José Melchor Hernández Castilla
La Peor Tormenta Metereológica en Canarias ocurrió en Tenerife entre el 6 y 9 de noviembre de 1826. Su nombre, según el Santoral, sería ciclón tropical, huracán o tormenta San Florencio. Según los investigadores de La Universidad de La Laguna, José Bethencourt-González y Pedro Dorta Antequera, del Departamento de Geografía, en algunas áreas se podrían haber recogido cantidades superiores a 500 milímetros de precipitación y, en distintos lugares de las islas, se podrían haberse superado ampliamente los 100 milímetros de precipitación en 24 horas.
En
Tenerife, desaparecieron 600 casas de particulares; se causaron daños en los
montes, en la agricultura, con pérdidas de suelo superior al 30% en algunos
lugares, y pérdidas de ganado de todo tipo. Según el recuento, en la isla de
Tenerife, se calcula unos 298 fallecidos, mucho de ellos aparecidos después de
la tormenta, debido en parte, al arrastre de los barrancos.
El
Aluvión del año 1826, reseñado por el beneficiado de la Iglesia del Realejo
Alto, Don Antonio Santiago Barrios:
“Jamás los
habitantes de la Isla de Tenerife, después de la conquista, habían visto ni
experimentado un suceso tan lastimoso ni que más deba conservarse en la memoria
de los hombres como el sucedido el año 1826, en la noche del 7 de Noviembre y
el día 8, noche y día que debieron hacer punto fijo, para empezar una nueva
época, y en particular para los habitantes desde la fuente de La Guancha y San
Juan de la Rambla hasta el risco de La Orotava…
Llegó el
amanecer del día 7 muy oscura, triste, lleno de nubes y haciendo algún viento,
y al paso que sus horas iban creciendo, se iban aumentando su oscuridad y
presentándose a la vista el terrible castigo con que la justicia Divina nos
amenazaba…
Todos estos tan terribles preparativos siguieron aumentándose más y más hasta las cuatro de la tarde que empezó a llover con violencia y a hacer viento por la tarde del Sur; por momentos se reunía la fuerza de estos dos elementos, y a las seis de la tarde ya corrían los barrancos y con más abundancia el que llaman de "Godínez" y el de "La Raya". A las ocho de la noche ya había mucho sobresalto en las gentes, por la violencia del agua y el viento atemorizaba; no se oía sino un ruido general por todas partes causado por el viento y el agua y los barrancos; los vecinos, por muy inmediatos que vivieran, aunque gritaban no se oían los unos a otros, ni aún que pidieran socorro podían favorecerse, pues no se atrevían ni podían salir de las puertas de sus casas, todos esperando perecer en la violencia del viento, del agua y bajo las ruinas de sus casas que no podían sus techos resistir el peso del agua y el viento, no quedó nada que no sufriera algún estrago.
Este tan
violento temporal sin haber la menor interrupción en su fuerza, siguió hasta la
una de la mañana y a esa misma hora se observó el trastorno más general en la
naturaleza; de todas partes soplaba el viento y atacaba el agua, y por todas
partes se veían relámpagos, de modo que en el aire no se notaba oscuridad alguna,
porque parecía que el cielo estaba ardiendo y sus llamas iban a abrazar la
tierra…
Sucediendo los mayores estragos en las casas, en los terrenos, en las viviendas racionales e irracionales, se pasó el resto de la noche cubriendo ésta con su oscuridad hasta una parte del día, pues a las 8 de la mañana del día 8, con escasez se notaba alguna claridad. Las nubes cubrían la tierra con tanta aproximación que a la distancia de cuatro o cinco varas no se veían los cuerpos; las aguas seguían con la misma impetuosidad, pero el viento había cesado un poco.
A las nueve de la mañana, las aguas se suspendieron pero no del todo, y
las nubes se retiraron a los montes por
el espacio de 25 ó 30 minutos, y en este corto intervalo algunas personas
pudieron salir de sus casas, creyéndose cada una ser
ella sola la que existía, porque por un juicio prudente juzgaban que todas las
demás habían perecido en aquella terrible
noche. ¡Oh cuadro horroroso el que presentaban todo el Valle de la Orotava y
las cordilleras de altas montañas que le rodean! No se oía otra cosa que el
formidable ruido de los barrancos y
los tristes lamentos de los que lloraban, unos por la pérdida de sus hijos,
otros por la de sus padres, hermanos y amigos; y
casi todos por la de sus haciendas, casas, animales, etc.; todas las quebradas
de los riscos eran otros tantos barrancos
que cada uno de ellos eran bastante para producir terror. Los barrancos que su
nacimiento eran en la cumbre, eran no barrancos, sino un vasto mar; el
denominado de "Godínez" que es en
el Realejo de Arriba y que pasa por el de Abajo, en los puntos donde no tenía
mucha extensión se elevó el agua hasta veinte varas
y donde tenía o podía tenerla, se extendió hasta 200, como sucedió en el
Realejo donde llaman el Puente, que después
de haber ocupado todo lo que siempre había sido barranco se extendió hasta
el pie de la calzada; se llevó el puente y catorce casas y un lagar que por la
parte del naciente formaba una
calle, y destrozó mucha hacienda de viña llevándose hasta la tierra; todo este
barranco quedó como una playa de arena, desde el puente del
Realejo de Abajo hasta donde en el Realejo de Arriba llaman las Canales Altas;
pero tan llano, que el que esto escribe y el V. Beneficiado Don Pedro González
Acevedo, subieron montados en sus bestias desde el
referido puente hasta el de las Canales Altas; siendo incalculable el valor de los
terrenos que destrozó, dejándolos para siempre inútiles, como en la hacienda
del Marqués de Villanueva del Prado, donde llaman "El
Cuarto", en la hacienda que llaman "Los Beltranes", así en todas
las que lindaban con el nombrado barranco, de modo
que en la entrada de La Lora, donde llama "El Llanito de la Monja", a
la parte
del naciente del barranco, había unas hermosas huertas y de ellas no quedó sino
las lajas sobre las que estaba la tierra, haciendo lo mismo
en todos los terrenos que tanto por una parte como por la otra estaban junto
al barranco.
