Iván
López Casanova
Una de
las tareas intelectuales más necesarias en los tiempos que corren es la de
combatir la desilusión, la decepción y el resentimiento. Porque conducen a una
mirada desencantada sobre el mundo, la propia vida, la belleza, los amores, los
valores, los ideales y lo religioso. Al final, a la abolición del hombre, por
usar el título del libro de C S Lewis. Y una vez que se ha perdido la capacidad
de soñar la propia vida, ¿cómo ser capaces de transmitir un proyecto lleno de
ilusión, que eso es, precisamente, educar?
Pienso
que todo individuo necesita de la cercanía ilusionada de las personas con las
que convive y que, por tanto, también debe prestar esmerada atención –qué bella
expresión castellana− a las que trata. Para ello, hay que penetrar con un
respeto delicadísimo en el universo encantado de cada una, en su intimidad
sagrada. O sea, transitar desde el mundo material hasta el universo del
misterio de los valores, la ética, lo poético y el corazón; llegar a
entrañarse, a alcanzar aquello a lo que María Zambrano gustaba referirse como
con el término preciso de piedad: «Y sucede que la realidad se hace presente de
modo más íntimo».
Un
poema de Álvaro Petit Zarzalejos refleja maravillosamente la necesidad de
acceder a este mundo del misterio, por medio de la llave que abre su puerta, la
piedad: «¿Cómo ellos van a conocer quién tú eres / en verdad, si jamás leyeron
mitos / ni leyendas, si corren devastando / lo sagrado a la busca de consensos
/ que no existen, si todo lo que pasa / suponen que pasa solo por ellos?».
Coincide el poeta con Zambrano, quien denunciaba la pretensión totalizante del
yo que quiere dominar todo con su razón; pero ahora, magistralmente, Petit
advierte que el intento de control postmoderno es por sobredosis de consenso.
Tal vez
no le falte razón al comentario de un amigo quien afirmaba que tenía la
sensación de que a los jóvenes se les vendía una moto estropeada, pero cuando
se rompía ya resultaba imposible volver hacia atrás para recuperar el tiempo
perdido. Porque, efectivamente, muchas personas son felices en su infancia;
pero al llegar a la adolescencia seguirán engañosos patrones de vida propuestos
como modelos. Tras esas propuestas de vida subyace el ideal, caducado y
anacrónico −como bien denuncia el filósofo Javier Gomá−, de un casposo
romanticismo que enaltece el goce subjetivo y sin limitaciones; pero que, a
medio plazo, las enrarece en el modo de aprender a amarse y las conduce a la
soledad del vagabundo.
Propongo
recuperar la piedad antropológica, «el saber tratar con lo otro» que reclamaba
Zambrano, para amar con más intensidad, como refleja Petit Zarzalejos: «¿Cómo
te van a amar si, aunque te llamen / por tu nombre, para ellos serás algo /
equivalente a una onomatopeya? / Dirán: es alta o es baja, es guapa o es fea, /
es lista o es tonta, Podrán decir miles de cosas y estarán diciendo nada. /
Porque solo quien ha leído a Homero / puede amarte (nombrarte). Porque solo
quien conoce lo que en verdad encierran / los mitos, reconoce lo sagrado». Sin
esa mirada trascendente y culta, cuánta superficialidad en las relaciones
interpersonales.
Propongo
mirar el mundo con ilusión de enamorado para reencantarlo, para poder percibir
los valores y tener ideales que permitan la ilusión: «¿Cómo podrán ellos
conocerte / tal realmente como yo, que vivo / en un mundos inventados y conozco
/ el clamor con que braman las trompetas / de plata, que reconozco el dictado /
de Dios y su providencia en el mundo?». En el fondo, recuperar «ese fondo
último del humano vivir que se llaman las entrañas y que son la sede del
padecer», en palabras de María Zambrano.
Reencantar
el mundo: mirarlo algún rato con inocencia y con ojos que lo trasciendan.
Iván
López Casanova, Cirujano General.
Escritor:
Pensadoras del siglo XX y El sillón de pensar.
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