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viernes, 12 de agosto de 2022

"ANOCHE SOÑÉ QUE REGRESABA A MANDERLEY"

Lorenzo de Ara

Leer, lo que se dice leer, lee cualquiera que haya aprendido a hacer lo que la Academia acuña: “Pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados.” Pues sí.

A mí me gusta leer para amar el cine. Y los cinéfilos se enfadan conmigo y mucho cuando mantengo erre que erre que primero están los libros y luego las películas. Que si no lees jamás podrás amar de verdad el cine. Es más, sin lectura el cine se muere.

El cine sabe que estás cerca y que eres fiable mientras lees un libro de A. Machado, Maupassant, Du Maurier, Hemingway, Bombal, Bradbury con “La última noche en el mundo”.

Tiene este cuentito del escritor estadounidense lo que es quizá lo más genuinamente literario de la narrativa universal. ¿Es exagerado? Creo que no.

Flaubert y Tolstói son genuinos. Únicos. Bovary y Karenina son genuinas. Únicas. ¿De acuerdo? Sí, lo sabía.

Pero en el cuento de Bradbury, ya saben, “La última noche en el mundo” (que se lee en cinco minutos si deseas alargarlo mientras desayunas un barraquito), hay un momento, casi llegando al final de la existencia de los personajes y de la historia, en el que se hace posible saborear el milagro de la literatura eterna.

El grifo mal cerrado. Y ese goteo que provoca un despilfarro de agua. Un sonido herrumbroso. Aunque sepamos que es el fin del mundo. Hay que poner fin a esa anomalía.

Y la señora se incorpora y lo cierra como es debido y luego regresa a la cama con su marido (los niños ya duermen) y ahora sí que sí. El fin del mundo puede llegar.

No hay gota que desfigure la realidad de esta nuestra Melancolía.

Cuando leemos es como escuchar la voz de nuestra muchacha que dice para toda la eternidad lo que sin duda forma parte de nuestra singularidad. “Anoche soñé que regresaba a Manderley.”

Si lees, el cine seguirá viviendo. Habrá vida, pues.   

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