Evaristo Fuentes
Meñián
Futbol. Partido final
de la Champions Juve- Barça. En un trance del juego Neymar remata en una
posición forzada, el balón le rebota en una mano y entra. Gol justamente
anulado. Pero Neymar no está conforme,
protesta, corre hacia el árbitro y sus auxiliares, gesticula con el
dolor en el rostro…. Lo mismo hace en otras ocasiones cuando se cae o se
tira, se revuelca convulsivamente en el
suelo, se arruga figurando una lesión irreparable… Pero en menos de un minuto
queda milagrosamente curado.
Neymar, en ese gol
anulado, sabe ciertamente que el balón le ha tocado en una mano, el sentido del
tacto de su cerebelo con casco craneal rapado--artísticamente rasurado con
cresta de gallo o guacamayo-- ha detectado ese contacto; sin embargo Neymar
actúa teatral, dramáticamente como si le hubieran infligido la mayor injusticia
del mundo.
Ese comportamiento de
Neymar es consecuencia de la ínfima, paupérrima educación general básica que
vivió desde niño. Brasil está habitado por más de veinte millones de niños y
jóvenes que aprenden a jugar en sus playas o en un descampado suburbial,
haciendo, como norma, trampas; las balas cruzadas de la delincuencia quizá les
rozaron, les silbaron por encima de sus cabezas más de una vez. Las
estadísticas confirman una cantidad desorbitada de homicidios violentos en
muchos países de Latinoamérica. En consecuencia, Neymar aprendió desde niño a
mentir, y a fingir para sobrevivir.
Brasil, en sus favelas pero también fuera de ellas, es como una entidad
correccional gigantesca en la que el más vivales flota y sale adelante. Neymar
podría ser considerado el paradigma del triunfante entre una multitud de
perdedores.
Espectador
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