Javier Lima Estévez. Graduado en Historia por la ULL
Australia, situada en el continente de Oceanía, es una de
las islas mayores del mundo con una extensión que supera los 7.000.0000 km2 y
una altitud máxima de 2.228 metros. Por su parte, Tenerife, situada en la
región de la Macaronesia, tiene una extensión en torno a unos 2.034 km2 y una
altitud máxima de 3.718 a través del Pico del Teide. A priori, ambas islas no
presentan ningún nexo en común. Sin embargo, hemos observado que la isla
tinerfeña fue punto de escala para la expedición que colonizó Australia a finales del siglo XVIII. Un dato
que conocemos gracias a la minuciosa investigación realizada por el
desaparecido investigador, doctor en Derecho y profesor universitario, Leopoldo
de la Rosa Olivera (1905-1983), reflejando su descubrimiento en un artículo
publicado en la Revista de Historia Canaria en el año 1958 bajo el título “Paso
por Santa Cruz de los primeros colonizadores de Australia”.
En ese sentido, tras introducir al lector en el motivo de su
investigación, señala que tal dato lo ha obtenido a partir de la labor
desarrollada por el periodista Edwin Morrisby, quien realizaba una búsqueda de
datos sobre la historia de la colonización de Australia. En su trabajo
reflejaría el nombre del comodoro Arthur Philip (1738-1814), que salió de
Inglaterra en mayo de 1787 y llegó hasta el puerto de la capital tinerfeña el 3
de junio del mismo año. Una expedición protagonizada en su mayor parte por
convictos, aunque la idea del propio Philip era llevar al nuevo territorio
personas experimentadas en diversos ámbitos.
Cabe recordar que las primeras exploraciones al lugar fueron
realizadas por neerlandeses. Sin embargo, serían los británicos los verdaderos
artífices del descubrimiento de tal territorio. Para la posteridad ha
permanecido el nombre del explorador británico James Cook (1728-1779).
Según anota el propio Leopoldo de la Rosa Olivera, en
nuestro puerto permaneció la expedición siete días, siendo la “oficialidad
atendida por el capitán general marqués de Branciforte, con el que hicieron una
excursión a La Laguna, y que uno de los presidiarios que conducían escapó, pero
fue apresado de nuevo”. Para nuestro caso, el interés y la investigación de E.
Morrisby, según señala Leopoldo de la Rosa Olivera, se centraría en analizar si
los archivos de las islas podían guardar algún tipo de información relacionada
con Australia, efectuando toda una serie de búsquedas en los archivos del Museo
Canario, apuntando que “ni los oficiales de la Aduana ni los del Santo Oficio
visitaron los barcos; la fuga del presidiario fue un simple episodio sin mayor
trascendencia”.
La expedición en Tenerife obedeció, simplemente, a la
presencia del lugar como un escenario adecuado para tomar provisiones y espacio
ideal de escala hacia Australia. “El comodoro Philip y los más elevados
oficiales de los buques visitarían La Laguna, y entre aquél y el marqués de
Branciforte se cambiarían obsequios”.
En definitiva, dentro de la amplia obra del destacado
Leopoldo de la Rosa Olivera, sorprende observar un dato de estas
características, que nos aproxima y sitúa en la órbita de la colonización
británica de Australia y los protagonistas de esa odisea, actuando la isla de
Tenerife como punto de escala.
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