José Sebastián Silvente
¡Luna, diosa
mitológica, hermana de Helios y Aurora,
majestuosa,
blanca y desnuda; pozo de sueños inasibles
que incitas, con tus marmóreos destellos, la
inspiración de los poetas
que en su
delirio, llenan de versos el estrellado manto de la noche.
Luna, que con
tus bucles argentinos, bordados de luceros,
haces que eleve
al cielo mis versos llenos de dolor y desconsuelo
por un amor
idealizado, por un amor desesperado.
Luna de nácar,
de irisados reflejos, cómplice de enamorados,
reina virgen de
los astros en las cálidas noches de estío:
Oye el lamento
de este loco enamorado que llora su infortunio
clamando al reino
de las sombras su agónica plegaria
y brilla con destellos opacos, en esta noche
aciaga,
como un puñal
arcaico, dispuesto al sacrificio.
Dirige el carro ártico con séquito de
estrellas negras
hacia mi
infausto corazón, en esta sima de esperanzas muertas,
y llévalo a la insaciable pira de Hades,
ofreciendo mi sangre como ofrenda.
Clava la daga
sanguinaria en medio de mi pecho
y ayúdame, sin
tregua, a expirar mi último aliento,
porque perdí a
la que, en vida, más me amó y a la que más yo amaba,
y a la que sigo
amando en su muerte prematura,
porque mi vida,
sin su vida, ya no es nada
y mi cuerpo,
sin su cuerpo, es cuerpo yerto.
Luna de las
ánimas, ahórrame el tormento que me embarga,
esta congoja
que me ahoga y el sepulcral silencio que me habita.
Poderosa y fría luna llena: desata la furia en las
mareas;
que en su delirio arrastren pútridos restos de
algas infecundas
junto con los
despojos de mi alma desgarrada
y haz que en
los cementerios pregonen mi amargura.
Yo te suplico,
reina de la noche:
cubre mi
cadáver con un manto de bruma;
que los
hipocampos lo lleven hasta el fondo… mar adentro,
y abrazado al
de mi amada, lo dejen yacer… sobre su lecho!
No hay comentarios:
Publicar un comentario