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sábado, 22 de diciembre de 2018

BALCONES, ELEMENTOS DISTINTIVOS


Salvador García Llanos

Primero fueron los patios; luego, los balcones.

Casi inopinadamente, cuando una tarde recorría la Villa clásica y señorial, en busca de dinteles, jambas, postigos y carpintería artesanal, atravesó el zaguán abierto y quedó embelesado cuando contempló la belleza y la armonía de aquel patio. Muchos encantos. Tantos, que allí mismo brotó la idea de reunirlos y plasmarlos documentalmente. 

Dedicó los domingos y festivos a un recorrido por las localidades de la isla. Salió en busca de esos espacios sobresalientes, frondosos, pletóricos de frescura, bien decorados con elementos de distinto tipo, pero, sobre todo, con profusión vegetal que revelaba, está claro, un esmerado cuidado de las más variadas especies. Viajó por las islas para fotografiar sin descanso. En Fuerteventura y Lanzarote contó con la colaboración de sus respectivos cabildos que cedieron testimonios gráficos registrados en sus archivos.

Ahí, en esa chispa y en ese recorrido, al cabo de numerosos disparos fotográficos desde muy distintos ángulos, surgió el libro titulado “Patios singulares de las Islas Canarias” (Publicaciones Turquesa, Santa Cruz de Tenerife), aparecido en 2008. Fue prologado por el abogado, ensayista y escritor, Alfredo Herrera Pique, quien fuera senador del Reino, director del semanario 'Sansofé' y presidente del Museo Canario. Quienes han accedido a ese volumen seguro que dan fe de la calidad de la edición, en la que llama la atención la hermosura de las fotografías en color, obtenidas por el autor en un 95 %. Seguro que algunos de ustedes recuerdan con agrado la presentación del libro, en marzo de 2009, a cargo del inolvidable doctor Enrique González González.

Primero, los patios canarios. Alguien tenía que inmortalizarlos y le tocó a Tomás Méndez Pérez que cursó el bachillerato, por cierto, en un colegio al que rendimos tributo en este mismo Instituto hace unos meses con la presentación de una publicación sobre su historia: ¡quisimos tanto a ese colegio de segunda enseñanza, “Gran Poder de Dios”!

Tomás apuntaba desde niño las maneras de un dibujante que se curtió primero en la academia de José María Perdigón y luego en la Escuela de Magisterio de La Laguna, donde el pintor Mariano de Cossío le aleccionó adecuadamente. Ya era maestro titular de enseñanza primaria en 1950. Tres años después, ingresa por oposición en el cuerpo de magisterio nacional, en Las Palmas de Gran Canaria. Ejerció en Moya, en La Caleta de Interián, en Los Silos, y desde 1959 hasta su jubilación en 1993, en el colegio “Nuestra Señora de la Concepción”, en La Orotava natal.

Varias distinciones, algunas de ámbito nacional, adornan su desempeño profesional. Y para que nada falte en este apresurado recorrido biográfico, su especialización en caligrafía propició que ejerciera como perito calígrafo durante treinta y ocho años en los tribunales de justicia de Tenerife.

Colaborador habitual de los rotativos tinerfeños El Día y La Tarde, es miembro y socio numerario del Instituto de Estudios Canarios y del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias. Autor de varios libros: “La ermita del Calvario y su Real y Venerable Hermandad de Misericordia”, “Antología de semblanzas del Teide”, “La influencia y presencia de los portugueses en el poblamiento de Garachico”, “Garachico, cinco siglos”, “Antecedentes históricos del Teide y Las Cañadas”, publicado en el año 2000, “La Orotava, cien años en blanco y negro (1858-1958)” y el ya mencionado “Patios singulares de las Islas Canarias”. En todos ellos, vuelca su genuina pasión científica y estética por la naturaleza, por la historia y por los valores patrimoniales de nuestra comunidad.

Y hoy Méndez Pérez nos convoca aquí porque ahora toca hablar de balcones, los que ha ido localizando, describiendo y clasificando (las tres tareas básicas), junto a su esposa, a su nieto y a sus amigos del colectivo cultural “La escalera”, destinatarios de la dedicatoria de un libro cualitativamente editado, Balcones tradicionales de las Islas Canarias, (éste es su título) y que ha prologado el profesor de Historia Moderna de la Universidad de La Laguna, Adolfo Arbelo García, quien sienta algunas premisas del “balcón como elemento destacado de la arquitectura doméstica isleña que se expande con rapidez con el paso de los siglos por todas las islas”.

