Lo mismo que está ocurriendo en España, ocurre en los países del entorno. Europa arde. Pero es un fuego helador. Las protestas se hacen de dos maneras. En las redes, en artículos de opinión, en televisiones, radios, en los bares (sobre todo en los bares) y luego en casa, con la parienta, con el pariente. Ahí, en casita, es donde la república se revela y se sube por las paredes. El vecino oye los ecos de la toma de la Bastilla. Y luego están las protestas en las calles. Al aire libre. Centenares, miles. Sin mascarillas, con pancartas. Violentos. Enfrentándose a la policía y si pillan al político le romperían el cráneo con un diluvio de huevos. De gallina. Europa, y otros sitios, pero la Europa ilustrada (jajaja) arde y se muere de frío. Literalmente.
La pandemia llegó para quedarse y la pandemia es un negocio. También un quebradero de cabeza. Pero esto último para los de siempre. Y, créanme, en la democracia enferma que pisamos, los políticos forman parte del grupo de gentuza a la que le duele la cabeza después de dos años de bla blu bla.
El negocio está en la tele. El negocio está en mirar arriba, abajo, en no mirar para ningún sitio. El negocio está en ser solidario o negacionista. Se hace caja apoyando al serbio tenista multimillonario y al Nadal tenista multimillonario. Si usted decide quitarse la vida, hay negocio; si decide seguir peleando, hay negocio.
Tres vacunas, negocio. Ninguna vacuna, negocio.
Hace muy pocos días leí el maravilloso libro "La gente no existe" de Laura Ferrero. Lo recomiendo. ¡Negocio! Cuentos más allá del simple y vulgar ejercicio de apelmazar palabras
Hace apenas unas horas cayó el cuento "Amar hasta fracasar" de Rubén Darío. Se suprimen cuatro vocales y sobrevive la a. Darío aclara que el autor no es él, pero damos por bueno que sí, aunque el nicaragüense insiste en que era un colombiano. ¡Solo la vocal a para todo un cuento! Y claro que hay negocio
La muerte es un negocio. La vida es un negocio. Hasta el purgatorio es un negocio. La muerte de Bogdanovich es una putada. Así de claro
Cuando la política deje de ser un negocio que nos tome por tontos, entonces el periodismo morirá de inanición.
Esto le escribí al bueno de Martí Blanch. Y es que un tal Manu Sánchez en Antena 3 Noticias se cogió un enfado con nuestros políticos. “¡No nos tomen por tontos!” Y mucha gente se abrazó al presentador. Apoyos y más apoyos
¿Y si somos tontos? ¿Y si no hace falta que nos tomen por tontos? La Covid no ha sido la primera vez, ni será la última, claro está, que los políticos nos tomen por tontos. Ellos también son tontos. Y tienen miedo. El poder que se puede perder. La guerra por alcanzar el poder que puede chafarse por el miedito a pensar y escribir. El político es un tonto más.
En Estados Unidos se reparten golpes con la mano abierta los republicanos trumpistas y los demócratas del geriátrico. La toma del Capitolio por la horda de hijos de puta no ha terminado. Y las mentiras del NYT tampoco. Todo es un negocio que Adam Mckay vio mejor que nadie.
P.D.: El libro
escrito por Antonio Caño, “Rubalcaba, un político de verdad” es un gran libro.
Felicidades al ex director de El País. Y si quieren saber uno de los motivos
por los que estoy suscrito a El País, lean la novela (maravillosa) “Miss Marte”
de Manuel Jabois. Manuel trabaja para El País y es de los mejores columnistas
que hay en esta puta España iletrada.
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