Odalys Padrón
Casi nadie cuestiona que Trump es un
déspota, el problema radica en su gusto por serlo y en cómo disfruta siéndolo.
Tan sólo han pasado unos días desde que jurara, tal como establece la
Constitución americana, su cargo como Presidente de los Estados Unidos y ya se
anuncian fuertes tormentas en las relaciones tanto nacionales como
internacionales. Ha anunciado su propósito de derribar los tímidos avances
sociales de su predecesor, el demócrata Barack Obama, como el “Obamacare” y
amenazar con desmantelar los acuerdos económicos con los países asiáticos y con
sus vecinos: México y Canadá.
Trump ha entrado en la escena
internacional al más puro estilo John Wayne, dando tiros. Es tal la afinidad de
ambos personajes que en campaña electoral la hija de Wayne apoyó abiertamente a
Trump diciendo: “es una gran personalidad, preparado para salvar a Estados
Unidos de sus enemigos”. Una de sus primeras actuaciones ha sido anunciar que
va a levantar un muro infranqueable con México estrangulándolo con políticas
económicas proteccionistas que, teóricamente, devolverán sus puestos a los
trabajadores estadounidenses de las industrias automotrices, manufacturas y
agrícolas principalmente. Comienza destrozando una relación bilateral
minuciosamente construida por administraciones anteriores. Es más, quiere
romper, de manera unilateral, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(TLCAN) que desde 1994 eliminó los aranceles entre Estados Unidos, México y
Canadá, fortaleciendo lazos comerciales que han contribuido a una gran
estabilidad en la Región.
Evidentemente la respuesta no se ha hecho
esperar y el Presidente mexicano ya ha anunciado que está evaluando la
imposición de impuestos a los productos estadounidenses sobre todo al crudo de
petróleo que es uno de los artículos más importantes que se importan a Estados
Unidos desde México y que en 2014 significaron una compra de 27.700 millones de
dólares de manera que, si le impusieran una tarifa arancelaria, podría afectar
a negocios de Estados Unidos. Es lo que tiene disparar que la sangre empieza a
fluir. El primer ministro de Israel avaló, a través de un tuit, la construcción
del muro en la frontera entre Estados Unidos y México, escribiendo: “El
presidente Trump tiene razón. Yo construí un muro en la frontera sur de Israel.
Éste detuvo la inmigración ilegal. Gran éxito. Gran idea”. Colombia y Perú ya
han confirmado su apoyo a México subrayando que es necesario redoblar los
esfuerzos de los integrantes de la Alianza del Pacífico, integrada por Perú,
Colombia, Chile y México, creada en 2011 para unificar las acciones para la
vinculación comercial con los países de la cuenca del océano Pacífico.
No olvidemos que en diciembre el
embajador de China en México ya aseguró que su país ofrece su apoyo a México.
Este ofrecimiento no es baladí porque como refieren analistas económicos
políticos el déficit de EE.UU. con China, con el que no tiene un tratado
comercial, es de 480.000 millones de dólares y la exportación a ese país es,
tan sólo, del 4%. De hecho, tras salir Trump ganador en las elecciones
presidenciales puso al frente de la política comercial de Estados Unidos a
Peter Navarro, profesor de Economía de la Universidad de California, crítico
feroz de la China a la que ha acusado de subsidiar ilegalmente sus exportaciones,
robar propiedad intelectual y explotar a sus trabajadores. Durante su campaña
electoral el propio Trump acusó a China de ser responsable de la pérdida de
empleos en EE.UU. amenazando con declarar a Pekín “manipulador de divisas” y de
subirle los aranceles a las importaciones hasta el 45%. A este respecto China
ha advertido estar lista para una guerra comercial.
El trasfondo de esta puesta en escena por
Trump no creo que sea su preocupación por los trabajadores y su estabilidad
económica, más bien recuerda a una estrategia para poder “desenfundar las
armas”. El John Wayne de la política quiere recuperar el miedo del pueblo para
impulsar el desarrollo armamentístico. Para muestra, un botón, el Jefe del
Mando Espacial de la Fuerza Aérea de EE.UU. ha acusado a Rusia y a China de
construir en secreto armas láser en la órbita terrestre y en la órbita
geosincrónica, así como sistemas de control remoto que pueden teledirigir desde
tierra con el propósito de ser una amenaza para los satélites norteamericanos.
No olvidemos que EE.UU., según un informe de su propio Congreso, es el
principal vendedor de armas de fuego a escala planetaria y que Trump, en
campaña electoral, prometió construir 350 nuevos buques de guerra y 1.200
aviones de combate, invertir en un sistema de defensa antimisiles y aumentar
considerablemente el número de efectivos. Trump necesita que la población
perciba miedo porque de esta forma los americanos aceptarán políticas
económicas bélicas y políticas sociales que en condiciones normales no habrían
aceptado. Trump, al más puro estilo del western pega unos tiros y el miedo se
apodera del público… ¡y que el espectáculo comience!
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