo de las Antillas, pero si tuviera que abandonar los lugares que me vieron nacer y buscar otra patria, serían en las Islas Afortunadas, sería en La Orotava adonde iría a terminar el curso de mi vida.
Por la tarde visité con don José de Bethencourt los principales jardines
de la villa. He visto en el señor
Franchy el drago más bello de todas las islas y quizás del mundo. Este
árbol tiene 20 metros de altura, 13 de circunferencia en su parte media y 24 en
su base; el tronco, de 6 metros de altura, se divide en 12 ramas, entre las
cuales se ha puesto una mesa donde pueden sentarse cómodamente 14 comensales.
Este árbol extraordinario ya existía en tiempo de la conquista de Tenerife,
hace 300 años. Cuando los españoles destruyeron los bosques de esta parte de la
isla para construir sus viviendas, respetaron este drago. Los títulos más
antiguos de esta villa lo citan como un punto fijo que sirve de límite a
algunas propiedades territoriales. Es de una hermosa apariencia, tiene una
vegetación vigorosa y puede durar todavía 150 ó 200 años.
A continuación fui a ver en otro jardín un castaño, cuyo tronco tiene 13
metros de circunferencia y cuya cabeza, la más amplia y frondosa que yo haya
visto en mi vida, da todos los años abundantes frutos.
Los muros de la ciudad están cubiertos de helechos y de plantas
carnosas, las cuales florecen un mes antes que las mismas especies que ven en
La Laguna. La diferencia de temperatura entre estas dos ciudades vecinas
proviene de su distinta altitud sobre el nivel del mar.
En el Puerto de La Orotava, se encuentra las costumbres y el gusto de
las buenas sociedades de Europa. Esta ciudad, la más comercial después de Santa
Cruz, la mejor construida y la más agradablemente situada de la isla, tenía en
1789 una población de 4.465 habitantes. Hoy en día tiene 5.000. De siete a ocho
negociantes extranjeros dominan casi todo el comercio y hacen rápidamente una
fortuna considerable. Existen varios conventos, pero no hay ni un colegio.
Solamente algunos monjes enseñan la lectura y la escritura mediante una pequeña
retribución”.
Bibliografía:
- Ledru, André-Pierre (1810; 1982). “Vieja a la Isla
de Tenerife. Edita José A. Delgado Luis. Páginas 4, 67-71.
- Herrera Piqué, Alfredo (1987). “Las Islas Canarias,
escala científica en el Atlántico: Baudin y Ledru. Páginas 111-112, 235.
- Ledesma Alonso Manuel, 10-6-2018 “225 años de estancia en Santa Cruz del naturalista André-Pierre Ledru”. La Opinión.
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