Lorenzo de Ara
La nueva encíclica de Francisco es interesante. Hay que
leerla de verdad. Toda ella. Aquí hay un católico practicante que la aprueba en
su integridad. ¿Por qué? Porque no es más que un copia y pega de los
evangelios. Un copia y pega de la carta de Santiago. Un copia y pega de los
Hechos de los apóstoles. Y tras saberse que es así, no cabe olvidar que Juan
Pablo II y, antes que él Pablo VI y, antes que él León XIII, con la Rerum
Novarum, sin enterrar la venerable figura de Juan XXIII (el Papa bueno)
apelaron a lo mismo. Y recorrieron el mismo camino. Esta última encíclica no es
un nuevo Manifiesto Comunista.
Escribir a la ligera sobre el papado de Francisco es una
demostración clara de la estulticia que impera en el periodismo cuando de
analizar la situación de la Iglesia se trata y de modo muy especial cuando se
pretende vender al lector una fotografía del Vaticano y del Obispo de Roma.
Francisco es un mal teólogo. Y él lo sabe. Es un papa pobre
que me cae bien porque no oculta su pobreza intelectual, que cae derrotada ante
su gran corazón y su decida apuesta por lo social.
El Bien Común, o sea, Doctrina Social de la Iglesia en
estado puro, es un asidero seguro. Creo en ese pilar para hacer política y para
el día a día del que sin duda cabe decir: "tú eres Petrus".
La encíclica arremete contra el neoliberalismo, el
capitalismo salvaje, los populismos, el dinero. Y está bien que así sea.
Jesucristo fue un revolucionario y acabó en la Cruz. Pero
Resucitó.
Francisco no es un revolucionario. A lo mejor es un
peronista, un ex tupamaro. De ser español, un claro votante de Unidas Podemos
(legítimo), quizá incluso simpatizante de los planes que fabrica en la cabeza
Pedro Sánchez para la nación más vieja de Europa, y la que más sangre ha
derramado para la pujanza del cristianismo en todo el mundo. También legítimo.
No le gusta al Papa la democracia cristiana. Un servidor se confiesa
democristiano.
Y pensar que la "gran" Argentina está en
Occidente gracias a España.
Hay que leer, pero de verdad, la nueva encíclica.
Es tan pobre teologalmente que se lee de un tirón. En
serio.
Es, por tanto, digerible para esas cabezas pobretonas que
hoy dominan el mundo y sobre todo tienen protagonismo cuasi absoluto en las
redes sociales.
Mi Petrus es un Trump.
Y cuenta conmigo. "Francesco", digo. Bergoglio.
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