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viernes, 11 de junio de 2021

BOFETADA

Salvador García Llanos

“No dejemos que los violentos se apoderen del debate público”, manifestó el presidente de la República de Francia, Emmanuel Macron, después de haber recibido la bofetada de su vida, por mucho que el Elíseo quiera minimizar el impacto. La imagen, como el algodón. Y los acontecimientos posteriores, con dos detenidos, pese a la voluntad del propio presidente de querer seguir manteniendo este tipo de contacto con la ciudadanía, lo confirman. La justicia, además, ya ha dado una pronta respuesta: dieciocho meses de prisión, de los que cumplirá cuatro encarcelado, para el ciudadano Damien Tarel, quien propinó la cachetada.

Los hechos entrañan, naturalmente, un problema de seguridad que el ministerio del Interior francés tendrá que estudiar para evitar que los riesgos se reediten, máxime después de conocerse los antecedentes del agresor y de quienes presuntamente le acompañaban. No está el horno para cruasanes, si se nos permite, porque esos comportamientos, en la inacabada pandemia, revelan que en cualquier sitio se descorre la intemperancia o la intransigencia para dar paso a la agresividad y los malos modos. Ni el presidente francés escapa.

¿Un hecho aislado? Posiblemente, pero no por ello menos importante. Francia se ha visto sacudida en los últimos tiempos por sucesos terroristas y graves alteraciones del orden público, de modo que la población debe estar muy sensibilizada. De ahí que la apelación de Macron tenga toda la razón de ser: hay que impedir, a cualquier coste, en el marco del Estado de derecho, que en el debate público predominen las acciones que alteren la convivencia o alcancen niveles imprevisibles. Recordemos, en otra escala, que en las pasadas elecciones en la Comunidad de Madrid terminaron suspendiendo actos y debates de campaña en medio de un galopante clima de encono y crispación, seguro que para prevenir males mayores.

Porque está archidemostrado que los radicales y los extremistas son dañinos para la democracia y cuando son capaces de protagonizar acciones violentas, mucho más. Aunque luego caiga sobre ellos todo el peso de la ley. En este sentido, los políticos galos reaccionaron con temple, elegancia y contundencia a la vez. De forma unánime condenaron la agresión y el primer ministro, Jean Castex, llegó a afirmar que lo ocurrido representaba un ataque no solo a Macron sino a toda la República.

Y abundó Castex con una explicación llena de significado: “La democracia es debate, diálogo, confrontación, expresión de desacuerdos legítimos; pero puede ser, en ningún caso, violencia, agresión verbal y mucho menos agresión física”.

Hasta la presidenta de la organización ultraderechista Agrupación Nacional, Marine Lepen, se sumó al coro de rechazo: “Es inadmisible agredir físicamente al presidente de la República. Podemos combatirlo políticamente pero no podemos permitirnos la más mínima violencia hacia él”, enfatizó. E igual de firme se mostró el candidato de las izquierdas, Jean Luc Mélenchon: “¿Empiezan a entender esta vez que la violencia pasa al acto? Me solidarizo con el presidente”.

La bofetada a Emmanuel Macron sucede a otras agresiones con lanzamiento de huevos. Por lo tanto, hay que relativizar lo de los hechos aislados. Porque lo cierto es que ni Francia ni los sistemas democráticos se pueden permitir estas cosas que se sabe cómo empiezan pero no cómo terminan ni quiénes pueden estar detrás. En el debate público, es verdad, los violentos no tienen sitio.

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