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sábado, 22 de julio de 2017

CUARENTA AÑOS DEL LAGO

Salvador García Llanos

“César me enseñó a amar la belleza, especialmente la que yo no distinguía”, confiesa con seriedad persuasiva el ingeniero Juan Alfredo Amigó. “César disfrutaba de la naturaleza desde que abría los ojos y puede que durmiendo también. Lo que no le gustaban eran los pastiches”, revela con desenfado evocador José Luis Olcina, el otro ingeniero. Ambos fueron los encargados de interpretar y plasmar con criterios técnicos y científicos las ideas del genio inagotable. Los dos, muchos años después, contaron sus experiencias profesionales y humanas al lado del artista lanzaroteño. ¿Notan ustedes cuando los aplausos suenan de una forma distinta porque entrañan afecto y reconocimiento? Así sonaron en la antigua sala 'Andrómeda', concebida también por él, remodelada para albergar un casino que significó un fiasco, pero que todos recordamos con la luminosidad acentuada por sus miles de espejos, la cúpula abierta para contemplar el cielo portuense y los acuarios que acreditaban que estábamos en la única sala de fiestas submarina del mundo.

Licencia para la nostalgia. El cuarenta cumpleaños del complejo turístico 'Costa Martiánez, popular Lago del mismo nombre -y en alguna jerga turístico-peninsular, en plural, 'Los Lagos'- arrancó con un “NO-DO” y todo -en realidad, la única fuente que sirve como documento audiovisual- como para que nada faltase. La firma concesionaria de parte de los servicios del complejo, Ocio Costa Martiánez, promotora de los actos conmemorativos -a los que, al final, ha terminado sumándose el Ayuntamiento, pese a la discordia- empezó a palpar la buena respuesta que tendrá la iniciativa, en la que ha sido incluido un curso universitario que, sin duda, la revaloriza: lo dirigirá el catedrático de La Laguna, Francisco Galante Gómez, profesor de la Universidad y director de la cátedra cultural “César Manrique”, de la citada institución. “El Lago: una obra ejemplar en su cuarenta aniversario”, es el título del curso orientado a profundizar en un mejor conocimiento de la dimensión de la obra manriqueña. A ella también se refirieron los dirigentes de la concesionaria, Ruymán Hernández Rodríguez y Claudio Martín Sosa. Sandra Rodríguez González, primera teniente de alcalde del Ayuntamiento de la localidad, soltó con sobriedad una de las perlas de la tarde: el Lago, siempre de titularidad pública; y nunca gestionado por manos privadas. Algunos propugnamos esa idea hace años, cuando sonaban los tambores en sentido contrario.

Bueno: lo importante era el testimonio de Amigó y Olcina, apellidos que los escolares memorizamos, posiblemente por tan repetidos en la elemental cartelería de la época y porque cada vez que Manrique aparecía en los periódicos siempre se le veía flanqueado por los ingenieros. Un testimonio que explicó el origen de su relación con el artista y con las sucesivas administraciones locales, encabezadas por Felipe Machado del Hoyo, Felipe Machado González de Chaves y Antonio Castro García; y que no olvidó al constructor Luis Díaz de Losada ni al aparejador Elías Fernández del Castillo ni al perito industrial José Antonio Hidalgo. Ni a otros muchos trabajadores que se dejaron la piel hasta hacer suya la obra, en una singular identificación. Sobre la pantalla aparecieron los primeros planos, los básicos. Y aunque sabe Dios dónde fue a parar, la servilleta, siempre la servilleta sobre la que Manrique fraguó el proyecto de la infraestructura que cambió definitivamente el tratamiento del litoral portuense y la oferta turística del municipio.

Una conclusión: el Lago, hoy en día, no hubiera sido posible construirlo. No por los costes, que, por cierto, se ajustaron de forma escrupulosa, sin desvíos -ciento veintinueve millones de pesetas la construcción y el resto, hasta trescientos, para completar la dotación-  sino por las dificultades en la tramitación de los proyectos, impactos medioambientales, restricciones, financiación y todo eso. Pero el arte y el empeño pudieron más para terminar materializando una de las más formidables obras de transformación de una zona de litoral que proyectó el nombre del Puerto de la Cruz, Tenerife y Canarias a escala mundial. Y el de César Manrique que, desde entonces, adquirió renombre universal. Todo el mundo le quería tras aquella epopeya casi diaria de respeto a la naturaleza, de armonización y de sostenibilidad cuando el concepto aún era desconocido.

Amigó y Olcina, que también respondieron a preguntas de los asistentes, desgranaron recuerdos y anécdotas, algunas cargadas de emotividad. Las esculturas, el túnel que atraviesa, sus pinturas, los monumentos, los árboles invertidos, el sistema de fuentes de elaboración propia para imaginar un volcán de agua... Fue un tributo a Manrique, de acuerdo, pero también a la obra, al patrimonio y a una de sus señas de identidad. Un tributo condensado en rasgos que destacaron: en el diseño intuitivo, en el sentido vitalista de sus realizaciones, en el factor sorpresa, en la integración en el paisaje, en el respeto a la arquitectura popular y tradicional, en la originalidad de diseños y minuciosidad de los detalles, en la genialidad y la capacidad creativa...

“La noche de la inauguración, en la que César estuvo pensando a la vez que remataba los cantos rodados o decidía la vegetación de las orillas, era un chiquillo descontrolado en su contento”, dijo Amigó. Olcina rememoró cuando subió a la azotea del hotel “Tenerife Playa”  para verificar y enmendar las pruebas de la iluminación. Cantó y bailó  Josephine Baker, la sirena de los trópicos, para los centenares de invitados, puede que fuera la primera vez de un ballet acuático en la isla, los fuegos artificiales encendieron y sobresalieron aquella noche, distinguida, por supuesto, entre las muchas que han acogido espectáculos y presentaciones de todo tipo en un recinto que es Bien de Interés Cultural (BIC). Hubo también, por cierto, días después, una inauguración popular, con puertas abiertas.

Una página brillante en la historia de la ciudad. Historia que esta iniciativa de Ocio Costa Martiánez ha realzado. Seguro que para despertar sensibilidad y conciencia en un pueblo poco, muy poco dado, a ponderar su patrimonio.

El ciclo de actos conmemorativos, pues, no pudo comenzar mejor. Los mentores se sentirán estimulados, seguro. Suerte.

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