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sábado, 17 de julio de 2021

CORAJE, NATALIA

Salvador García Llanos

Hay que entender su lucha. Y por supuesto, no querer resignarse. Un accidente, una desgracia y todas las complicaciones posteriores. Cuando la entereza es una divisa y se acredita por sí sola, casi en solitario, ganándose el aprecio y la solidaridad de gentes de toda condición, identificadas con su dolor y su pérdida, se contrasta que la vida pega un vuelco, un enorme vuelco, hasta volverla a empezar, sin arrugarse, porque late –y seguirá latiendo- un sentimiento que no quiere lo que es imposible pero sí lo que pueda evitarse.

La lucha de Natalia González, madre coraje, madre de un joven militar ahogado en la costa portuense en octubre de 2019, en un accidente infortunado, fructificó con la firma de unas treinta mil personas que, mediante firmas de adhesión de una plataforma virtual, apoyan la reivindicación: dotar de un puesto de salvamento marítimo para el norte de Tenerife. La mayoría de las formaciones políticas está por la labor. Es un asunto de largo recorrido, sin duda, y el debate, desde el propósito hasta el emplazamiento, pasando por el presupuesto, será complicado. En cualquier caso, la reivindicación ya está lanzada y trasladada al Gobierno de Canarias: crear un puesto de salvamento marítimo permanente y profesional en el norte tinerfeño con el que atender emergencias y tratar de evitar pérdidas de vidas o daños en la integridad física de las personas.

Natalia sabe que no podrá recuperar la vida de su hijo pero le tributa esta dedicación indesmayable que es todo un ejemplo de amor y entrega. La tarde de aquel sábado cuando ocurrió el accidente compartimos su desazón, a sabiendas de que no servían de mucho las expresiones de afecto, de apoyo y, naturalmente, de esperanza. Allí había una madre inconsolable que no encontraba ni aceptaba las explicaciones que se amontonaban.

Pero esa misma madre fraguaba, en aquellas trágicas circunstancias, la lucha que a partir de entonces habría de emprender para encontrar una secuencia lógica de las cosas, para hallar respuestas a los numerosos porqués. Le había tocado a Alejandro, Ale, su hijo, y desde entonces se esfuerza para evitar que se repitan casos como el suyo.

Desde entonces, un largo recorrido, impregnado de lágrimas y de sinrazones, de interrogantes y de frustraciones, pero también de solidaridad humana, movida por los afanes de la madre que no se rinde. La solidaridad en forma de testimonios que transmiten consuelo y ánimo y que se han unido en una petición con la que cubrir un déficit dotacional.

Natalia González, inquieta, predispuesta, agitada, atribulada, pero también razonable, muy razonable, sigue pensando en Ale y no quiere que a otras personas le suceda lo mismo. La suya es una lucha respetable, impulsada si se quiere por un cúmulo de circunstancias negativas. Tan solo el número de firmas que ha logrado reunir ya es señal clara de que no está dispuesta a rendirse. Y es un primer paso encaminado a la consecución de algo que, sometido a la razonabilidad y a la viabilidad, es no menos respetable. Coraje.

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