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martes, 18 de octubre de 2016
PUERTO DE LA CRUZ, PERIPLO
Evaristo Fuentes Melián
Estuve en la charla de Nicolás Castellano, el último día del
Festival Periplo en el Puerto de la Cruz, el domingo día 16, sobre “El viaje
más mortífero del mundo. Derribando murallas”. Los casos que cuenta de su
experiencia viajera son aterradores, con la guinda de aquella empresa
‘dadivosa’ europea que regala salvavidas infantiles, pero que no salvan vidas
porque están confeccionados con un material de plástico que no flota, que se
hunde… ¡qué poca vergüenza!
Lo que noté es la falta de una parte del discurso que puede
ser esencial, y que consiste en plantearse cómo parar la guerra en esos
territorios de los ‘subcontinentes’ (Asia, África) para que la gente, su
población en masa, no tenga que huir. Sería una utopía la solución: acabar con
la guerra en general empezando por acabar con las fábricas de armamento, en un
acuerdo mundial refrendado y controlado por la ONU y por quien haga falta.
Yo me fui a las 2 pm antes de que acabara su discurso en
cierto modo politizado, y no oí a Nicolás Castellano tocar el tema desde este
punto de vista: quizá sea más económico terminar la guerra, parar la guerra,
que gastarse inmensas cantidades en detener el flujo imparable de emigrantes en
pateras.
Hace medio siglo, tuve un compañero de trabajo, madrileño de
nacimiento, que ahora anda por los noventa y dos años de edad, cobijado,
olvidado y solitario en un piso en el centro de La Orotava, que cuando las
huestes de ‘Panchito’ bombardearon la capital de España en la guerra ‘incivil’,
él era un adolescente. Su impresión, obviamente inolvidable, fue que, si en vez
de tirar bombas hubieran tirado pan—para saciar la hambruna inherente a todo
conflicto bélico—se hubiera acabado la guerra de inmediato.
Aplíquese este cuento idealista y utópico--hasta que deje de
serlo convirtiéndolo en realidad palpable--en las guerras actuales. Manos a la
obra.
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