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domingo, 30 de julio de 2017

ME PREGUNTO SIEMPRE EL PORQUÉ MI CUERPO VA AVEJENTANDO

Agustín Armas Hernández

Me pregunto siempre el porqué mi cuerpo va avejentando. No obstante, los recuerdos y vivencias pasadas, aunque lejanos en el tiempo, frescos y lozanos a mi mente siguen afluyendo.

HOY, voy a escribir algunas cositas acerca de un amigo, apreciado amigo, que se nos fue, atendiendo a la llamada del Señor Todopoderoso, Creador del cielo y de la Tierra, a ocupar una de las mansiones que Dios no tiene preparadas para cada uno de nosotros al final de nuestros días. Allí se ha ido. ¡Que el Divino Hacedor le conceda una de las mejores! pues, por su intachable conducta y humanitario proceder a lo largo de su vida, le acredita como merecedor de la misma. ¡Que así sea!

Empecé a tratar íntimamente al afectuoso, servicial e inolvidable amigo Agustín Ruiz Domínguez, ahora fallecido, hace unos veinticinco años. El hecho aconteció por casualidad, al coincidir, ambos, en unos cursillos prematrimoniales que se programaron en Puerto de la Cruz. Antes de dicho evento sólo lo conocía de vista, aunque siempre nos saludábamos en nuestro cruzar por las calles, como era costumbre en aquel entonces.

AGUSTÍN RUIZ DOMÍNGUEZ
En dichos cursillos, Agustín Ruiz participaba como ponente de un tema relacionado con el vínculo matrimonial; y yo, como tantos otros, de oyente, puesto que pensábamos casarnos, como así fue, al menos en mi caso.

A lo largo de su docta e interesante disertación pude apreciar, avistas de lince, no solamente los profundos conocimientos que poseía sobre el tema tratado, sino también lo religioso y humanitario de su proceder.

Aquel trascendental acontecimiento me granjeó con el personaje, hoy difunto, una sincera y noble amistad que iría en aumento con el transcurrir de los años. Desde entonces, muchas ocasiones tuvimos para hablar o cambiar impresiones acerca de diferentes asuntos. Más, aunque hablábamos de muchas cosas, como queda dicho, a Agustín Ruiz le gustaba sobre todo comentar conmigo los escritos que aparecían (casi siempre en el rotativo EL DÍA) relativos a alguno de los tres pueblos de sus amores y desvelos. Sus predilectos: Icod de los Vinos, Villa de la Orotava y Puerto de la Cruz. Agustín Ruiz se desvivía por estos tres pueblos por una sencilla razón. Por Icod, por ser el pueblo que le vio nacer; por la Orotava, porque allí transcurrió su niñez y juventud (desde tierna edad pasó a vivir a la muy noble y aristocrática Villa, exactamente cuando sólo contaba tres años de edad), y por Puerto de la Cruz, porque en esa Ciudad fundó su hogar y por ende pasó el resto de su vida. Y aunque dije que amaba mucho a esos tres pueblos, no por eso dejaba de apreciar a todos los demás de la Isla. Téngase en cuenta que Agustín Ruiz era canario de pura cepa, defensor del todo lo que oliera a tinerfeño o canario, en general.

A esos pueblos antes mencionados y a sus gentes escribió Agustín Ruiz con sumo cariño. A él le debemos el conocer muchas cosas de Icod de los Vinos y de su pasado histórico y otro tanto de Puerto de la Cruz y La Orotava.

Bellísimos e interesantes artículos publicaron el periódico EL DÍA con su firma al pie, aludiendo a sus conventos, plazas, iglesias, alfombras de flores, playas, etc. Y también, cómo no, a la vida y la obra de sus personajes más ilustres.

Mi amistad con Agustín Ruiz culminó cuando éramos vecinos, en nuestros respectivos trabajos: el, como director del extinguido banco de las Islas Canarias (sucursal en Puerto de la Cruz) y yo, como pequeño comerciante, ambos en la Plaza del Charco. Plaza que, en otros tiempos, no muy lejanos, era alma y vida del ciudadano portuense. Hoy, desgraciadamente, no se puede decir lo mismo. ¡Qué pena!

Nace Agustín Ruiz Domínguez hace 67 años en los aledaños del drago milenario (Icod de los Vinos), como quedó dicho anteriormente. El 23 de junio de 1956, contrajo matrimonio con, doña Marisol Hernández Torrens (hija de D. Lorenzo Hernández, uno de los pioneros del transporte público, con guaguas y coches en la Isla de Tenerife, sobre todo en el Norte de la Isla). De dicho enlace nacieron seis hijos: Lorenzo, Agustín, Laura, Marisol, Ismael y Emilio. De todos ellos Agustín Ruiz se sentía muy orgulloso. Y tenía razón, puesto que todos ellos son excelentes personas.

La Isla, toda, ha llorado la muerte de este noble y humanitario personaje, amigo mío y de todo el mundo, como así lo pueden afirmar cuantos le conocieron y trataron. Hombre dispuesto, siempre, a colaborar con cualquier empresa que significará ayuda al prójimo a disipar sus desgracias. Entre otros organismos colaboró con Cruz Roja del Puerto de la Cruz, ocupando el cargo de vicepresidente; y como hombre de profunda Fe religiosa, fue hermano del Cristo de la Columna, del Calvario de la Orotava, y también del gran poder de Dios de Puerto de la Cruz.

Lo dicho ¡¡Qué Dios lo premie con lo mejor!! Lo deseamos de corazón.

Posdata: según nota de mi querido amigo Bruno Álvarez, este escrito se lo mandé, para su publicación el año (2013)                                      

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