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sábado, 2 de septiembre de 2017

EL FIN DE LA POLÍTICA

Víctor Yanes

Abandono. Dimito. Mi salud es un innegociable patrimonio, mi mundo como escritor es un espacio de reconstrucción que no discuto con nadie. Quise desde muy joven encontrar una salida a mi rebeldía, dotarla de energía racional, cerebral. El miedo que sentía por la fuerza de mi inconformismo, que paso a paso iba convirtiéndose en una peligrosa bomba atómica, exigía un tratamiento de choque. Decidí poner orden en mi vida.

Mi valioso entusiasmo, encontraba un cauce y la furia destructiva de la queja permanente y estéril, quedaba calmada: entré en política. Encausar el enfado contra el mundo y contra mí mismo, articulando alternativas.

Que yo recuerde, mi participación política estuvo siempre ligada a organizaciones de izquierdas. Esas izquierdas vulgarmente tildadas de minoritarias, porque es evidente que los mensajes y las ideas, en no pocas ocasiones, se transmiten mal a la población, a esa población insatisfecha que pide respuestas y que, desde la política, en mi modesta opinión, no se están sabiendo dar.

Considero que la política con mayúsculas y no el mercadeo del marketing sin ideas, conforma una herramienta de primer orden para organizar alternativas, para proponer, para pensar y dialogar abriendo el debate, profundizando en los valores de la democracia.

Siento que nada me despierta más desconfianza que un apolítico, el apolítico es, generalmente, un tipo de ciudadano que se envenena con la soberbia de su ignorancia.

Abandono. No quiero que nadie me invite a formar parte de ninguna organización política. Votaré cuando toque, pero no perderé mi tiempo. Me entristece mucho haber constatado a lo largo de mi vida, cómo interesantes y dignos proyectos políticos se venían abajo al ritmo en el que los componentes de dichos proyectos se afilan las uñas para la guerra fratricida. He visto este infame comportamiento en Izquierda Unida, Podemos y en el PSOE, en Equo y en Los Verdes, aunque no dudo que en el resto de agrupaciones o partidos se reproduzca el mismo patrón de conducta o incluso peor.

Hombres y mujeres que quieren o desean, desde una mente ilusoria e irrelevante y desde un corazón atrapado en el callejón sin salida de las bajas pasiones, cambiar las cosas… ¿las cosas?, ¿qué cosas, qué tipo de realidades quieren cambiar si desde sus posiciones idiotas e intelectualoides, solamente trabajan para darle de comer a sus aberrantes narcisismos?

Por supuesto que entre tanto cielo gris, violento y antipático, hay personas que han destacado por su capacidad, su brillantez y su honradez. Auténticos héroes en medio de la jungla. El ser humano no conoce la palabra honestidad cuando el poder está en juego. La palabra honestidad no existe. Late en el corazón de los impulsivos competidores la espeluznante vanidad de sentirse perfecto y glorioso en las propias ideas. No hay nada más conservador que el miedo a la crítica, por eso me piro, me voy, no quiero que nadie me ofrezca ni me insinúe nada. No quiero morir ahogado por la mediocridad, la obediencia debida al catecismo y la falta de independencia.

Concluyo. Desconozco qué hay que hacer en medio de este inextricable caos de personas poco evolucionadas que desean organizarse para cambiar el mundo. Siempre la pelea interna en la que se perforan los intestinos de los buenos pensamientos y muchos aplauden con renovado fervor a los “caudillos” elegidos por la concurrencia adscrita o militante. Este cuento no avanza amigos, no avanza. Cambiar la realidad, sin que antes se produzca la transformación de todos los ámbitos internos, emocionales, psíquicos, en un compromiso auténtico por el cambio de la unidad individual que somos frente al mundo, ese mundo que tanto desvelo nos provoca y que hacia tan siniestro agujero negro del tiempo parece que camina.

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