Salvador García Llanos
El asesinato de George Floyd, en Minneapolis (USA),
siguieron manifestaciones de protesta en varias ciudades del mundo. Un
conflicto social en plena pandemia que vino acompañado del derribo de estatuas
o monumentos. Las imágenes revelaban furia e irracionalidad que cuestionaban el
tributo a quienes representaban. Ni el mismísimo Winston Churchill se libraba
de este desquite. […]
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El asesinato de George Floyd, en Minneapolis (USA), siguieron
manifestaciones de protesta en varias ciudades del mundo. Un conflicto social
en plena pandemia que vino acompañado del derribo de estatuas o monumentos. Las
imágenes revelaban furia e irracionalidad que cuestionaban el tributo a quienes
representaban. Ni el mismísimo Winston Churchill se libraba de este desquite.
El caso es que, tal como apunta Noelia Adánez González,
doctora en Ciencias Políticas y Sociología y dramaturga, el derribo de estatuas
nos obliga a debatir sobre la historia. La invitación de la autora sugiere
empezar por una interpretación de lo que significan estas acciones en la
coyuntura actual. Apoya su tesis en que hay sectores de la población que están
reivindicando, ¡atención!, no solo que cambie la historia, sino las políticas
de la historia que han sostenido aquellos relatos del pasado escritos por
vencedores. Es decir, la mayor parte de esos relatos, porque la historia, como
dijo hace casi un siglo Walter Benjamin, la escriben los vencedores.
“El derribo de estatuas no solo pone en jaque la idea
unívoca de Colón como héroe de la conquista o de Churchill como gran estadista,
sino que interpela a la historia como disciplina y la confronta con su
dimensión política”, escribe Adánez.
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Por eso, esta corriente de derribo parece obedecer a un
elemento reivindicativo más dentro de las protestas. El profesor de Historia
Contemporánea de la Universidad de Valencia y miembro de la Coordinación del
Aula de Historia y Memoria Democrática, Toni Morant, advierte que la tendencia
de las últimas semanas no es nueva. Las figuras escultóricas, en estatuas y
bustos, así como la rotulación de calles, avenidas y plazas con nombres, han
venido en muchos casos acompañadas de polémica social. “Son símbolos de poder
que reflejan qué valores primaban en el momento de su respectiva erección o
nombramiento. Las protestas están intentando subvertir valores y contrarrestar
relaciones de poder de nuestras sociedades mayoritariamente blancas”, razona
Morant. Un día, héroes; otro, villanos.
Una justificación manida y recurrente, el dicho ‘forma
parte de la historia’, no se debe argumentar, según una extendida opinión de
historiadores y estudiosos, al entender que se condiciona o se niega el debate
para seguir asumiendo de forma acrítica la exaltación de símbolos del racismo,
la opresión o el colonialismo. ¿Por qué no han caído antes?, esa es la
cuestión. Depende, pues, de valores y personajes, de su aportación y hasta de
su aprecio por parte de las sociedades entre las que nacieron o se
desenvolvieron. Como depende de la chispa que enciende sentimientos y afanes.
Otro historiador, César Rina, profesor de la Universidad de
Extremadura, entiende que “se pretende visibilizar un cambio de paradigma, o la
pretensión para que cambie”. Más allá de simplismos, simpatías o antipatías y
de interpretaciones discrepantes, de valores materiales y artísticos, y hasta
de daños patrimoniales, en algunos casos irreversibles, Rina no cree que se
trate de revisionismo histórico entendido como negar el pasado, sino de negar
el elogio a determinados personajes o actitudes del pasado.
Pero bueno, debatamos sobre la historia.
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