Víctor Yanes García
El periodismo vulgarizado. Desconozco
si la expresión es inadecuada, inoportuna o no se ajusta a parámetros reales.
No soy un ser pasional, que pierde los papeles y se pone a vociferar, ante las
imágenes desagradables y estéticamente sucias que la realidad cotidiana nos
ofrece. El periodismo cuenta o contaba, ¿relataba? tampoco sé si la palabra
“relataba” es la más precisa y, en consecuencia, tiene algo que ver con lo que
el periodismo, desde una perspectiva de “calidad comunicativa real”, sería
positivo que fuera. No lo sé. Tampoco están claros, o tal vez sí, los límites
de lo admisible, ya no desde una concepción de base moral rígida, sino desde el
cuestionamiento de la utilidad misma de la gratuidad de las imágenes que los
medios editan, difunden, emiten.
El exceso de imagen paraliza e impide
el desarrollo de reflexiones por parte del espectador o público que asiste y es
testigo de los acontecimientos mundiales o locales, de los eventos de calado,
de lo que sucede, a fin de cuentas, a diario. La televisión retransmite, en una
tira de secuencias seleccionadas, el mundo, el mundo terrible en el que estamos
y ofrece, en ocasiones, todo aquello que no dudaríamos en apartar de nuestra
vista.
El poder de las imágenes es tan
apabullante, que inmoviliza y convierte en pasivos, a veces, a los sujetos que
observan dichas imágenes. Alguna vez he oído esa frase hecha que dice que los
medios de comunicación crean estados de opinión, y no estaría de más considerar
que esa afirmación resulta un tanto obsoleta a estas alturas. No creo que los
medios de comunicación fabriquen estados de opinión, para crear tales estados
hay que inducir al espectador a una reflexión, y la información basada en el
impacto de la imagen, tremendamente cargada de emocionalidad primitiva, nos
lleva a sentir emociones muy básicas, como pueden ser el asco, la ira, el
miedo, el rechazo visceral y primario, inhibiéndose la posibilidad de tomar
distancia y elaborar algún tipo de pensamiento o análisis sobre lo que estamos
viendo.
Recuerdo ahora, por poner un ejemplo
reciente, la imagen sobrecogedora y brutal del niño sirio ahogado en la orilla.
Esa trágica imagen congelada nos mueve sentimientos muy elementales y a la vez
profundos. El bebé refugiado que muere ahogado es una imagen tan espantosa, que
el espectador parece quedar en estado de shock, en un bloqueo del raciocinio
que le impide, tal vez, pensar en los orígenes reales de una situación tan dura
y dramática.
No estoy censurando, en modo alguno, la
publicación de dicha imagen, lo que planteo es, hasta qué punto los medios de
comunicación son conscientes del impacto emocional que van a provocar en la
sociedad y, si ese impacto, va a traer algún tipo de beneficio para la
comunidad, si va a fomentar sentimientos sólidos de humanidad y solidaridad o
simplemente se emite para ganar espectadores, es decir, consumidores.
La monstruosidad del conflicto sirio,
no creo que sea conocida por la inmensa mayoría de los ciudadanos europeos.
Otros ejemplos que podríamos señalar, en la línea del argumento que aquí trato
de exponer, es la significativa proliferación, en la pequeña pantalla, de la
crudeza que nos ofrece la crónica negra. Hace unas semanas, un canal de televisión
hizo pública la fotografía de una anciana que había fallecido desnutrida en su
casa, (pesaba 25 kg en el momento de su fallecimiento), debido al presunto
abandono al que le sometieron sus propios hijos o la identidades reveladas, con
fotos incluidas, del conductor suicida y su víctima, en la aparatosa colisión
de hace unas semanas en la autopista del sur de Tenerife. Material gráfico
explícito, directo, que mueve casi el sedimento más subterráneo de las
emociones. El espectador, pasa a ser un sujeto quieto e indolente, que se
convierte en un mero consumidor.
Realidad, en mi opinión, casi
incuestionable. El papel de los grupos mediáticos en la configuración del
comportamiento de los consumidores televidentes. Quizá, se ha desmembrado el
oficio del periodismo o tal vez no tengamos necesidad de ser tan apocalípticos.
Las cadenas de televisión pertenecen a grupos de comunicación que se han
convertido, de alguna manera, en fábricas industriales de imágenes para el
consumo, en la búsqueda del mayor rendimiento de sus resultados de audiencia.
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