Escribe el profesor Arbelo que “el estudio, sustentado en una investigación exhaustiva y minuciosa, constituye una aportación imprescindible y necesaria que desde hace tiempo demandaba la historiografía sobre el patrimonio isleño”.

En efecto, el autor inició el trabajo de campo con una modesta cámara fotográfica, la Kodak 174, retirada del mercado, por cierto, tras un controvertido pleito judicial. Recorrió Tenerife de punta a cabo e incursionó en las tripas visibles de otras islas para contrastar los remates y los alardes de las edificaciones ya fuera en ámbitos rurales ya en tipologías urbanas. Mejor o peor conservado, restaurado o de nueva confección, no hubo balcón que se resistiera a Tomás Méndez Pérez, si se nos permite la expresión. Los de haciendas agrarias, los situados en ermitas, conventos o iglesias, los de casonas de la elite insular o los de viviendas más modestas, los de haciendas agrarias o los de casas capitulares, de sectores intermedios y clases populares, fueron auscultados desde todos los ángulos para brindarnos una obra original, cien por cien atractiva.

Es como si hubiera querido sublimar este precioso poema titulado ‘Balcones’, del guatemalteco Hugo Cuevas-Mohr, uno de los primeros autores de videopoemas en youtube. Dice:

“Construimos paredes

para atraer el horizonte.

Fabricamos techos

para acercar el cielo.

Abrimos ventanas

para darle paso al tiempo.

Labramos puertas

para palpar al mundo.

Creamos balcones

para ser más infinitos...”.

La secuencia es extraordinaria y los dos últimos versos, “creamos balcones/para ser más infinitos…”, culminan una concepción existencial. En la vida nos planteamos retos y avances, probamos, queremos y anhelamos… Al final estamos ahí, en los balcones, para contemplarlos y para gozar o padecer, desde posiciones privilegiadas, los logros y los sinsabores. Imaginamos una infinitud que no precisa adjetivos, que vamos explorando y que admiramos sin cesar.

Tomás Méndez Pérez nos ofrece las Canarias de los balcones, nada que ver, por cierto, con el concepto empleado en un debate ideológico-político reciente a propósito del modelo territorial. Aquí sigue asomando más gente que banderas, salvo en época de fiestas o celebraciones varias. Aún es posible observar, como escribe Carmen Camacho en Diario de Sevilla, “vecinas en las barandas, toldos, ropa tendida, tiesto y charla al fresco”. Esa es la vitalidad de los balcones que “son la calle en la casa, la casa en la calle, una fracción liminar y en lo alto”, dice Camacho.

Balcones abiertos y descubiertos, clasificación a partir de la cual el autor establece trece subtipos diferentes de la primera modalidad y cinco de la segunda, con profusión fotográfica y breves textos histórico-descriptivos, dan contenido al libro que hoy presentamos, un estudio riguroso, exhaustivo y científico del balcón canario, tal como apunta el profesor Arbelo García en su prólogo, que concluye despejando las dudas sobre los orígenes del balcón tradicional canario.

Miren por donde, quienes creíamos en antecedentes andaluces, debemos beber en otras fuentes: en el norte peninsular, Cantabria, Euzkadi, Navarra, Aragón, Asturias, Galicia e incluso Catalunya, es donde hay que situarlos. El prologuista remata precisando que Méndez, basándose en una amplia y variada documentación, establece “el máximo esplendor del balcón canario en la centuria del siglo XVIII, época en la que aparece con mayor frecuencia la ornamentación en los cojinetes con motivos, de tipo vegetal, o geométricos. No obstante, alude a la existencia, más bien aislada, de balcones parecidos a los nuestros en el sur y en Levante. Como en Cazorla, por ejemplo, al norte de Jaén donde se contemplan “balcones de madera con balaustres torneados y cubiertos con un pequeño tejadillo”.

