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martes, 2 de abril de 2019

EL VALOR DE UNA FECHA


Salvador García Llanos

Mañana miércoles se cumplen cuarenta años de las primeras elecciones democráticas municipales que significaban un avance en la construcción de la nueva institucionalidad, otro paso hacia la consolidación del sistema y la voluntad clara de abrir un nuevo ciclo en los centros de poder más próximos a la ciudadanía. Era un salto importante en un proceso social lleno de innovaciones, de aspiraciones, de afanes modernizadores y que habría de ser determinante -eso que muy bien podría definirse como un antes y un después- para transformar la vida de los ciudadanos. En efecto, el norte era claro: rumbo a la democracia.

Algo hemos escrito sobre el valor de esa fecha. Al menos, el que concedemos los municipalitas o los que hemos tenido responsabilidades públicas en su ámbito. Los ayuntamientos han sido y serán una excelente escuela de aprendizaje político. A ella llegaron numerosos vecinos sin mayor experiencia que la atesorado en asociaciones más o menos reivindicativas. En ellas, en el tránsito hacia un nuevo modelo convivencial en el que tanto había que descubrir, aprendieron que lo importante era el interés general. O lo que es igual, el trabajo comunitario, para que cristalizara cualquier proyecto o para que, más llanamente, se llevaran a cabo las fiestas del pueblo o del barrio.

Hubo que reestructurarlo todo. O casi todo. Hubo que invertir notables esfuerzos mientras las modificaciones legislativas iban aplicándose, y las nuevas estructuras y el nuevo funcionamiento nos acercaban a las concepciones y a los esquemas de desarrollo democrático.

Es bueno volver a referirse a aquella fecha. Hay una plaza con el rótulo '3 de abril', en el Puerto de la Cruz. La misma denominación puede encontrarse en otras ciudades y municipios de Canarias y de España. Es como si fuera un homenaje permanente a la democracia. Y en la memoria hay que consignar los nombres de aquellas personas, mujeres y hombres, que integraron las primeras corporaciones locales salidas de las urnas y que trabajaron para engrandecer sus localidades, pero, sobre todo, para dar sentido a la convivencia a la convivencia democrática, al diálogo, al consenso y a la eficacia que los vecinos también iban aprendiendo sobre la marcha, igual de ilusionados, igual de entusiastas. Hasta quienes gozaron de mayorías absolutas supieron repartir delegaciones y competencias para acentuar la pluralidad y la corresponsabilidad. Y allí donde hubo que pactar pues se impartieron cursos acelerados de cultura política para acreditar que el entendimiento era posible y que de ello se beneficiaba la ciudadanía.

Aquel primer mandato municipalista fue un ciclo lleno de experiencias, de avances sociales y participativos, de aprendizaje y de ganas de aportar todo lo que podía esperarse en la nueva etapa sociopolítica que se iniciaba en el país.

La fecha quedó en la memoria. Y es positivo recordarla y rendir tributo testimonial. A la fecha y a todas aquellas personas que ejercieron sus cometidos de alcalde y concejales, aprendiendo y ejecutando a la vez, sobre la marcha, pero con voluntad indiscutible de crecer y cualificarse.

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