Evaristo Fuentes Melián
Cuando se me aparece en la pantalla de TV Ana Oramas, me
percato de que ella está sola como la una en el panorama de la política
nacional de España y olé. Y me acuerdo del invento que fue ATI, conformada con
mayoría de franquistas, algunos de ellos recalcitrantes e irredentos, a quienes
se les ocurrió la feliz idea de inventarse.
ATI es (fue) el embrión de un nacionalismo canario totalmente
descafeinado, al ciento por ciento, con el ingrediente añadido de censurar, sí
pero no, hasta hoy en día del año 2016, la bandera de las siete estrellas, que
solamente se deja ver en romerías y por pandillas beodas de jovenzuelos
protestones y algunos vejetes que cuando jóvenes habían huido de la Policía Nacional—entonces denominada
Policía Armada, con el apodo de Los Grises—en las reiteradas huelgas de las
guaguas, por las calles de La Laguna, ciudad universitaria.
Cuando veo—digo—a
Ana Oramas, con su tic discursivo anodino y reiterativo con la letanía de
Canarias, la pobrecita, territorio lejano y fragmentado, se me saltan las
lágrimas, más aún cuando comparo su perorata ansiolítica (digo analítica) con
el discurso bien sintetizado de otros defensores de su autodeterminación, sean
vascos, sean catalanes o sus adláteres, sean de un fantasmagórico Chipude, sean
de un utópico edén paradisiaco sito entre nubes de seda llamado San Borondón.
Todos ellos—los reales y los imaginados—poseedores de una preparación
intelectual eficaz y un modo de actuar coherente con un nacionalismo
izquierdista verdadero.
Espectador
No hay comentarios:
Publicar un comentario