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domingo, 2 de enero de 2022

IMPORTA LO DE FRANCESC DE CARRERAS

Lorenzo de Ara

Hay ciertos juntaletras que andan toda la vida publicando mierdas. Gentuza del periodismo o la cultura localista cocinando porquerías que sólo se publican en sitios paupérrimos o se convierten en libros para desgracia de las estanterías y de los amigos obligados a llevarse un ejemplar, aunque sea regalado y firmado. Son viejos, jóvenes y, sobre todo, personas con una autoestima por encima de los 3.718 metros.

Lo publican todo y, además, son llamados a conferenciar, a presentar actividades culturales, exposiciones pictóricas, certámenes literarios, cinematográficos. Ocupan el sitio que dejó libre la ballena que se tragó a Jonás.

Hoy yo prefiero que ustedes, sapientísimos lectores, disfruten de un trabajo publicado en El Confidencial por Francesc de Carreras. Lleva por título: “Enloquecidos, seductores, mentirosos, encantadores”.

Ni que decir tiene que Carreras no dedica un segundo de su vida a narrar la vida de los miserables que sí acorralan la mía. Nací en una isla, ésta, llena de folclorismo. Vine al mundo en un pueblo lo más parecido a Santa Cruz de Tenerife puesto al revés. Los cantamañas, “publicitarios y propagandistas” son el mejor abono que tiene nuestra tierra para mantener el verde pobretón del Valle de La Orotava.

Hablo de políticos y de politiquillas que se echan a correr y se esconden en la ratonera para no cruzarse conmigo ahora que estoy en paro y soy una cochambre. Por WhatsApp el bla bla bla que no necesita gastar saliva. De toda esta gazmoñería se deshice el 31 de marzo y hoy estoy en guerra contra ella, pero también contra los cobardes, ramplones y mediocres con ropaje de boutique y la risa de Rodolfo Valentino.

Es que no soporto a los estirados, a los gilipollas; no soporto a los que un día sacaron el título y jamás al vuelto a abrir un libro para que comprender qué son siete años escribiendo Madame Bovary, qué es Ulises en veinticuatro horas en Dublín, descartando por completo una odisea, o qué son Scott Fitzgerald y Hemingway en París en 1922.

Pero sí. Toca leer a Francesc de Carreras. Cuando terminen, si llegan al final, tómense unos minutos y pregúntense si Lorenzo de Ara tiene razón o no.

  José Varela Ortega, prestigioso historiador y director de la mítica Revista de Occidente, ha publicado en el número del pasado octubre de dicha revista, un brillante artículo de sugestivo título: "Gobernados por psicópatas, embaucados por publicistas". Desde el inicio de su escrito se replantea la gastada dicotomía política entre derechas/izquierdas, añadiéndole un interesante matiz: la distinción tiene sentido dentro del sistema político (por ejemplo, liberales moderados y liberales progresistas en la España del siglo XIX) pero no respecto de las fuerzas políticas situadas fuera del sistema (por ejemplo, en dicha época, carlistas y anarquistas). Situar en el bando de la derecha a carlistas y liberales moderados o en el bando de la izquierda a liberales progresistas y anarquistas, nos suministra un perfil confuso del mapa político y desnaturaliza el eje derecha/izquierda porque mezcla ideologías de naturaleza intrínsecamente diferente: los carlistas eran absolutistas y no pretendían instaurar una democracia parlamentaria; los anarquistas, simplemente, querían destruir el Estado. No así los liberales, tanto moderados como progresistas.

Es lo que hoy sucede si intentamos fusionar la socialdemocracia con el populismo, sea este de tipo nacionalista identitario (ERC, BNG o Bildu) o del tipo izquierdista (las diversas versiones de Podemos). Quizás también sucedería lo mismo con PP y Vox, si estos últimos explicaran claramente su ideología, más allá de la demagogia populista que suelen exhibir en las cámaras parlamentarias. Las fuerzas políticas extrasistema son siempre, además, antisistema, no quieren solo reformar las instituciones vigentes, sino destruirlas: en el pasado los carlistas pretendían derrocar la monarquía constitucional borbónica y los anarquistas al mismo Estado; en el presente, los actuales populismos pretenden acabar con el sistema al que llaman régimen del 78. Esta labor destructora es lo que los une frente a un enemigo común: las actuales instituciones constitucionales. Querrían reemplazar este sistema —dice Varela— por una Constitución confederal, no aprobada por consenso sino por el voto de un bloque determinado de partidos, con órganos carentes de controles y contrapesos, con facultades para designar funcionarios libremente sin exigirles ni mérito ni capacidad, solo fidelidad al partido.

