Rosario Valcárcel Quintana
Cuando yo era pequeña siempre pedía lo mismo a los Reyes
Magos: Una muñeca con un sombrero y calderos, calderos, calderos.
Era el mundo en que se aprendía a escribir cartas, cartas
comerciales, de amor, postales de Navidad, cartas a los Magos de Oriente. Ese
precioso arte, esa magia epistolar, ese pensar y desear, ese aliento del
lenguaje, comunicación secreta que cada día se practica menos. Y no es de
sorprender porque casi el 30% de los niños españoles menores de once años
tienen móviles por lo que en vez de escribir cartas en estas fechas usarán
email a través de la web, otros afortunadamente si lo harán y la depositarán en
Correos o al lado del árbol navideño o junto a sus zapatitos.
Aunque a mí lo que me fascina es acercarme el día del
recorrido de la Cabalgata a uno de los soberanos y entregar personalmente mis
deseos, mientras le confieso que este año me he portado muy bien. Y es entonces
cuando él me mira con sorpresa mientras yo con mis ojos alegres pienso que el
hechizo existe.
Que, en Europa, bajo un mundo sofisticado, sigue latiendo un
corazón primitivo, agazapadas tradiciones populares y rituales, incluso
paganas, anteriores al cristianismo. Finaliza un año, comienza otro, se
renuevan las fiestas, nueva oportunidad para reflexionar en el tiempo
transcurrido
Me apoyo en mis recuerdos y evoco las primeras campanadas de
Fin de Año, el olor de mis padres, los acordes de valses y minúes. Recuerdo mi
primer amor, otros amores, historias sentimentales, malentendidos, dolor y
sentimientos puros. Recuerdo la infancia de mis cinco hijos, el abrazo de mis
nietos, evoco que ya no soy protagonista de sus vidas. En mi envejecimiento
confundo personas y acontecimientos cercanos. Todo se mezcla en mis
pensamientos.
Observo los telediarios contaminados por el olor de la muerte.
El planeta que se desmorona y siento que todo es soledad y caos, quizás estamos
retornando al primer día de la Creación, como se lee en el Génesis. Siento
terror y pienso que la única escapatoria posible es pedir a los Magos sabiduría
o vivir inmensas locuras, deseos pecaminosos.
Esa muerte y renacimiento
simbólico que es el secreto de mi fortuna.
Entonces, aunque ya nada es igual, aflora la ternura y a
pesar de las inmensas fantasías y contradicciones del destino, temeraria
escribo de nuevo una carta. Y un año más vuelvo a pedir: Una muñeca con un sombrero y
calderos, calderos, calderos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario