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miércoles, 28 de octubre de 2020

LA MUJER QUE DESCUBRIÓ CANARIAS AL MUNDO: OLIVIA STONE

José Melchor Hernández Castilla

“Pero a partir del último cuarto de siglo XIX, la aventura de viajar, que hasta entonces parecía exclusivo de los hombres, es asumida por las mujeres victorianas, fundamentalmente de la clase media y alta. El viaje femenino de esta época gloriosa de Gran Bretaña no estaba relacionado con el reconocimiento público o prestigio de quienes lo realizaban. Las causas por las cuales muchas mujeres victorianas ansiaban el viaje parecen no estar muy claras, aún entre las historiadoras que se ocupan de la historia del viaje femenino. Para algunas de ellas (María Frawley, Alexandra Allen, Doroty Middleton, etc.), el viaje era un gesto individual de las jóvenes ladies de la pequeña burguesía británica. Pero si bien las razones fueron diferentes para las ladies victorianas de clase media y alta, lo que si es cierto es que el viaje significaba para todas ellas un gesto individual de liberación, de conquista de un espacio social que hasta entonces no habían disfrutado. Viajar les proporcionaba la experiencia de nuevas vivencias en tierras desconocidas. Nadie mejor que Mary Kingsley lo refleja cuando escribe desde Las Palmas a su amiga de infancia, Hatty Johnson: “Cuanto más lejos estoy fuera en la mar, más maravillosa y perfectamente me encuentro. Me siento tan libremente a mis anchas, sentada y relajada, disfrutando por mi cuenta del lugar. Es tan bello para mí el ver sola Tenerife, Madeira, La Palma y Lanzarote, una serie de encantadores lugares tan diferentes a la bella Inglaterra en su forma y color. Es el mayor de los cambios”. Pero si bien la luz y el cielo azul de Italia era solamente lo que estaba al alcance en la primera mitad del siglo XIX, la mejora de los medios de comunicación con la aparición del vapor permitió a los ingleses acceder más fácilmente al cielo azul de las islas del Atlántico, situadas más al Sur, pertenecientes geográficamente a África, el continente que despertaba pasiones. Eso desató una inusitada pasión en las mujeres victorianas, como en los hombres, por el viaje a las Canarias. A la mayoría les animaba el ascenso del Teide en la isla de Tenerife. Las montañas coronadas de nieve como la del Teide, fueron mucho más importantes y atractivas que cualquier placer que la sociedad pudiera ofrecerles. Ascender el Teide, la montaña que custodia a la isla «como un ángel»; ver, anotar, comprobar, y admirar todo lo que centenares de ilustres científicos habían hecho antes que ellas, «es una experiencia espiritual -como dijo Olivia Stone-imposible de olvidar». Isabelle Burton fue la única inglesa que se atrevió a subir el Teide en invierno (el 22 de marzo de 1863), cosa que no había hecho nadie desde 1797” (González Lemus, Nicolás, 1/1/1997. “Mujeres Victorianas en Canarias”.  www.nicolasglemus.com/viajeras-victorianas-en-canarias/).

“Oliva Mary Stone -1856-1898-, irlandesa, residente en Londres… arribó al puerto de Santa Cruz de Tenerife, el 5 de septiembre de 1883… Le acompañaba su esposo, John Harris Stone, fotógrafo londinense, con el que recorrió el Archipiélago Canario… Durante los 6 meses que permaneció en el Archipiélago, residió en el Hotel Turnbull del Puerto de la Cruz, desde donde se desplazaba a todas las Islas… Su libro “Tenerife y sus Seis Satélites”, publicado en Londres en 1887, constituye el mejor retrato de la sociedad isleña de finales del siglo XIX, pues describe a La Isla como un centro de atracción… ya que desde el Teide, el gigante de las alturas, se aprecia el resto de las islas como auténticos satélites en torno a él… Su obra fue una perfecta guía propagandística para Tenerife, no sólo por la narración, sino por la gran cantidad de fotografías de dibujos y fotografías que contiene… En el momento de su partida, Olivia Stone, ante los elogios recibidos por la prensa tinerfeña, dice: “Siempre les recordaremos como nos parecieron a nosotros, verdaderas Islas Felices, lo más parecido a un Paraíso Terrenal” (Ledesma Alonso, José Manuel, 2/7/2017. “Tenerife y sus seis satélites. 130 años del libro de Olivia Stone”. Publicado en La Opinión).

