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miércoles, 23 de marzo de 2022

JESU (PRONÚNCIESE YESU)

Evaristo Fuentes Melián 

Querido Jesu:

Te veía alguna vez en la playa de Martiánez, por los años setenta, copiando las andanzas (<nandanzas>) de tu inolvidable padre, don Telesforo Bravo, que se atrevía de joven a cruzar la marea y bordear el acantilado de Martiánez, hasta la Laja de la Sal, acantilado que llamábamos también <La Fuga>, por donde de pequeños los de la Villa, más de una vez, bajamos andando peligrosamente, hasta llegar a la arena movediza y cambiante de la playa de nuestros amores. 

La línea de flotación no existía, la mayoría de los días del año era sustituida por un oleaje agresivo, espumoso y rompiente, con similar peligro que el que corría en la película “Moby Dick”, el caza ballenas Gregory Peck, en el papel de capitán Ahab, en el barco ballenero Pequod, película rodada en aguas de Canarias, en 1956.

Yo, un cobarde nacido en el interior, relativamente lejos del mar, te admiraba y miraba desde lejosy te envidiaba incapaz de acompañarte por mi cobardía, en esa aventura marinera, en la que tú llegabas más allá del Risco de la Restinga, mientras yo tomaba un Orange Crush en el pequeño bar que por aquellas fechas habían instalado al borde de las escaleras de bajada hacia el Charco de la Soga, que hizo las delicias de nuestra infancia, cuando la mar estaba llena y eternamente alborotada.

Una vez quise acompañarte, adentrándome en la marea, pero yo, que soy relativamente de tierra adentro, no pude físicamente seguirte tras tus olas y me quede cobardemente en la orilla.  

Estuviste en Madrid varios cursos, de estudiante de la licenciatura de Geología, especialidad que  incongruentemente no había en la Universidad de La Laguna (ULL),  en una tierra canaria llena de volcanes de todas las marcas y tamaños.

Al terminar tu carrera en la Complutense, te enrolaste de profe en la ULL y allí pasaste unos buenos años impartiendo clases de teórica y prácticas a un alumnado que te quería como  docente y como compañero. 

Hubo chicas que se enamoraban de ti, pero tú preferiste ir de flor en flor, como un abejón singularmente pacífico, que en vez de <picar> a sus admiradoras abejitas, prefería comentar y abrir diálogos y debates en temas tan interesantes en un mundo ambiental agresivo desconsiderado, del que no se sabía si iba a ver un mañana en paz, como desgraciadamente está ocurriendo con esa guerra de Ucrania, inconsecuente, inexplicable y reñida con tu pacifismo interior innato. 

Esa tesitura belicosa casi universal, seguro que te atormentaba interiormente; tu corazón falló más de una vez y te repusiste internado en el  hospital durante un mes, entre la vida y la muerte. Eso fue hace unos veinte años, pero conseguiste rehacerte con la paciencia y filosofía habitual que te caracteriza, y volviste al Puerto de tus amores, Puerto de la Cruz, con tus amistades femeninas casi todas, con las que conseguías, con tu verbo y sapiencia, conquistarlas para ser oído como un catedrático que va bien por la vida, impartiendo útiles lecciones de cultura general.

Al final, estos últimos años, yo te tenia <calado> (argot canario), vigilado de lejos, sin tú saberlo,  cuando te veía bajar a la Plaza del Charco, aproximadamente a las diez y veinte AM de cada jornada, a tomar tu cafetito, pedido en la barra del lado sur del Dinámico, para tomártelo a sorbos en una mesa de la cafetería de enfrente, lado este de la plazaY te veía leer la prensa o alguna revista científica de categoría superior.

Yo, un villero irrepetible,  me enamoré del Puerto y me casé en el Puerto porque me enamoré de una chica risueña, de las que se reían conmigo cuando la batalla de flores y sortijas de las Fiestas Patronales de Julio. 

Tú preferiste seguir enamorado del entorno, pero soltero, célibe eternamente, a lo largo de tu currículum vitae. Esa fue tu decisión, que todos respetamos como no podía ser de otra manera.

Y hace pocas semanas, ingresaste de nuevo en el Hospital General con alguna cardiopatía, y al sentir que te morías tuviste la valentía de pedir que te regresaran al Puerto de tus amores. Con el tiempo suficiente para descansar definitivamente en paz aquí, junto a tu hogar familiar, aquel en el que tú también inolvidable campechano progenitor, freía papas para la cena de Navidad, cuando invitaba a la familia más cercana a celebrar la Navidad y a partir el Fin de Año y por el Día de Reyes, cuando tú repartías abundantes regalos casi siempre libros, que regalabas espléndidamente a tus sobrinos carnales, que jamás van a olvidar –como yo—la presencia imprescindible e imperecedera, presencia física y mental de tu persona en nuestras vidas.

Descansa en paz, Jesús Bravo, Yesu para los amigos y  familiares. 

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