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sábado, 5 de marzo de 2022

LEYENDO ESTOY, PERO SE IMPONE LA LEY DE LA SELVA

Lorenzo de Ara

Me niego a aceptar que la realidad es lo que escribe mi admirado Jorge Bustos: “porque el sapiens es un mono con wifi que sigue deseando dominar y ser dominado. Lo natural es la guerra, la aldea, la esclavitud del diferente. Lo artificial es la democracia, la cesión pactada de soberanía, la convivencia con el distinto.” Ojajá se equivoque el jefe de opinión del periódico El Mundo. Pero los hechos están de su parte. Miramos a pocos metros de nuestra casa europea y el lycaon nos da sobradas lecciones de convivencia.

Y si además queremos saber a ciencia cierta lo que no ha dejado de ser Europa, hay que leer estas breves líneas que firma Hughes en ABC: “Europa es un manicomio. Compra gas a Rusia, protección a EE.UU. y buena conciencia a los ucranianos.” Uf.

Y también muy resumidito, nada como estas palabras de Pedro G. Cuartango para quedarse con la realidad que representa Putin: “Millones de disidentes fueron ejecutados o enviados a Siberia. Lean a Solzhenitsyn para constatar hasta donde llegó el terror. Ni Stalin estaba loco, ni lo está Putin. Ambos comparten ese carácter frío, calculador y maquiavélico, que se resume en que el fin justifica los medios. La invasión de Ucrania tiene precedentes en sus intervenciones en Chechenia y Georgia, donde entró a sangre y fuego. A Putin ya no le queda otro remedio que morir matando. No puede retroceder ni pactar nada que no sea una victoria sin condiciones. Sólo entiende un lenguaje: el de la fuerza.”

Añado, con el permiso de ustedes, que siendo joven y haciendo la puta mili, leí dos libros capitales en mi viaje por el universo literario, y los dos con la firma de Solzhenitsyn: “Archipiélago Gulag” y “Un día en la vida de Iván Denísovich”.

Admito que, si bien “Archipiélago Gulag” está entre las obras maestras absolutas de la literatura mundial, el librito que narra el día maldito de Iván me cautivó en extremo.

Para servidor de ustedes, con la primacía de Galdós, Emilia Pardo Bazán, Poe, Delibes, Maupassant y Borges, los siguientes escritores rusos han sido y siguen siendo lo no va más de la narrativa. Ahí están Dostoyevski, Chéjov, Tolstoi y Nikolái Gógol, entre otros. Créanme cuando afirmo que de este último escritor dos o tres veces al año regreso como un niño alegre a las páginas (pocas) de “El inspector general”. ¿Por qué será?

Solzhenitsyn en 1976 y ante un estupendo José María Íñigo dijo una verdad absoluta y por tanto irrebatible. Lean y no olviden: “Sus progresistas llaman dictadura al régimen vigente en España. Hace diez días que yo viajo por España y me he quedado asombrado. ¿Saben ustedes lo que es una dictadura? He aquí algunos ejemplos de lo que he visto. Los españoles son absolutamente libres de residir en cualquier parte y de trasladarse a cualquier parte de España. Nosotros, los soviéticos, no podemos hacerlo. Estamos amarrados a nuestro lugar de residencia por la propiska (registro policial). Las autoridades deciden si tengo derecho a marcharme de tal o cual población. También he podido comprobar que los españoles pueden salir libremente de su país para ir al extranjero. Sin duda saben ustedes que, debido a las fuertes presiones ejercidas por la opinión mundial y por los Estados Unidos, se ha dejado salir de la Unión Soviética, con no pocas dificultades, a cierto número de judíos. Pero los judíos restantes y las personas de otras nacionalidades no pueden marchar al extranjero. En nuestro país estamos como encarcelados.”

