Aprendiendo a conocerse a uno mismo... ¿o a
desconocerse?
Caminar a lo llano... a mirarse dentro.
Tratar de entender tantos entresijos.
Llevar un diario como un escalpelo zahiriente.
El devenir de un tiempo despoblado a un tiempo híper
poblado... de andantes incertezas.
Se derrumba la idea de lo que pensábamos del futuro.
El relato atrincherado se cayó.
Se mudó de biblioteca.
Llegó la incertidumbre de enfrentarse con lo
ultramontano.
Al fin, solo como un espárrago.
Advertidos de ciertas cosas que pasaron inadvertidas.
Desmontar todo y ver qué aparece.
¿Volver al campo? Hacer una huerta, criar gallinas.
¿O abrazarse con un alienígena?
Solapar la cripta.
Y el crematorio perfecto: el olvido.
Ante la duda, cuidar las cavernas omitidas.
Acoger el buen ayer.
Busqué las fotografías de mi abuelo... un tiempo
detenido.
Un pasado que no se puede recrear, salvo con tutelante
memoria.
Bienmandada por Arcadia.
Pensar el por qué ocurren los derrumbes, me dirige la
mirada hacia el techo.
Lo de Ícaro no era un mito.
Como socios, una cultura global errante, ata el andar.
¿El caminante no entiende o no quiere?
Sólo sueña.
El cuerpo habla durante el sueño... no despierta ante
la quiebra de lo simbólico.
Produce un tratamiento por vía de su peste interior,
ajeno a cualquier sentido. Pero sigue soñando despierto.
La pandemia como vestigio diurno, hace que el sueño
ponga en lo social, lo insociable
Su modo de sentir la pulsión.
Intranquila.
Dominante.
Impía.
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