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sábado, 3 de noviembre de 2018

NO HAY DERECHO


Salvador García Llanos

Dos pancartas rudimentarias (sábanas pintadas con mayúsculas en negro que cuelgan de un balcón y la parte superior del acceso principal nos recuerdan que hasta hace un par de semanas allí funcionaba un hotel. El grueso de la plantilla, cincuenta y cuatro trabajadores, se concentra en el exterior sin estridencias. Algunos conocidos, allegados o familiares circulan por allí. La misma pregunta: ¿qué pasa, no hay nada?

No, no lo hay. La respuesta se ve complementada:

-Bueno, nos concentramos por fuera del Cabildo, acompañados de dirigentes del sindicato (UGT). Nos recibieron el vicepresidente primero y el consejero de Turismo. Y el grupo insular de Podemos. Buenas palabras, pero poco más. Ahora nadie tiene competencias. Cuando llegan la hora de hablar de cifras de ocupación o de dar a conocer una promoción, casi se pelean a ver quién lo dice primero. Nos dicen que van a interceder ante el Servicio de Mediación, Arbitraje y Conciliación (SEMAC) y la Dirección General de Trabajo para adelantar la fecha del 10 de diciembre, la que ha sido fijada inicialmente para intentar algún tipo de acuerdo.

Y así pasan los días, desde el 16 del pasado mes cuando se cerraron las puertas del hotel Dania del Puerto de la Cruz y sus cincuenta y cuatro trabajadores se vieron en la calle... y sin trabajo. Y sin explicaciones: ni de la propiedad ni de la empresa que explotaba el establecimiento y que, según cuenta, no dejó ni el lavavajillas ni la lencería. Todo muy “edificante”, muy propio de un municipio cuyos habitantes tienen un bajo sentido de la autoestima y no están nada acostumbrados a luchar por sus activos.

Las muestras de solidaridad se han ido evaporando, las señales de lucha dicen que se van intensificar, en forma de movilizaciones, a largo de las próximas semanas por toda la ciudad. Algo habrán aprendido los damnificados en sus penurias: quietos y cruzados de brazos nada van a conseguir. Al contrario, hasta terminarán recriminándoles su pasividad.

Esta es la triste realidad: cincuenta y cuatro empleados sin trabajo, en la calle y sin muchas esperanzas de que las cosas cambien. Porque, claro, sin una mísera carta de despido, ¿a dónde van? ¿A quién reclaman? En pleno vacío laboral, no pueden aceptar siquiera una oferta de trabajo, si es que surge. Si se determina que el despido es nulo -eso sería ya el acabóse- ni indemnización ni readmisión. ¿Dónde están los derechos de los trabajadores? Pero también hay que preguntarse: ¿dónde están las responsabilidades?

Que esto ocurra en pleno siglo XXI, en una ciudad turística, con una notable experiencia en situaciones conflictivas o complicadas, resulta insólito. Aunque parezca radical, hay que decirlo: no hay derecho. No pueden quedar impunes fechorías laborales como éstas. Ni trabajo ni ayudas al desempleo. Lo cuentan y no se cree. Y atentos: porque igual nos encontramos dentro de poco con situaciones similares en la misma ciudad turística que, si por un lado progresa con remodelaciones públicas y remozamientos en varios establecimientos privados, por otro baja muchos enteros con estampas como la que comentamos.

Después dicen los insensatos que los trabajadores están demasiado protegidos en este país. Seguramente serán los mismos que se indignan porque haya una previsión presupuestaria de incrementar el Salario Mínimo Interprofesional (SMI) hasta novecientos euros. Pues ¡vaya protección! Y qué cabrá decir de empresarios que cierran y se marchan sin dar explicaciones, sin dejar al trabajador con una mínima carta de despido siquiera para ir a reclamar al maestro armero.

Que hagan fotos de las pancartas en la fachada. Igual son las únicas pruebas.

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