Por tanto, la división derecha/izquierda dentro del sistema tiene un determinado significado y la fusión de la izquierda con los antisistema otro muy distinto, tan distinto que desnaturaliza la idea misma de izquierda, al menos la que tiene sus raíces en la Ilustración. Quizás por esto se le cambia incluso el nombre, se autodenomina "izquierda progresista" —un engendro, dice Varela— donde se mezclan valores tan antitéticos como la libertad y la igualdad de las personas con las supuestas identidades colectivas, sean nacionales, de género, de etnia, raza o religión. ¿Quién encabeza este engendro? Sin duda, en las universidades anglosajonas, especialmente norteamericanas, se ha ido creando desde hace algunas décadas un caldo de cultivo que ha llegado recientemente a prácticas tan contrarias a los derechos fundamentales como es la llamada "cultura de la cancelación", es decir, mandar callar a los discrepantes, y con abusos contrarios al principio ilustrado de presunción de inocencia como es el movimiento 'Me Too'. Todo ello constituye un retroceso notable de la convivencia en libertad, propia de la sociedad liberal.

Estas ideas contrarias a la libertad han sido recogidas y propagadas por políticos, a los que Varela denomina "políticos de teatro o actores mimetizados en políticos, tanto da". Y añade: "En cualquier caso, personajes muy elementales, de formación raquítica, ignorantes de cualquier saber ordenado, pero sobrados de una seguridad aplastante, al servicio de una temeridad ilimitada, gobernada con astucia, apoyada por una sagacidad desvergonzada y demagógica. Políticos adanistas, asesorados por un ejército de publicitarios y propagandistas, libres de ideas e ideologías, aunque expertos en las virtudes ofuscadoras del lenguaje, inventores de nuevos términos para nutrir una cartera de esperanzas y humo, envuelta en consignas simples y contundentes, como arietes verbales persuasores, que difunden en medios generosamente dopados con dinero público". Concluye, pesimista, Varela: "Y, la cosa, es que tienen éxito: están ahí hipnotizando a 'una población adormecida' (...), están ahí, en el poder, (que es lo único que les importa), porque, al parecer, [en cita de Pascal de Sutter] 'preferimos votar a los más enloquecidos, a los seductores, a los mentirosos, a los encantadores' con preferencia a los racionales y académicos".

El buen funcionamiento de las instituciones políticas es la base de todo Estado representativo y eficiente. Para este buen funcionamiento no bastan buenas instituciones, también son imprescindibles buenos políticos. Todo buen político debe ser ambicioso, cierto, pero también la ambición puede perderle y llegar a ser uno de los males de la democracia. Citando a Jacqueline de Romilly, transcribe Varela: "cuando se prefiere la lucha en favor de uno mismo a la gestión para terceros, el principio democrático queda viciado". Y añade su propio comentario evocando a los griegos clásicos: "El caso es que la política de la palabra otorgaba preeminencia al demagogo, a la oratoria del sofista tramposo sobre el razonamiento, de manera parecida a lo que sucede hoy con la política de la imagen y la ventaja del político-actor y su corte de publicistas". Por tanto, para entender las desviaciones de la democracia no solo hay que acudir a los vicios en que puedan concurrir las instituciones sino también a la psicología.

Varela resume los síntomas de la personalidad psicopática que afligen a muchos líderes políticos basándose en las investigaciones de los doctores Hervey Cleckley y Robert Hare, destacando las patologías siguientes: "Gran capacidad verbal y un encanto superficial; autoestima exagerada; escasa fiabilidad; tendencia a mentir de forma compulsiva y patológica; comportamiento malicioso y manipulador; carencia de culpa; falta de remordimiento y vergüenza; crueldad e insensibilidad; narcisismo, egocentrismo patológico y carencia de empatía". Vale la pena repasar estos síntomas para ver como encajan en determinados políticos actuales. Ahí no encontraremos a Merkel, ni a Draghi, ni a Macron, todos ellos racionales y académicos. Pero seguro que nos topamos con otros, con enloquecidos, seductores, mentirosos, encantadores, que hoy gobiernan ciertos países.”

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