Carlos Felipe Martell
Quien haya leído algún artículo mío en
este diario sabrá que no los escribo con mucha asiduidad. Soy de los que
necesitan inspiración para escribir. A veces, un pequeño detalle al que, en
condiciones normales, no le das más importancia de la que merece, puede
convertirse en esa mecha que te da el impulso emocional para que una idea
fluya. Hoy voy a hablar de los celos profesionales.
Soy profesor universitario e imparto
Estadística. Hace unos días fue mi cumpleaños y, al entrar en un aula, mi
alumnado del Grado en Turismo de la Universidad de La Laguna me sorprendió con
una suelta de globos de colores y unos cánticos que perfumaron de embrujo el
ambiente del recinto y agitaron mi alma. Luego, en otra aula, me esperaba una
tarta con diez puñeteras velas que no obedecieron nunca a mis soplidos. Pues
bien, el vídeo casero con las imágenes de los globos cayendo sobre mí, captadas
con el teléfono móvil de una alumna, fue subido al Facebook y se hizo viral. No
estoy seguro de lo que significa viral; no sé si es un concepto encorsetado
matemáticamente, pero al menos, para mí, el hecho de que un simple vídeo de un
profesor, entrando en clase y recibiendo la canción de Cumpleaños Feliz en
colores, registre casi nueve mil reproducciones en unos días, me parece
impactante. Por supuesto, ese inolvidable día me ha servido para leer cómo
funcionan estas maravillosas promociones de jóvenes canarios.
Podría contar otras anécdotas para
reforzar este “estado de la cuestión” que nos permita entender lo que pretendo
transmitir. Por ejemplo, aquella promoción de hace dos años que me regaló una
camiseta con un palíndromo serigrafiado en ella (yo escribo palíndromos) para
dejarme la boca abierta; como compensación, recogí la anécdota (y una canción
que les compuse) en mi novela “Los custodios de la Virgen”. Pero, bueno, vamos
a entrar ya de lleno en el charco. Y es que me encanta chapotear, hacer ruido
con el agua para intentar salpicar y penetrar con ella algunos oídos para lavar
el interior.
Me comentan unas personas que un
profesor, un compañero de profesión que imparte en el mismo grado que yo, se ha
quejado en clase de que sus alumnos no tienen base suficiente en métodos
estadísticos, en cosas “que ya les tendrían que haber explicado”. Se lo dice a
los alumnos, pero no es una crítica al alumnado, por supuesto. Es una
carambola, una propiedad transitiva que pretende escupir al responsable de la
Estadística (¡que soy yo!) pero sin que este se entere. Que lo sepan solamente
los alumnos. El mensaje está claro: “Ese profesor grotesco que manda a callar a
sus alumnos agitando un cencerro, o que amedrenta las clases con Samara (la
niña del pozo) embutida en sus transparencias, ese profesor… Ese profesor no
enseña bien la Estadística. Porque lo digo yo, que sé lo que deberían
enseñarles los demás profesores de las demás asignaturas”. Por desgracia para
él, me enteré. Por desgracia para él, aquí estoy, escribiendo lo que pienso.
Claro que alguien puede pensar: “¿Por
qué te lo tomas como algo personal? ¿Por qué crees que son celos profesionales?
Puede ser que se trate solo de una carencia conceptual, fundada o no, detectada
por un profesor”. Pero no; va a ser que no. Mi razonamiento es aplastante. En
mi Facultad hay muchos profesores. Pongamos que sesenta, no lo sé exactamente.
Pues bien, cuando me contaron la anécdota, sin decirme el nombre del autor, yo
les dije que podría acertar su nombre a la primera. ¡¡¡Y acerté!!! ¡Uno entre
sesenta! Es un tema de perfiles psicológicos. Solo eso. Si no hubiera acertado
cobraría validez esa posibilidad de que no fuese una puya hacia mí. Pero si
adivinas de dónde viene el veneno será porque ese veneno existe, y el
“empozoñador” también.
Aun así, supongamos que no tiene que
ver conmigo. A mí jamás se me ocurriría decir a mis alumnos que no tienen base
matemática, que no saben derivar y que tendrían que haberlos enseñado. Yo soy
docente y estoy aquí para enseñar, para reforzar conceptos o para explicar los
ignorados. Jamás le diría a un joven “Tú no sabes escribir porque tienes faltas
de ortografía, la culpa es de quien te dio clases de Lengua”. Le estaría
faltando al respeto. Si puedo, lo ayudaré a corregir esas faltas de ortografía.
En cualquier caso, si la Estadística es una herramienta usada por diferentes
materias y solo se queja una persona de que el alumnado no tiene la base
suficiente, el problema será suyo. Es más, yendo mucho más lejos, los métodos
estadísticos a los que se alude (los que se supone que no fueron explicados por
mí) seguramente son métodos inferenciales, y la Inferencia Estadística no está en
los temarios oficiales de la asignatura que yo imparto: ni puedo ni el
Ministerio de Educación me deja dar esos contenidos.
Yo lo veo así. Puedes caer bien a tus
chicas y chicos, ser un profe guay, pero si pretendes ser el único profe guay,
si pretendes arrogarte la exclusividad, si te revienta que algún compañero
también caiga bien, será porque tu retorcida mente es enfermiza y
autodestructiva. La envidia es uno de los sentimientos más absurdos del ser
humano. Ojalá recibieran con globos de colores a todos los profesores de la
Universidad de La Laguna en el día de su cumpleaños, porque eso significaría
reventar incontestablemente todos los parámetros que miden la calidad de
nuestras enseñanzas. Gánate el derecho a que tus chicas y chicos te traigan globos,
pero no intentes pinchar los de los demás.
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