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lunes, 15 de agosto de 2022

NUESTRA SEÑORA DE LA CANDELARIA Y JOSÉ DE VIERA Y CLAVIJO

Javier Lima Estévez

En estas fechas marcadas por la peregrinación de numerosas personas ante el Santuario de Nuestra Señora de la Candelaria, queremos recordar el análisis sobre el origen de la imagen que el polígrafo realejero, José de Viera y Clavijo (1731-1813), recopila en su obra Noticias de la Historia General de las Islas Canarias. En primer lugar, no duda en ofrecer algunas características relacionadas con la aparición de la venerada imagen en atención a lo escrito por Francisco López de Gómara, al considerar que adquirieron la imagen por “los cristianos europeos que recorrían nuestras costas”. Viera manifiesta que su propósito no es criticar las opiniones establecidas por fray Alonso de Espinosa, Antonio de Viana, fray Juan de Abreu Galindo y Juan Núñez de la Peña, “quienes ensalzaron nuestras islas con la posesión de una estatua fabricada por los ángeles en el cielo, traída por los ángeles a Tenerife y celebrada por los ángeles en sus playas”, recurriendo a partir de la información de los citados cronistas como posible fecha de la aparición de la imagen al año 1392 o 1393. Sin embargo, ¿Cómo se desarrolló el proceso de su aparición?

Tal y como recopilara Viera, atendiendo, fundamentalmente a fray Alonso de Espinosa, dos pastores se encontraban junto a sus rebaños en la playa de arena conocida como Chimisay. Tras observar que el rebaño se encontraba agitado acudieron para ver lo que ocurría. Es en ese momento cuando sitúan ante sus ojos la efigie de una mujer sobre “un pequeño risco que se levantaba casi a la misma lengua del agua”. Sin embargo, las costumbres guanches prohibían hablar con una mujer “en paraje desierto”, por lo que decidieron captar su atención mediante alguna señal. Todos sus intentos eran en vano. Por ese motivo, uno de los pastores lanzó una piedra con gran violencia, pero, en ese instante, se dislocó el brazo por la articulación del hombro y no pudo ejecutar ningún movimiento. El otro pastor intentaría herir a la imagen con una tabona para comprobar si era un ser viviente, aunque “refieren que se cortó los suyos”. No dudarían en acudir ante el mencey Acaymo, rey de Güímar, quien los recibió con gran atención. Los allí presentes, con el miedo presente por lo sucedido, no se atrevieron aproximarse a la imagen. Acaymo, la cargó sobre sus hombros con la ayuda finalmente de otros hombres hasta “el real sitio de Chinguaro, en donde la colocaron sobre unas limpias pieles”. Recoge Viera a partir de las fuentes citadas, como el mencey de Güímar se dirigió al mencey de Taoro, ofreciéndole “que, si gustaba ilustrar sus posesiones con el nuevo huésped, le cedería cada seis meses sus derechos”. El mencey de Taoro agradeció tal gesto, pero justificó que “no le era lícito aceptarla contra el gusto de las que, en su aparición, había preferido los estados de Güímar a los de Taoro”.

Son, pues, toda una serie de aspectos que Viera y Clavijo incluye en torno al origen de nuestra Patrona con anterioridad a su desaparición en aquel trágico aluvión del año 1826.

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