Lorenzo de Ara
Ayer, que fue
sábado, creo recordar, una mujer a la que respeto y admiro me espetó lo
siguiente: “Es injusto afirmar que Tenerife es una leprosería, un lazareto.
Modérate, por favor.” Y más cosas me dijo la buena señora. Conclusión; según
ella, hay que esforzarse más que nunca en educar. ¡Hay practicar el humanismo
con mayúsculas!
Yo me
rindo.
Es más, me
rendí hace tiempo. No creo en el tinerfeño. Es nula nuestra capacidad para
controlar una realidad que nos apremia a dar pasos en busca del bien
común.
Tenerife es
hoy la antítesis de los que hacen región.
Se ha llegado
hasta aquí como consecuencia de una sencilla y escueta realidad. El tinerfeño
es incapaz de responder con buen juicio al desafío ante el que se encuentra.
La masa/vulgo
es mayoritaria en la Isla. Y no vale el empleo de los estereotipos que hasta
hace bien poco condenaban a los más pobres, a los parados y a los sin estudios,
a ser los exclusivos responsables de todas las calamidades.
Esa masa/vulgo está más presente que nunca en los centros de poder.
Poco o nada
puede hacer un pueblo entretenido con televisión basura y política de
compadreo.
El pueblo es
continuamente alienado con eslóganes retorcidos, pero fácilmente
digeribles.
Está el mantra
de la transparencia, la participación ciudadana, la cercanía, el apoyo a la
cultura; por otro lado, la abrumadora y tóxica utilización de las redes
sociales como ventanas abiertas al vecino, que así puede estar las 24 horas del
día en contacto directo con el centro de mando. Todo lo anteriormente expuesto
es el producto de una política de cartón piedra. Falacia.
Y la falsedad
se ha hecho ciclópea en esta hora amarga que experimenta Tenerife. La isla
apestada.
Por mucho que
voceen los alcaldes o el Cabildo, suplicando la responsabilidad de todos, han
sido ellos los primeros en fallar.
Han hecho de
la patraña una herramienta comodísima para hacer creer que la población
tinerfeña ha sido y es todavía hoy colaborativa y consciente del peligro real
que supone el Covid-19. ¡Falso!
Se ha llegado
hasta aquí por un solo motivo. El 99,9% de los tinerfeños somos culpables de
nuestra ruina sanitaria, social y económica.
Una minoría
casi ridícula es la que ha cumplido. Una minoría inocente es la que ha puesto
todo de su parte para salvar vidas. Pero nadie ha hecho caso a esos hombres y
mujeres, repito, un reducido número de tinerfeños. Muy al contrario, lo que se
ha podido ver a lo largo y ancho de este infierno de Dante es la coronación del
todo vale. Y algo más grave si cabe, la entonación por parte de alcaldes y
gerifaltes del Cabildo de los consabidos parabienes y felicitaciones dirigidos
al pueblo tinerfeño.
Tenerife lo
único que puede hacer es felicitar al canarión, ejemplo de solidez, de unidad,
de responsabilidad, de buen juicio.
Un pueblo
canarión que nos humilla para nuestro bien con datos que demuestran que en la
isla de Gran Canaria está el futuro de esta tierra. Y en la Palma, el Hierro,
Fuerteventura, Lanzarote, la Graciosa, también La Gomera. Por estas islas
comienza el mañana de Canarias.
Pero Tenerife,
con los alcaldes y el Cabildo, con los centenares de miles de vecinos y vecinas
que habitan este pedrusco, no es más que una rémora, una carga, un pestilente
reducto del pasotismo, la incultura, la política zarrapastrosa pero
virtualmente comprometida y próxima al dolor.
Quia.
Soy tinerfeño,
soy culpable.
Tenerife es
una rutinaria estadística de ruina, miseria, hambre y muerte.
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