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viernes, 19 de octubre de 2018

LA VALENTÍA: DE VÍCTIMAS A SUPERVIVIENTES


Iván López Casanova

¡Qué gran libro La bailarina de Auschwitz, de Edith Eger! En su narración autobiográfica, la autora cuenta su peripecia desde Hungría hasta el famoso campo de concentración, donde llega con dieciséis años. El propio Dr. Mengele la destina a los barracones para mujeres judías, separándola de su madre que morirá poco después en una cámara de gas. Más tarde, reaparecerá Mengele y preguntará por una interna danzarina de ballet, y le dirá: «Pequeña bailarina, baila para mí». Y Edith danzará en el infierno.

Pero la obra está escrita en 2017 sin resentimiento y con belleza literaria cuando Edith Eger es una reconocida psicóloga que ha aprendido a encontrar el sentido a su vida de superviviente del horror. Y a quienes han vivido «la existencia desnuda», en la expresión de Viktor Frankl, conviene escucharlos atentamente. Porque, de alguna manera, en toda vida se entrelazan momentos de alegrías y gozos, con desamores, heridas biográficas, dolor y sufrimientos. Y para saber cómo transitar por estas zonas sombrías, el magisterio de Eger resulta inigualable.

Lo primero que me llama la atención es que el sufrimiento amplía la capacidad de comprensión del fondo de lo humano –mientras que la vida hedonista lo oscurece, dicho sea de paso. Por eso me impresiona mucho el apunte de Eger en relación a cuál es el «diagnóstico más habitual» de las personas que trata, tras una dilatada experiencia como psicóloga: «Diría que es el hambre. Estamos hambrientos, Tenemos hambre de aprobación, de atención, de afecto. Tenemos hambre de libertad para aceptar la vida, conocernos y ser realmente nosotros mismos».

Además, esto lo reconoce para ella misma, con emocionante sinceridad: «Durante gran parte de mi madurez, creí que mi supervivencia en el presente dependía de mantener encerrado el pasado y sus tinieblas». Incluso, también aclara: «Pero, con el tiempo, he aprendido que puedo decidir cómo reaccionar ante el pasado. Puedo sentirme desgraciada o esperanzada». De hecho, una vez que ella consigue encontrar el camino para salir de la cárcel que la aprisiona, concibe su libro para intentar ayudar a otros a «descubrir cómo escapar del campo de concentración» pequeño o grande que encierra toda vida, para pasar de ser «víctimas a supervivientes».

Y nos ofrece una idea muy sugerente, la comprensión de una diferencia importante: «El sufrimiento es universal. Sin embargo, el victimismo es opcional». Es decir, que todos en algún momento de la vida sufriremos porque la vida es así, porque eso viene del exterior y resulta inevitable. Ahora bien, lo que sí podemos evitar es el victimismo, porque procede del interior: «Nos convertimos en nuestros propios carceleros cuando optamos por limitarnos mediante la mentalidad de víctima». Para ello, nos confiesa que a ella le llevó tres décadas descubrir que la clave es cambiar la pregunta de ¿por qué a mí?, por la de «¿qué puedo hacer con la vida que he recibido?». ¿No resulta la mejor definición de la valentía existencial?

Edith Eger nos enseña que «el tiempo no cura. Lo que cura es lo que haces con el tiempo». Porque «tal vez curar no consista en borrar la cicatriz, curar es apreciar la herida», lógicamente porque se ha aceptado, encontrando así sentido al dolor aceptado: entonces salimos de la prisión más grande, la que está en nuestra mente.

Viktor Frankl, otro superviviente de Auschwitz, vislumbró que el sentido se halla fuera de nosotros. Es decir, que para encontrar respuesta a la pregunta qué puedo hacer con mi propia vida, heridas incluidas, necesito encontrar un por qué superarlas. Y en ese porqué siempre aparece un alguien externo, un amor: hijos, novia, esposa, un ideal, unos valores o Dios.

No podemos transitar por el mundo sin una interpretación. Y eso hace que necesitemos encontrar sentido para la vida, que estemos siempre intentando descifrarla.

En suma: para la batalla real, para vencer el victimismo que confunde y paraliza, la preciosa virtud de la valentía.

Iván López Casanova, Cirujano General.
Escritor: Pensadoras del siglo XX y El sillón de pensar. 

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