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sábado, 2 de septiembre de 2017

POLÍTICA Y RELIGIÓN, AL FIN, DE LA MANO

Iván López Casanova

Señalaba Eugenio D´Ors en 1933, que un Estado sin religión tenía que ser, de todas maneras, un Estado con moral; y que, entonces, se originaba «una insoportable atmósfera de convención, oficialidad ética y laica gazmoñería, cuyo peso exaspera más, por lo gratuito de sus fundamentos». Pero tal vez no se imaginaba la posibilidad de que el Estado derivara hacia la bancarrota moral. Porque es precisamente la fuerte pasividad ética generalizada lo que ha hecho reaccionar al reconocido filósofo Jürgen Habermas.

Este pensador alemán se caracteriza por su interés en no abdicar del legado recibido de la Ilustración –cuyo culmen es la Democracia, con su maravillosa libertad política−. Asimismo, por su perspicacia para constatar el notable retroceso ético de las sociedades actuales, y por su valentía para reconocer, entonces, la capacidad de las religiones para aportar valores al  desmotivado habitante occidental neoliberal, consumista y solitario. En este sentido, reconoce, con pragmatismo, que «de las frías sociedades de Europa, ampliamente secularizadas, no pueden esperarse apenas impulsos y reacciones dignas de mencionarse».

En conclusión, para Habermas «la separación de la Iglesia y el Estado en el contexto de una constitución liberal no puede resultar en una total eliminación de la influencia que las comunidades religiosas pueden tener en la política democrática». Pues, «una democracia basada en el Estado de derecho, que explícitamente autoriza a sus ciudadanos a llevar una vida religiosa, no puede al mismo tiempo discriminar a esos mismos ciudadanos en su papel de colegisladores democráticos».

En su libro de 2012, publicado en España en 2015 con el título de Mundo de la vida, política y religión, utiliza el concepto de sociedad postsecular, aquella que ha superado el laicismo, la visión de quienes «adoptan una actitud polémica frente a las doctrinas religiosas que gozan de una importancia pública». Y, en consecuencia, Habermas iguala la deformación del fundamentalismo religioso con un opuesto fundamentalismo ilustrado laicista: ambos, equiparables y nefastos.

También manifiesta su aprecio por Jonh Rawls, célebre filósofo norteamericano, por haber sido el «primero en tomarse en serio el pluralismo ideológico y en iniciar un debate fecundo sobre la posición de la religión en la esfera pública».

Pero Habermas va más allá y, siendo agnóstico reconocido, también se manifiesta contra la posibilidad de sectarismo contra los ciudadanos religiosos por parte de fanáticos laicistas. Así, constata que el secularismo laicista «practicado públicamente significaría que los ciudadanos seculares [no creyentes], en el mejor de los casos, pondrían bajo algo parecido a la protección de las especies a un determinado tipo de conciudadanos a causa de su mentalidad religiosa, pero no los tomarían en serio como contemporáneos modernos, y, por consiguiente, los discriminarían en su rol de ciudadanos».

Lógicamente, el filósofo alemán aclara que el creyente debe realizar el obligado pago por el que sus contribuciones religiosas han de ser convertidas a un lenguaje de acceso universal, para que de este modo formen parte de la deliberación democrática: a esto lo denomina la «cláusula de traducción». Pero no dejará de reclamar también un esfuerzo a los ciudadanos no creyentes, «un espíritu abierto frente a las aportaciones de sus conciudadanos religiosos».

Me parece que hay que poner fin a los discursos decimonónicos y exclusivistas en los que, muchas veces, se esconde un fondo de resentimiento. Y aceptar la realidad de la pluralidad en la que convivimos personas creyentes y no creyentes. Ambas deben «poder encontrarse de tú a tú, a una misma altura de los ojos, porque para el proceso democrático las aportaciones de una de las partes no son menos relevantes que las de la otra», como explica Habermas.

Bienvenida sea esta época postsecular −postlaicista− que pone fin al desencuentro entre política y religión, en la que no caben los fundamentalismos de uno y otro signo, porque son indignos. Todos, conciudadanos; construyendo la polis democrática, respetando el mundo moral ajeno con la misma fuerza que si fuera propio.

Iván López Casanova, Cirujano General.

Escritor: Pensadoras del siglo XX y El sillón de pensar.    

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