Juan Calero Rodríguez
Es un misterio a priori abrir las alas a un libro de poesía
de un autor novel sin saber qué expectante viaje desconociendo nos depara, a
qué ventana nos asomará, si sensaciones indescriptibles, nuevas formas de
expresión o tal vez distintas maneras de entender el universo, nada se sabe de
lo que hallaremos en sus páginas, es una sensación de incertidumbre y anhelo al
mismo tiempo. Nada importa más que el viaje iniciático, el zambullirse en sus aguas
y navegar por ellas hasta la conclusión del periplo.
Perderse uno por los colores de este libro del recién
estrenado autor palmero Héctor José Rodríguez Riverol enriquece tanto como
recorrer kilómetros por sus venas. No son juegos de palabras lo que nos ofrece,
sino historias de una vida.
Me llama la atención la alternancia, y la honradez de un discurso poético
distinto, tanto en su sentido ético como estético, donde no se identifica a qué
sexo le canta o a qué edad de la belleza del pensamiento que, sin ocultar los
valores de la tradición clásica y asumiendo su verdad, es capaz de constituir
una visión más abarcadora de la poesía. O tal vez se cante a sí mismo en
segundas para que cojamos esa sabiduría y nos la apliquemos a la primera
persona en singular.
Atrévete,
que no quede en ti
arrepentimiento por no intentarlo.
Decídete,
tienes un mundo de posibilidades
a tus pies para transformarlo.
Si lo crees, puedes lograrlo,
sin arriesgarse
la vida es vacía y dasaborida…
Regocíjate en ella sin dudarlo.
Se agradece en esta ópera prima su estructura en poemas
sencillos, concisos, llenos de vida, donde abundan los infinitivos en su viva
sonoridad y cada palabra está perfectamente utilizada en función de su posición
dentro del texto: la tensión que logra establecer a través de la reiteración de
algunos infinitivos al final de cada verso, como una letanía inagotable que marca
la pauta o clave poética.
El libro está lleno de esos pequeños momentos en los que en
alguna parte, en algún segundo, termina por aparecérsenos el todo al que
pertenecen. Al absorber sus palabras nos asalta su frescura y nos pone a
pensar. No es un libro más de poemas, aunque toda su primera parte esté
dedicado al eterno tema del cual se viene escribiendo desde que el hombre salió
de las cavernas: el amor. Es diferente
la forma de cómo este autor palmero aborda ese tema tan cantado y manipulado.
Para mí, su poesía es de una claridad deslumbrante, me hace vibrar y
emocionarme en cada palabra.
No diré si es mejor o inferior poesía que vemos cuando otros
autores se enfrentan a su primera obra. Es sólo un sueño de mostrar el misterio
de existir hecho realidad que, sin dudas, es la poesía.
Sueños, que de manera persistente
combaten nuestras tempestades ,
aliento, allí donde se baten desafiantes
ángeles y demonios, espectros y deidades,
atisbos de cielo despejado y sol radiante
en nuestro particular infierno,
amor, que reconstruido con las piedras del camino,
blande su espada contra un destino
inconcebible, incierto.
Esta, como cualquier otra poesía no debe leerse de principio
a fin, para ello están los otros géneros literarios, hay que saborear y digerir
cada uno de estos micropoemas y otros no tan cortos.
Héctor José tiene claro que de un poema lo que queda es una
frase, un concepto, un par de versos, quizás hasta un par de palabras claves y
esto es lo que nos ofrece en esta obra.
El libro, más que poemas a la usanza, está compuesto por una
serie de textos agrupados en dos partes, la otra, son textos más
existencialistas, del nudo que ahoga si no expulsamos, los miedos,
Rompo mis temores e intento vivir sin miedos ficticios,
pues de no hacerlo así, no solo malvivo yo,
sino quienes empatizan con mis deficiencias,
tal y como muestran los evidentes indicios.
O cuando canta a un posible hijo o amigo pequeño:
sumido en su tímido silencio,
aguardando, esperanzada criatura,
un mínimo gesto tuyo de ternura.
Este es un libro sincero, honrado, donde el autor nos
entrega su ser. Por ser el primero no será el único, que como pirámides se
elevarán sobre otros horizontes, otras visiones, otras experiencias.
Debo agradecer, porque lo estoy, a esos caminos que
emprendemos y se cruzan hasta que Héctor
José Rodríguez Riverol, con los nudillos rotos por tantos intentos, de tanto
golpear puertas que nos ignoran o se cierran temerosas, para que sigamos abordando
la farola de cualquier esquina de la vida, llegue una mañana a mis costas en
una balsa deshecha por un poco de palabras. Aquí tienes no sólo mis palabras
precipitadas, también un cuenco de la amistad que debe primar por encima de
todos los intentos.
Atrévete y abre la puerta,
aquella que esconde tu paso al paraíso…
o una pesadilla al mismísimo infierno.
Pues tú decides
cómo, cuándo, dónde y con quién
quieres arder o pasar el lúgubre y frío invierno.
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