Y siguió hablando: “Paseando por Madrid y otras ciudades, he podido ver que se venden en los kioscos los principales periódicos extranjeros. ¡Me pareció increíble! Si en la Unión Soviética se vendiesen libremente periódicos extranjeros, se verían inmediatamente decenas y decenas de manos tendidas y luchando por procurárselos. También he observado que en España uno puede utilizar libremente las máquinas fotocopiadoras. Cualquier individuo puede hacer fotocopiar cualquier documento, depositando cinco pesetas por copia en el aparato. Ningún ciudadano de la Unión Soviética podría hacer una cosa así. Cualquiera que emplee máquinas fotocopiadoras, salvo por necesidades de servicio y por orden superior, es acusado de actividades contrarrevolucionarias.”

Y como tenía minutos, todos los minutos del mundo libre, apostilló: “En su país –dentro de ciertos límites, es cierto– se toleran las huelgas. En el nuestro, y en los sesenta años de existencia del socialismo, jamás se autorizó una sola huelga. Los que participaron en los movimientos huelguísticos de los primeros años de poder soviético fueron acribillados por ráfagas de ametralladoras, pese a que sólo reclamaban mejores condiciones de trabajo. Si nosotros gozásemos de la libertad de que ustedes disfrutan aquí, nos quedaríamos boquiabiertos. Hace poco han tenido ustedes una amnistía. La califican de “limitada”. Se ha rebajado la mitad de la pena a los combatientes políticos que habían luchado con armas en la mano (alude a los terroristas). ¡Ojalá a nosotros nos hubiesen concedido, una sola vez en veinte años, una amnistía limitada como la suya! Entramos en la cárcel para morir en ella. Muy pocos hemos salido de ella para contarlo”.

El general Franco, antiguo Jefe del Estado, había fallecido hacía cuatro meses.

Lo repito siempre que puedo. La dictadura del general fue un jacuzzi ante el terror comunista.

Y hoy, sí, hoy, la progresía hedionda y bruta sigue dando la tabarra sobre lo que es libertad y lo que no es libertad. Todavía hoy Europa tiene un país, el nuestro, donde la izquierda agusanada se arrodilla ante Putin. Y lo más grave, la derecha apaciguadora y cretinizada hace lo mismo ante esa izquierda mezquina.

Ah, sí, y una parte de la derecha que me defrauda está poniéndome de muy mala leche mientras besa el culo de Putin. En este sentido, y no representa a la derecha, lleva Juan Manuel de Prada, buen escritor, dos semanas sacando lo peor de mí. Ya le dejé dicho lo siguiente: “No deje jamás de publicar lo que piensa. Es usted un escritor brillante. Yo diría que representa, como otros, no muchos, a la intelectualidad española. Y hay mucho que decir de nuestra intelectualidad, ¿verdad? Como hay mucho que decir de nuestro pueblo. Y mucho que decir y callamos de nuestro periodismo. Pero usted, ya la pasada semana se equivocaba, y sigue apostando con libertad por la equivocación. Yerra usted, ilustre. ¿Buscando notoriedad? No. Sencillamente es un hombre libre que no tiene miedo a que le señalen. Yo le señalo con respeto como un habitante más de "Las Montañas de la locura" de Lovecraft. Grotesco y más allá de nuestro tiempo. Da miedo. Pero si la cabeza del lector mantiene la prudencia y la razón prevalece (mi caso), no hay motivo, ¡nunca!, para que en esas montañas malditas usted siga escribiendo, viviendo, siendo libre, con el frío glacial ártico mental como zulo.”

Es verdad que Europa se une cuando tiene enemigos al acecho. Pero si Jorge Bustos lleva razón y por mucho wifi y puta tecnología capaz de llevarnos a Marte, el bípedo llamado hombre sigue llevando en el ADN la brutalidad del más fuerte, los putinianos acabarán arrasando el planeta, y mi casa, tu casa, y mi libertad, tu libertad. Entonces el mundo del “Inspector general” de Gógol llegará para no irse jamás.

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