Javier Lima Estévez
Las aportaciones del doctor Juan Bethencourt Alfonso
(1847-1913) marcan un punto fundamental en el inicio de los estudios
folklóricos, etnográficos y antropológicos de Canarias. La recuperación de su figura es el resultado
de la incansable labor desarrollada por el profesor universitario Manuel A.
Fariña González, quien se ha encargado de estudiar su obra, siendo notable
muestra de ello la publicación de La Historia del Pueblo Guanche o Costumbres
populares canarias de nacimiento, matrimonio y muerte.
De esa última obra, extraemos toda una serie de datos en
relación a las celebraciones desarrolladas en el contexto del Día de Difuntos.
En ese sentido, en el sur de la isla de Tenerife “antes de ese día encendían
luces sobre los sepulcros, tantas cuantos eran los seres queridos muertos, y
además ponían trigo, carneros, etc. El cura recogía las ofrendas a medida que
cantaba los responsos”. No faltaban las oraciones durante la noche. Además,
colocaban dentro de una bandeja con aceite mechas, dedicando cada una de ellas
a un finado, siendo curioso que algunas personas afirmaran conocer “el estado
de las almas de los muertos por las particularidades que ofrecen las luces”,
explicando el significado de aquellas que se apagaran, pues se entendía el
descanso del alma de la persona; frente a la mecha que permanecía muy
brillante, siendo entonces necesario recurrir a muchas oraciones. La
iluminación con luces era una práctica habitual en muchos hogares e incluso en
la Iglesia. Una práctica registrada en lugares como Güímar, pero con la
particularidad de que la llama que se apagaba era por no necesitar de más luz;
mientras que la luz que fuera más intensa indicaba que el alma se encontraba
muy próxima de entrar al cielo. Muy similar sería la situación que ese día se
desarrollaba en el núcleo de Los Realejos, siendo característico que cada mujer
procedía a encender en la Iglesia tantas velas como individuos de su familia
tuviera fallecidos. Es importante destacar la particularidad festiva de ese día
en el núcleo realejero, pues durante la noche “acostumbraban los monaguillos y
demás empleados de la Iglesia hacer una cena, con todas las castañas, frutas y
demás regalos que han podido reunir en los días anteriores, pidiendo de casa en
casa”. A continuación, tras finalizar la cena, “le quitan a San Miguel el
diablo que tiene a los pies, le atan una cuerda al cuello y le arrastran con
piedad salvaje por toda la Iglesia”.
En Arona, las mujeres serían nuevamente las responsables de
encender velas durante la noche en los recintos religiosos el Día de Difuntos,
llevado todas ellas grandes cantidades de frutas o huevos envueltas en paños
que depositaban sobre los sepulcros; así como carneros, barriles de vino, entre
otros alimentos. “De cuando en cuando, las mujeres levantaban la mano con un
saco o bulto que era la señal para que el sacristán o monaguillos que andaban
husmeando, fuera por la ofrenda, que metían en la sacristía y volvían luego a
devolver el paño”.
Por su parte, en la isla de Fuerteventura, existía la
tradición de poner ese mismo día sobre los sepulcros fanegas de trigo, carneros
vivos, garrafones de vino e incluso cestas de pan, junto a dulces y otros
productos “para los ministros de la Iglesia”. Para tal isla, señala que en la
localidad de Antigua, por parte del cura y el sacristán, se realizaban toda una
serie de responsos sobre los sepulcros, un aspecto ejecutado hasta mediados del
siglo XIX, pues, en el momento de recopilar los datos, Bethencourt Alfonso
expone que salen por el mismo pueblo “con la cruz de la parroquia, el sacristán
y monaguillos con agua bendita, dando «la paz de Dios», y recogiendo todo lo
que le dan, como dinero, fruta pasada, almendras, etc”.
En definitiva, hemos destacado toda una serie de aspectos
en diferentes lugares de Canarias sobre los actos desarrollados antes y durante
el día de Todos los Santos en el siglo XIX recopilados a través de la obra de
un canario que en sus diferentes investigaciones muestra una gran preocupación
por el conocimiento de las Islas y sus habitantes.
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