Pero nos interesan, sobre todo, las vicisitudes de las balconadas de las islas, hechos a los que se refiere el autor, como las solicitudes hechas al rey Felipe II por los regidores de San Cristóbal de La Laguna y Santa Cruz de la Palma para que fuesen regulados su construcción y su uso, en previsión de incendios y de conflictos entre vecinos de salubridad e higiene. El monarca llegó a prohibir la dotación como tal.

Hasta el movimiento surrealista, en su célebre reunión de Tenerife en 1932, se ocupó de los balcones tradicionales aunque éstos no salieran bien parados en sus reflexiones y críticas artísticas.

Vicisitudes también registradas en América y de las que habla con profusión el que fuera catedrático de Historia del Arte Hispanoamericano de la Universidad de Madrid, Enrique Marco Dorta, quien visitó varios países invitado por artesanos canarios.

Y otro testimonio analítico muy valioso, el del profesor de Historia de América de la Universidad de La Laguna, doctor Manuel Hernández González, quien informa a Tomás Méndez de la profusión de estos elementos constructivos y distintivos en ciudades de distintos países, desde Estados Unidos a Puerto Rico, desde Cuba a Venezuela y Colombia. En ciudades como San Juan, La Habana, Maracaibo, Coro, Bogotá, Cartagena de Indias, los balcones proliferan acaso para probar de alguna manera una proyección de la geografía, de la arquitectura y del costumbrismo de las islas.

En Balcones tradicionales de las Islas Canarias, Méndez Pérez se ha esmerado para describir las fachadas de las casas con balcones y hacer una síntesis de sus promotores, a lo largo, como él mismo dice, de pagos, lugares y pueblos de las islas. Su obra no es un minucioso rescate de fotografías antiguas o actualizadas sino un canto a los valores patrimoniales de las islas, un relato riguroso desde el punto de vista cronológico, complementado con una clasificación que permite contrastar la variedad de la tipología: balcones cubiertos, cerrados de tablas, con y sin escaleras; balcones de mampuesto y cristales; los cerrados de cristales, con balaustres y cojinetes; aquellos cerrados de celosías; los cubiertos, de antepecho de mampostería, de tablas o de cuarterones; también los hay de listones verticales y cruzados y ejemplos gráficos de balaustres planos recortados también aparecen.

Las páginas se van sucediendo y despiertan el interés textual y visual del lector que va descubriendo rincones desconocidos o de otra época, que va recreándose en testimonios de un patrimonio histórico y artístico que refleja la creatividad y el tesón de los canarios.

Un glosario de términos que facilita la lectura y comprensión de la amplia terminología que se deriva del estudio de los balcones isleños -volvemos a remitirnos al prólogo del profesor Arbelo García-, suplementa una obra de doscientas páginas de indudable interés bibliográfico.

La escritora y actriz grancanaria Josefina de la Torre, vinculada a la Generación del 27, se hubiera sentido encantada con su lectura. Ella, que imaginó a la persona amada, “Tú en el alto balcón de tu silencio...” que olvidó la señal para su barco hasta perderse en la niebla de un encuentro y dejar sembrada la incertidumbre. Desde cualquiera de estos balcones, hubiera escrito o declamado con elegancia estilística.

Y es que siempre fueron elementos aptos para la inspiración poética. Que se lo digan al autor realejero Juan Marrero González, con uno de cuyos poemas, “Balcones canarios”, seleccionado también para su libro por Tomás Méndez Pérez, concluimos esta presentación:

“Adustos y recios balcones canarios

en donde la tea al cedro hermana,

la fuerza del Cuzco a la paz castellana...

Firmeza y nobleza de los campanarios.

En tórridos días templados solarios,

el aura bebiendo en la fresca mañana,

luciendo claveles con gracia gitana,

en noches de luna rezando rosarios...

Así os he visto y os tengo guardados

adentro del alma... Cual templos sagrados,

adonde el recuerdo es gozo y tristeza...

El libro más bello de niño leído:

del mar a la cumbre mi valle florido

llenando mis ojos de luz y belleza”.

Adustos y recios, sí señor. Templos para albergar los preciados bienes de los recuerdos. Desde donde la contemplación de la luz y la belleza se convierte en un ejercicio sugerente.

La lectura de las páginas de Balcones tradicionales de las Islas Canarias, también. Compruébenlo.

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