Javier Lima Estévez.
Historiador
El nombre de D. José Siverio Pérez (1928-2019) figura en diversos
ámbitos que trató y abarcó a lo largo de su existencia. El sacerdocio, la
radio, la investigación, el arte y otros campos de la cultura ocuparon su
interés y atención. Bajo el principio de conocer más y mejor su trayectoria,
acudimos en numerosas ocasiones hasta su domicilio, situado a escasos metros de
la Parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, en el centro histórico de
Realejo Bajo, recordada por el incendio de 1978 y la iniciativa que, gracias a
numerosas personas y bajo su designación como presidente de la comisión, se
terminaría por reabrir en 1993. La vida de D. José estaba marcada por
incontables vivencias y anécdotas. Se podía dialogar con él durante horas, pues
se mostraba al día de la realidad en la que vivía y era consciente del pasado
que formaba parte de su existencia vital. Siempre se mantuvo optimista. Hasta
el final conservó una memoria privilegiada, recordando con exactitud nombres,
fechas y acontecimientos que le tocó vivir o de los que fue protagonista.
Por
tantas acciones e iniciativas recibió numerosos reconocimientos. Seguí de cerca
sus últimos años. Lo visité por última vez el 30 de mayo de 2019 junto al
historiador Germán F. Rodríguez Cabrera. En su domicilio se encontraba su
sobrino Manolo. Nos abrió la puerta y le saludamos. No queríamos molestarle
durante mucho tiempo pero, como en tantas otras ocasiones, lo que era un saludo
se transformó en un ameno diálogo durante más de una hora. D. José se
encontraba preparado para ver en la televisión la entrega de los Premios
Canarias. Intercambiamos impresiones sobre los premiados y nos formuló
numerosas preguntas sobre ellos. Durante el transcurso de la conversación,
acudimos primeramente ante la imagen de Los Realejos en el transcurso de los
años treinta, cuarenta y cincuenta del pasado siglo XX. D. José era capaz de
describir esos años con increíble nitidez. Yo acababa de adquirir un ejemplar
de su novela Un pueblo cualquiera, publicada
en Madrid en 1958. Le formulé preguntas sobre su origen, desarrollo y
estructura. Especialmente acudí ante su último capítulo en el que se advierte, de
forma autobiográfica, un homenaje póstumo a su hermano Manolo. Con cierta
emoción en sus ojos recordó la vida del joven que falleció como seminarista en
plena adolescencia. Según nos relató, había acudido junto a su padre y otros
hermanos al núcleo de Las Aguas. Allí disfrutaron de una agradable visita donde
no faltaron los instrumentos musicales y la interpretación de diversas piezas.
Al día siguiente, amaneció con fiebre y, a las pocas horas, falleció. Esa
muerte marcó indudablemente al núcleo familiar y, especialmente, al propio D.
José, que le recordaría siempre como un ser del cual lograría aprender
numerosas lecciones para la vida. Intercambiamos también impresiones sobre su
tío, de mismo nombre y primer apellido, D. José Siverio, que durante años ocupó
el cargo de párroco en el sur de Tenerife hasta su traslado al norte.
Comentamos detalles sobre la vida de su padre, D. Rafael. Se sucedieron,
además, las anécdotas y las vivencias de otros protagonistas del escenario
realejero como D. Cipriano de Arribas y Sánchez (su padre llegó a trabajar con
él) y otros seres que permanecen en la memoria colectiva, tal y como sucede con
el recordado doctor D. Joaquín García Estrada.
A media mañana del martes 4 de junio de 2019 recibo un mensaje
de texto de su sobrino Manolo. D. José había fallecido. Por motivos laborales
yo no estaba en Tenerife y sentí con profunda tristeza e impacto su
desaparición. Atrás quedaba la imagen y el recuerdo por un ser cuya biografía constituye
una parte esencial para aproximarnos al conocimiento del siglo XX y primeros
años de este siglo en Los Realejos. Un año después, seguimos manteniendo su
recuerdo como homenaje y agradecimiento a su vida, a sus acciones, a su
generosidad y, por supuesto, a su entrega por los demás.
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