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jueves, 22 de octubre de 2020

EL PROGRESO DE LAS NACIONES

Evaristo Fuentes Melián

La UNICEF se cuestiona las propuestas para cambiar la medida de progreso.  Es menester cambiar poder militar y económico por niveles de salud, nutrición y educación. Hay dos formas de ver y atacar el problema. Que se estén llevando a la práctica, es harina de otro costal.

Se debe   plantear el tema   desde estas dos perspectivas:

Primera Opción.- Dar por sentado que hay alimentos suficientes para toda la Humanidad, y por tanto no es necesario el control en la disminución de la natalidad, si verdaderamente los organismos internacionales se ocupasen de repartir bienes básicos y alimentar debidamente a los ‘desheredados’ del Tercer Mundo. 

Segunda Opción.- No hay alimentos suficientes, no es posible por tanto alimentar a toda la población del Planeta, que va en aumento imparable y desmesurado; por lo tanto es necesario un control, a nivel mundial, de la natalidad.

Una serie de circunstancias, que se agravan con el llamado 'Nuevo Orden Mundial', complican el problema y hacen inviable en la práctica la Primera Opción.   Los centros  decisorios del mundo occidental,  con los Estados Unidos  de América  al frente, están adquiriendo  un  enorme  poder sobre  el  resto  de  la población  mundial,  capitalizando  hasta las  guerras  de  una  manera cerebral, calculada solamente desde el punto de vista de  la  rentabilidad de la industria  del armamento.   Es  eso  que  se  ha  dado  en llamar 'capitalismo  salvaje'  o,  con eufemismos y  camuflajes  semánticos  suaves, se puede denominar 'política  de  libre  mercado'. 

Se  inventan  demonios  (en su momento, Saddam Hussein)  para justificar  guerras como  la  del petróleo, o se ayuda a los golpistas (Yeltsin),  cuando en el fondo de todo ello no hay sino  un  beneficioso  interés  comercial  de  control del desarrollo del consumo,  en crisis política y social permanente.

Por el contrario, la Segunda Opción, auspiciada por un organismo que muy bien  podría  ser la  propia  UNICEF  para  control de la población y reparto de  alimentos,  medicinas y bienes de primera necesidad en zonas y países subdesarrollados, traería consigo la  disminución simultánea  de los elevados índices  de mortandad infantil, enfermedades y miseria en  general. 

El egoísmo  ciego  de  las  grandes  multinacionales, ayudadas moralmente por doctrinas religiosas cuestionables contra el control de  la  natalidad,  echa  por tierra todo programa  de desarrollo armónico.  

Pero no hay otra solución.   Las pateras, mientras tanto, seguirán cruzando todos los estrechos y mares hacia el Norte, en busca desaforada de alimentos, huyendo de una inestabilidad miserable permanente.

ESPECTADOR

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