Salvador Gracia
Llanos
Va a quedar
ahí como un estigma de esos que el propio imaginario popular termina asumiendo
y versionando, hasta prolongarlo ya sin medida y sin que mediaren muchas
capacidades de borrarlo. Para colmo, se produce en las proximidades del final
del mandato cuando se supone que gobierno y oposición pugnan por acelerar sus
objetivos y, más que eso, por hacer valer planteamientos y mensajes que se
hagan acreedores de la continuidad que persiguen unos y de poner en valor la
condición de alternativa que se supone el empeño de otros.
Era lo que
faltaba a un mandato municipal en el Puerto de la Cruz que termina -a estas
alturas no tiene ninguna utilidad ni efecto práctico que saquen documento
alguno, si es que lo tienen- sin que se conozca el texto que ha sustentado la
alianza entre Partido Popular y Coalición Canaria, segundo y tercero en la
clasificación de resultados electorales de 2015. Pero hay que recordarlo,
claro: porque la población tenía derecho a saberlo para contrastar las
condiciones en que iba a ser gobernada y porque se han tomado decisiones que, a
sus espaldas, se prestan a críticas e interpretaciones no todas favorables.
Anunciaron que lo harían público y hasta la fecha. Un incumplimiento de base.
Pero la lógica, en política, ya se sabe, no siempre prepondera.
El caso es que
el pasado lunes el pleno del Ayuntamiento se vio interrumpido cuando, tras
haber aprobado los presupuestos generales del presente año, prosperó una
propuesta del alcalde, Lope Afonso (PP), para frenar y seguir en otra fecha o
convocar una nueva sesión, que las formalidades, depende, son para adaptarlas o
cumplirlas con laxitud. Y si hay que incumplirlas, ya se buscará una
justificación, aunque sea política y poco fundamentada en derecho.
Llevaban las
señoras y los señores capitulares debatiendo unas cuantas horas cuando Su
Señoría puso sobre la mesa del máximo órgano institucional la propuesta. No
explicitó las razones pero luego se ha sabido que unos cuantos ediles acudieron
al concurso de murgas que se celebraba en una localidad cercana. O sea, que la
corporación -no hubo votos en contra- dejó sus deberes pendientes -había seis
puntos más en el orden del día, casi nada- para escuchar los estribillos y ver
la sandunga murguera. O sea, una carnavalada más.
Tal como están
las cosas en política, con su desafección a veces ganada a pulso, tal es el
grado de malestar que se palpa en amplios sectores sociales portuenses,
que la decisión es infortunada y carne
de crítica, aun cuando esas mismas murgas no dispongan de tiempo ahora para
adobarla. La oposición, muy en su línea de blandura y benevolencia de todo el
mandato, perdió una excelente oportunidad de poner en evidencia lo que tiene
mucho de negligencia. Digamos que le sirvieron en bandeja un manjar apetitoso y
declinaron. Hace pocos meses, una sesión ordinaria también fue aplazada y no
fue noticia. Si la oposición reclamó, tampoco trascendió. Cualquiera sabe si en
los oficios internos de la institución municipal existe algún documento que lo
acredite. No es que fueran a ganar mucho, probablemente; pero dejaron pasar
siquiera una declaración de sentido de la responsabilidad, rigurosidad y
seriedad. Ahora, a llorar en la plaza, donde, por cierto, su popular y
abandonada cafetería lucía a la misma hora del ¿aplazamiento? del pleno un
aspecto tenebroso y fúnebre tras el cierre, según parece, motivado por una
inspección sanitaria.
Más de uno
dirá que son hechos propios de un mandato agitado, pero menos. Insulso y poco
edificante. Oscurantista y desabrido. La historia lo recogerá de esa manera: ahora
porque un pleno fue interrumpido para que los ediles acudieran a un acto de
Carnaval. Ellos sabrán. De momento, se han ido de murgas.
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