José
Sebastián silvente
He vivido decenas de historias, he
sufrido decenas de heridas en el alma y siempre espero una nueva, así es la
vida; así es mi vida.
Decenas de veces sueño, con los ojos
perdidos en la nada, en la inmensidad de los océanos, en los desiertos…son la
calma que necesito, como el oxígeno,
para mi mente. Me imagino en la proa de una barca, cara al viento,
navegando sin rumbo, abrazado al silencio,
y me conforta estar solo, olvidándome de todo, antes de retomar lo
nuestro; ¡¡ese infausto desatino!!
Cada día igual a otro, frío como el
hielo de un invierno que no esperábamos,
que no habíamos programado, y no me resigno a soportar, después de tanto
tiempo juntos consumiéndonos, en los momentos que nos dimos en un total
desencuentro, en una soledad compartida, en un hastío sin fin; en una condena:
dos seres sin destino, bebiendo la misma hiel amarga.
¿Se nos durmieron las sonrisas, se nos
murieron los te quiero, o… tal vez fue que no existieron nunca, porque nuestros
labios se secaron como tierra sin riego,
igual que nuestros cuerpos, por falta de caricias, de abrazos y de besos?
¿Sabes?
yo te amé con la complicidad de
mis palabras desnudas, sobre inmaculadas sábanas, dispuestas como lienzos, para
plasmar en ellas la húmeda huella de dos flujos en sucesión de encuentros
consentidos…. sin éxito. Y a pesar de
tus gélidos suspiros, tus caricias calcinadas, a pesar del reflejo muerto en el
espejo y mi ahogada súplica por algo de expresión en tus ojos, que nunca se
posaron en los míos, y de un solo beso tuyo, que nunca conseguí, a pesar de
esperar en vano una palabra amable de tus labios, que no llegué a escuchar, un
amago de suspiro que enmadejara tu aliento con mi aliento y alguna frecuencia
de latidos de ese corazón, que no fue nunca mío, yo pincelaba mi imaginación y
la enmarcaba en una historia bella engañándome a mí mismo, para sobrevivir al
vacío de nuestro lecho.
Y así, entre sueños cercenados, entre
sollozos y puños apretados yo te amé; te
amé a pesar de mí, a pesar de ti… de nosotros; a pesar de la cárcel que los dos
nos impusimos y la famélica vivencia de mis ojos, mi piel y mis oídos.
Busco en algún rincón de mi memoria
alguna mueca tuya sin encontrar una expresión que te evoque, ni aun en mi
retina, y ante la imposibilidad de tenerte en mi recuerdo, descubro la
evidencia de mi propia inexistencia.
Mis poemas mueren antes de haber
nacido, porque… ¿cómo puedo escribir versos, si todos delatarían tu ausencia?
Intentar describirte sería describir la nada y nada, es nada que suponga una
palabra tuya, un gesto, una mirada aunque fuera en un momento de inconsciencia
que pudiera redimir la virginidad de mis sentidos y conferirles un motivo para escribir sólo unas letras.
Ahora, cuando mis labios callan
cobijando palabras desnudas en lo más profundo de mi ser, hago un esfuerzo y
viajo al confín de tu existencia y mi existencia con el afán de aceptar la
muerte de esta historia nuestra, porque más triste que su muerte, sería su no
existencia y porque acaso pueda encontrar un leve atisbo que dé sentido a esa
existencia, y desde esa existencia……
asumir, al fin, su muerte.
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