El que escribe esto, puesto en el paseo de la Parroquia a las nueve y media de la mañana, vio correr el agua por encima de los riscos que llaman La Altura y que queda por la plaza de la Parroquia adentro, en la hacienda del Marqués de Villanueva y que esta misma agua cubría todo el terreno que media entre donde en el Realejo de Abajo llaman La Calzada, hasta la casa de Marcos Achar que es por el poniente del referido barranco.
A las diez y
media de la mañana del día 8 se volvieron las aguas a repetir con igual
violencia que la noche antecedente, pero el viento no era tan riguroso, y en la
noche del mismo día 8. Amaneció el día 9 más despejado (Jueves) y las aguas se
habían aminorado, sin embargo los barrancos siempre permanecían en su ser, pero
ya la gente podía salir de sus casas y preguntarse unos a otros si aún
existían; entonces se empezaron a saber las desgracias acaecidas la noche del
7; entonces fue cuando todos conocieron el peligro a que todos estuvieron
expuestos y la misericordia de Dios que nos conservó en medios de sus iras. Las
personas, tantos hombres como mujeres no respiraban sino ayes tristes, y en los
semblantes de todos se notaba una variación que parecía que la imaginación de
todos estaba parada y sin saber lo que había sucedido, pues todo lo que se
decía que había acontecido parecía incierto e imposible, hasta que pasó y cada
uno fue desengañándose por sus propios ojos…
Estragos ocurridos la noche del Aluvión en el lugar del Realejo de
Abajo:
En este lugar había un puente de fábrica regular de piedra y cal, y formaba su piso unas vigas de tea muy fuerte, y sus parapetos muy decentes; a la puerta del naciente, por la parte de arriba, adornaba la calle, hasta los parapetos del puente, un muro hecho con bastante gusto, y a la parte de abajo había tres casas de alto y bajo, y por este mismo lado, hacia abajo del barranco, había una calle que tenía cuatro casas, y la última de abajo era la carnicería, y un poco más abajo estaba la casa de los Beltranes de alto y bajo, con un gran lagar por la parte del poniente del puente; al lado de arriba había otra casa terrera grande que llegaba casi al puente; y todas estas nueve casas y el puente perecieron la noche del aluvión del siete a ocho de Noviembre, pereciendo igualmente con ellas catorce personas. En este pueblo y jurisdicción no aconteció ningún otro hecho digno de escribirse.
Estragos
ocurridos en el lugar de San Juan de La Rambla:
Este pueblo fue
uno de los que más sufrieron en el aluvión de la noche del siete a ocho de
Noviembre. Antes de esta desgraciada noche era este pueblo, aunque pequeño, muy
hermoso, y sus habitantes se habían esmerado en su aseo y presentaba un golpe
de vista muy agradable; tenía un puente regular a la entrada de la plaza de la
parroquia, por la parte del naciente de ésta; sus calles estaban muy bien
empedradas, y todo él. El aspecto público estaba con el mayor aseo; más, la
noche del aluvión quedó todo arrasado como así su Ayuntamiento; lo dice un acta
extendida el día treinta de Noviembre de 1826.
Además de lo
referido en el acta de aquel Ilustre Ayuntamiento que tuvo cuidado de dejar
escrito en su archivo lo sucedido en aquel pueblo en la noche triste y aciaga
del siete de Noviembre, en el pago de Santa Catalina, donde el día 25 de
Noviembre aquellos vecinos celebraban con mucho aparato y regocijo a la virgen
y Mártir Santa Catalina. Esta Ermita estaba muy aseada; la imagen de la Santa
era nueva y de mucho gusto y su plaza la cubría un hermoso parral, y la noche
del 7 de Noviembre, un nuevo barranco que se formó por la parte de arriba o un
brazo del barranco ni mediado que se desprendió de éste y que con mucha
violencia bajó por aquellos riscos se la llevó de cimientos, no quedando ni un
débil vestigio de ella, y solo se adivinaba dónde estuvo por un pedacito muy
corto del parapeto que dividía la plaza del camino y que las aguas dejaron por
la parte de arriba de la plaza. Aquí creo que se llevó la bodega del Sr. Del
Valle”.
(Escrito del Párroco de la Iglesia del Realejo Alto, Antonio Santiago Barrios, 1826. Documento copiado con fecha seis de Mayo del mil novecientos cuarenta y cuatro, en el Juzgado municipal del Realejo Alto, por los primos José Hernández Rodríguez y Agustín Hernández Luis).
Bibliografía:
La “Tormenta de San Florencio”, ocurrida en 1826, pudo ser el peor evento meteorológico acaecido en Canarias (30-11-2020). ULL. Noticias. https://web.archive.org/web/20101203185812/http://www.ull.es/viewullnew/institucional/prensa/Noticias_ULL/es/1505003
- Santiago Barrios, Antonio. “El Aluvión del año 1826,
Reseñado por El Beneficiado de la Iglesia del Realejo Alto (Isla de Tenerife)”.
Revista de Aficionado a la Meteorología. RAM. Mayo de 2002. Texto enviado por
Leopoldo Álvarez.
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