Iván
López Casanova
Señalaba
Eugenio D´Ors en 1933, que un Estado sin religión tenía que ser, de todas
maneras, un Estado con moral; y que, entonces, se originaba «una insoportable
atmósfera de convención, oficialidad ética y laica gazmoñería, cuyo peso
exaspera más, por lo gratuito de sus fundamentos». Pero tal vez no se imaginaba
la posibilidad de que el Estado derivara hacia la bancarrota moral. Porque es
precisamente la fuerte pasividad ética generalizada lo que ha hecho reaccionar
al reconocido filósofo Jürgen Habermas.
Este
pensador alemán se caracteriza por su interés en no abdicar del legado recibido
de la Ilustración –cuyo culmen es la Democracia, con su maravillosa libertad
política−. Asimismo, por su perspicacia para constatar el notable retroceso
ético de las sociedades actuales, y por su valentía para reconocer, entonces,
la capacidad de las religiones para aportar valores al desmotivado habitante occidental neoliberal,
consumista y solitario. En este sentido, reconoce, con pragmatismo, que «de las
frías sociedades de Europa, ampliamente secularizadas, no pueden esperarse
apenas impulsos y reacciones dignas de mencionarse».
En
conclusión, para Habermas «la separación de la Iglesia y el Estado en el
contexto de una constitución liberal no puede resultar en una total eliminación
de la influencia que las comunidades religiosas pueden tener en la política
democrática». Pues, «una democracia basada en el Estado de derecho, que
explícitamente autoriza a sus ciudadanos a llevar una vida religiosa, no puede
al mismo tiempo discriminar a esos mismos ciudadanos en su papel de
colegisladores democráticos».
En
su libro de 2012, publicado en España en 2015 con el título de Mundo de la
vida, política y religión, utiliza el concepto de sociedad postsecular, aquella
que ha superado el laicismo, la visión de quienes «adoptan una actitud polémica
frente a las doctrinas religiosas que gozan de una importancia pública». Y, en
consecuencia, Habermas iguala la deformación del fundamentalismo religioso con
un opuesto fundamentalismo ilustrado laicista: ambos, equiparables y nefastos.
También
manifiesta su aprecio por Jonh Rawls, célebre filósofo norteamericano, por
haber sido el «primero en tomarse en serio el pluralismo ideológico y en
iniciar un debate fecundo sobre la posición de la religión en la esfera
pública».
Pero
Habermas va más allá y, siendo agnóstico reconocido, también se manifiesta
contra la posibilidad de sectarismo contra los ciudadanos religiosos por parte
de fanáticos laicistas. Así, constata que el secularismo laicista «practicado
públicamente significaría que los ciudadanos seculares [no creyentes], en el
mejor de los casos, pondrían bajo algo parecido a la protección de las especies
a un determinado tipo de conciudadanos a causa de su mentalidad religiosa, pero
no los tomarían en serio como contemporáneos modernos, y, por consiguiente, los
discriminarían en su rol de ciudadanos».
Lógicamente,
el filósofo alemán aclara que el creyente debe realizar el obligado pago por el
que sus contribuciones religiosas han de ser convertidas a un lenguaje de
acceso universal, para que de este modo formen parte de la deliberación
democrática: a esto lo denomina la «cláusula de traducción». Pero no dejará de
reclamar también un esfuerzo a los ciudadanos no creyentes, «un espíritu
abierto frente a las aportaciones de sus conciudadanos religiosos».
Me
parece que hay que poner fin a los discursos decimonónicos y exclusivistas en
los que, muchas veces, se esconde un fondo de resentimiento. Y aceptar la
realidad de la pluralidad en la que convivimos personas creyentes y no
creyentes. Ambas deben «poder encontrarse de tú a tú, a una misma altura de los
ojos, porque para el proceso democrático las aportaciones de una de las partes
no son menos relevantes que las de la otra», como explica Habermas.
Bienvenida
sea esta época postsecular −postlaicista− que pone fin al desencuentro entre
política y religión, en la que no caben los fundamentalismos de uno y otro
signo, porque son indignos. Todos, conciudadanos; construyendo la polis
democrática, respetando el mundo moral ajeno con la misma fuerza que si fuera
propio.
Iván
López Casanova, Cirujano General.
Escritor:
Pensadoras del siglo XX y El sillón de pensar.
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