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sábado, 15 de diciembre de 2018

RECORDANDO A MI QUERIDA MADRE


Agustín Armas Hernández.


Con lágrimas en los ojos retenidas,

con el corazón, sangrante.

El alma angustiada, reprimida,

inmerso en desilusión constante:

en un mar de amarguras desasistida.

A la clínica cada día iba a visitarte;

en tu postrer lecho te encontraba...

...Otra cosa quiero decirte —última ésta—: Un día que fui a verte, en el lecho estabas triste y dolorida. Quise animarte, pero... jamás herirte. Sabedor de lo que te gustaba contemplar el mar, en días espléndidos y con sol radiante, te dije: «Hoy, al pasar por el muelle, he visto el mar más bonito que nunca». ¡Me miraste con tristeza y entre suspiros contestaste: ¡ay, el mar! ¡Quién pudiera volver a verlo! No pudieron articular mis labios lo que sentía: solo balbuceé con dolor de mi alma: «Otros mares más puros y azules los hay, ¡madre! Es ahora ella quien podría decirme: «Sí, Dios tiene preparados cielos nuevos, y nuevas tierras para quienes le aman» (Apoc. XXI;1). «Y verás además mares transparentes como el cristal, y azules cual zafiro» (Éxodo XXIV; 10 - Apoc. XV;2). Hablamos siempre de «esta vida» y <<este mundo>>. Luego existe «otra vida» y «otro mundo» ¿No es así? ¡Claro que sí madre! Yo solo deseo, y espero, gozar de la dicha del Señor, en esos lugares celestes, donde tú estás, ¡todos los días de esa maravillosa vida!


Dios es amor, dice San Juan. Pues, todos los que quieran gozar de esa tierra y esa vida, con el Señor, que pongan en práctica ese verdadero amor... el de Dios. Trabajemos, juntos, para ganar ese salario. Es el más rentable. ¡Sin duda alguna!

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