Lorenzo de Ara
“Pensar en dar de comer solo el cuerpo sin alimentar el espíritu significa fomentar la desertización de la mente”, Nuccio Ordine, ensayista, profesor de la universidad de Calabria.
Así es la cultura del bareto de la que hablo con insistencia.
Y me tachan por ello de enemigo de los profesionales de la restauración. Craso error. Pero no me quita el sueño.
No es pedantería defender que el ruido en las ciudades o en la comunidad de vecinos es una realidad que a muchas personas atormenta. El tormento que yo sufro ante el ruido degrada gravemente mi calidad de vida.
La chulería de algunos, con el desparpajo propio de los indocumentados que me invitan a gastar dinero en comprar tapones o poner ventanas blindadas (por decirlo así) contra la barbarie que supone convivir al ladito de la carencia total de cultura cívica, es con creces lo que más me mortifica.
Todo tiene que ser parido por el rebaño para merecer el interés del plúmbeo gerifalte local. Si la comunidad no se queja y quien expresa el malestar es un lector empedernido, escuchante de jazz y aficionado a pelis y series, además de portador en casa de auriculares para así no compartir sus gustos culturales con nadie, entonces lo que procede es ahondar en la indiferencia. El ostracismo. Tratar por loco al hombre (hombrecillo) que no es capaz de arrejuntarse con la barbarie que grita y fuma y bebe.
La restauración es una máquina muy bien engrasada de la economía tercermundista de Tenerife. Da empleo y da de comer a miles de familias. Es pues un sector importante, ya digo, del precario mundo laboral isleño. Todo trabajo dentro de la legalidad es merecedor de apoyo. Y en ese terreno ningún personaje acosado por la anosmia va a poder aguijonear mi coraza. Cerrar bares, terrazas y restaurantes es un desatino. Hagamos todo lo posible para que mantengan abiertas las puertas. Pero…
El ruido es enemigo de la inteligencia. El desorden gutural del ser humano es sinónimo de retroceso.
Terrazas improvisadas de la noche a la mañana y todas ellas convertidas en escupideras para arrojar conversaciones que hoy enzarzan a alcaldes y concejales por permitir el enardecimiento de lo que se llama salvaguarda de la economía, que lo es, pero también, no puede negarse, el cuchitril perfecto para la supremacía de lo aberrante.
Sería curioso que en la terraza de mi calle una señora o señor leyese a Manuel Arias Maldonado: “Se ha señalado estos días, a cuenta del relevo de Trump por Biden, que la sociedad norteamericana necesita un presidente aburrido. Sin duda: el mandato de un dirigente moderado es una cura de reposo para democracias histéricas.”
La economía tinerfeña y la política tinerfeña necesitan de ese liderazgo aburrido. Moderado. Sin duda también que una cura de reposo.
Y destruir la economía y la política histéricas.
…Pero predico en un desierto.
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