“Mientras tanto el calor del sol me había dado un dolor de cabeza tan fuerte que casi no podía despegarla del banco de piedra donde la había apoyado. De repente oí decir a alguien en español: ¿Está usted enferma, señorita? Al alzar la vista vi a un español, alto y de aspecto agradable, vestido con un traje blanco, que se dirigía a mí. Le dije: “No, pero me duele la cabeza y hace mucho calor”, y esto hizo que me rogara que entrase en su casa a descansar. Tras un momento de duda y temiendo una estancia que probablemente se alargaría, acepté agradecida su ofrecimiento. Mostrándonos el camino, le seguimos. Nos condujo a su casa, situada en una esquina de la plaza, y a un pequeño patio bajo atractivas enredaderas y helechos colgantes desde donde llamó a su esposa que pronto apareció y nos dio la bienvenida. Eran personas alegres y amables, con unos hijos agradables y buenos, y tenían un hogar pequeño y muy ordenado. Me cogieron de la mano, me obligaron a acostarme, me dieron una bebida cítrica deliciosa y refrescante, a base de limones frescos, mojaron un paño en un líquido fresco y aromático que me colocaron en la frente y, en pocas palabras, se mostraron verdaderamente cariñosos y hospitalarios. Después, dejando la habitación en penumbra y mandando callar a los niños, me dejaron durmiendo en aquel cuarto fresco y oscuro. Tan efectivos fueron los remedios de Don-, que en una hora me había recuperado y mi dolor de cabeza había desaparecido. Le pregunté si era médico y me respondió que solamente era farmacéutico. Muy amablemente nos rogó que nos quedáramos toda la noche, pero pensamos que era mejor seguir nuestro camino y dormir, como pensábamos hacer desde un principio, en Santiago. Enormemente agradecidos, abandonamos a nuestro buen samaritano, montamos a caballo y continuamos nuestro camino colina arriba…” (Stone, Olivia, 1887, 2005. “Tenerife y sus Seis Satélites”. Ediciones del Cabildo de Gran Canaria. Tomo I. Páginas 114-115).

“Les mostré a las mujeres que allí se habían reunido las fotografías de mis hijos, que siempre gustan a sus cariñosos corazones maternales -¡Dios las bendiga!-, aunque creo que piensan que no tengo corazón porque los abandono tan lejos de aquí. Algo más tarde, durante el calor de la mañana, un tiempo que empleé provechosamente con mi pluma, una joven muchacha entró y pidió permiso para ver las fotografías de los niños, ya que no las había podido ver antes. Quería saber sus nombres, de modo que los deletreé en mi cuaderno de notas para que pudiera leerlos. Era muy inteligente y había recibido alguna educación, así que pudo darnos información sobre algunas cosas poco importantes” (Stone, Olivia, 1887, 2005. “Tenerife y sus Seis Satélites”. Ediciones del Cabildo de Gran Canaria. Tomo I. Página 206).

“Durante las fiestas, una de las principales diversiones de los más jóvenes de la población es montar a caballo. Los hombres pasean por la ciudad en buenos caballos –algunos de ellos magníficos animales- y bien herrados para que hagan mucho ruido sobre las calles pavimentadas. Las damas se asoman a sus ventanas a observar las cabriolas de los corceles, ya que presumen mucho, y los hombres, a veces, además de las miradas, intercambian algunas palabras con las señoritas. Generalmente, el día acaba con un baile al atardecer. Los bailes típicos de Tenerife son la malagueña, la isa, la folía y la seguidilla; las dos primeras son, también, las canciones típicas que con frecuencia hemos tenido que aguantar cuando las cantaban mal. El precio de las guitarras varía entre dos y diez dólares -de ocho chelines a dos libras- por lo que está al alcance de cualquiera comprarse una y rasguear algo que sirva de acompañamiento  (Stone, Olivia, 1887, 2005. “Tenerife y sus Seis Satélites”. Ediciones del Cabildo de Gran Canaria. Tomo I. Página 486).

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